El mundo digital ha dado pie a un curioso fenómeno: autores que se publican a sí mismos en pequeñas editoriales que permiten hacer tirajes que salen caros por ejemplar, pero que resultan baratos pues puedes imprimir el número que tú quieras y reimprimir posteriormente. Por lo general, esos libros son cuasi domésticos, se venden o se regalan entre familiares y amigos. Dos aspectos llaman mi atención.

El primero es la falta de rigor en el cuidado editorial. No hay un concepto de tipo y tamaño de letra, espacio entre líneas, párrafos, márgenes, entre otros. Estos nuevos impresores, más que editores, se ocupan de aumentar lo más posible las páginas de un libro o de reducirlo a su mínima expresión según el peculio del autor o la creatividad del “diseñador”. Es decir, se rigen por la ley de la ganancia económica. Además de la cuestión de formato, la revisión de estilo es prácticamente nula. Me temo que muchas veces se conforman con pasar el corrector de estilo de Word y no realizan todos los pasos que llevan hasta la corrección de finas. Todo ello es un atentado contra siglos de confección del arte editorial. Señalo que esta falta de pulcritud se observa también en periódicos o revistas digitales e incluso impresas. La rapidez por entregar suple a la calidad de la entrega. Así como en comida y en otros ámbitos de la vida se habla de slow life, es necesario que esta propuesta se integre en el ámbito de las publicaciones. ¿Quién tendría hoy la paciencia de formar con esmero una página en impresión tipográfica? ¿Quién, en esos ámbitos, de dar seguimiento a la corrección editorial hasta encontrar aquellos errores que no deberían dejarse pasar, aunque siempre se cuelen?

La segunda es la posibilidad para tantos de publicar sus obras, sean recuerdos, memorias, ensayos, novelas, cuentos, poemas. Esto da la libertad, para quien puede pagarlo, de no tener a un juez que acepte o rechace algo lo que permite una creatividad más suelta y más ligera que no se rige según los premios literarios ni los autores en boga. Incluso pueden llegar con más facilidad a una de las finalidades de la literatura: emocionar a su lector. Evidentemente en general en este ámbito ni los autores son profesionales ni los lectores son exigentes. Es como si dos mundos chocaran: el de los especialistas de la literatura que se unen a los que aman la buena literatura en sí, y el de los que quieren decir algo de manera más bien espontánea por el deseo puro de expresarse aunque no tenga la perfección ni la originalidad exigida en el primer grupo. Quizá la vanidad de ver su nombre en una portada tenga también un papel en esto.

Con lo anterior no pretendo menospreciar a autores que difícilmente serían publicados por buenas casas editoriales, que también ya tienen medidos sus estándares de venta, y que recurren a la impresión digital para difundir su obra. Entre ellos puede haber escritores excelentes que ni siquiera requieren corrección de estilo, pero que no son “vendibles” y que, por ello, difícilmente encontrarán una casa editorial: no reditúan. Sólo quiero pedir una mayor responsabilidad del autor y de los editores digitales por los textos que se publican: que se hagan con el mayor amor por la palabra escrita y por el arte editorial.

Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, se atienda Ayotzinapa, trabajemos por un Constituyente, recuperemos la autonomía alimentaria, revisemos las ilusiones del TLC, no olvidemos a las víctimas y defendamos la democracia.

@PatGtzOtero