Emilio Uranga González (Puebla, 25 de agosto de 1921; Ciudad de México, 31 de octubre de 1988) es uno de los integrantes de la filosofía de lo mexicano; estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde se encontró con Octavio Paz, Ricardo Guerra, Jorge Portilla, Fernando Salmerón, Leopoldo Zea y Joaquín Sánchez MacGregor, quien lo animó a escribir sobre lo mexicano; más tarde fue a cursar un doctorado en la Universidad de Friburgo donde tomó clases con Heidegger.

A su regreso —durante el inverno de 1956— estaban presentes las figuras de Jean Paul Sartre, Albert Camus, Marleu-Ponty; el editor, ensayista y diplomático Javier Wimer llegó a señalar las pugnas que Uranga tuvo con sus amigos y compañeros de generación con quienes formó en 1948 el grupo Hiperión: Jorge Portilla, Salvador Reyes Nevares, Fausto Vega, Luis Villoro, Leopoldo Zea y el propio Uranga a quien Villoro consideraba el más inteligente del grupo.

 

Opiniones

Análisis del mexicano y otros escritores sobre filosofía de lo mexicano (1949-1952) representa la aportación de Uranga a la filosofía de lo mexicano que se propuso una explicación del ser mexicano de carne y hueso, no una noción abstracta concebida desde el pensamiento, digresiones y conjeturas. Ellos partían de lo mexicano desde la Revolución; como lo señala Paz —quien de manera independiente reflexionó sobre el tema en El laberinto de la soledad (1950)—: “el movimiento revolucionario —escribió Paz— transformó a México. Lo hizo «otro». Ser uno mismo es, siempre, llegar a ser otro que somos y que llevamos escondido en nuestro interior, más que nada como promesa o posibilidad del ser”.

El ensayista y académico Adolfo Castañón escribió: “Se dice que José Gaos dijo, luego de conocer a Emilio Uranga: «Inteligencias así se dan en Europa cada siglo. Juntábamos el dinero para el café de chinos, después de Mascarones, y después de cenar caminábamos el Paseo de la Reforma, de diez de la noche a las cinco de la mañana, invariablemente hablando de todo lo que hay entre la tierra y el cielo. Leíamos hasta cien o más libros al año, y nunca alcanzábamos a Emilio. Su velocidad para leer y su hondura al razonar nos mantenían naturalmente a su zaga. […] Su comprensión de la filosofía, del arte, de la literatura, de la poesía, parecía no tener barreras. Su actividad intelectual era rigurosamente incesante. Su compañía —que era su diálogo— era para los que hoy han hecho nombre, una fiesta diaria»”.

Fue llamado “el hijo desobediente” de la filosofía mexicana; Uranga estaba convencido de la insuficiencia del ser mexicano y su accidentalidad: “existir a lo mexicano —escribió— es modular todas las conductas, todos los compartimientos, accidentalmente”, entendido, el accidente, como la abstracción que se encuentra en relación de estrecha dependencia, no relacionado consigo mismo.

Uranga acusa los síntomas (digámoslo con alusiones sicoanalíticas) del mexicano, no analiza su constitución ni su morfología.

“No se trata de construir lo mexicano —escribió—, lo que nos peculiariza, como humano, sino a la inversa, de construir lo humano como mexicano”.

Hugo Hiriart lo definió como “un hombre razonador e inmanejable. Ante él, uno estaba en desventaja. Su mente era muy flexible y capaz de comprender las cosas con gran rapidez”.

Uranga arrastró una aciaga sombra, entre sus cercanos, de mala persona; la imagen fue alimentada por la maledicencia de la envidia. En 1958 se convirtió en asesor del presidente Adolfo López Mateos (1958-1964), junto con amigos cercanos, entre ellos, Wimer; también lo sería de los siguientes dos mandatarios. En 1968 se le acusó de haber escrito de manera anónima el texto llamado El móndrigo (1969) que ensucia los ideales del Movimiento del 68; se suponía que el libro había sido escrito por un estudiante que murió en Tlatelolco.

La Doctrina Guaymas

En La revolución inconclusa. La filosofía de Emilio Uranga, artífice oculto del PRI, José Manuel Cuéllar Moreno sostiene el vínculo entre el pensamiento de Uranga y la ideología que proyectó desde el Estado en el sexenio de López Mateos, sobre todo a partir del 1 de julio de 1960, cuando el presidente de la república señaló en un discurso en Guaymas, Sonora: “mi gobierno, dentro de la Constitución, es de extrema izquierda”. La frase sacudió a muchos e indignó a algunos; David Alfaro Siqueiros (quien participó en el primer atentado contra León Trotsky en 1940 y que fue encarcelado en 1960 por el delito de “disolución social”) señaló que el gobierno, en rigor, era de “extrema derecha y fuera de la Constitución”.

A partir de esa idea, Uranga concibió la Doctrina Guaymas que contextualiza la afirmación de López Mateos dentro de la Revolución Mexicana como un proceso social original y enraizado en toda nuestra historia, además, con proyección universal. No olvidar que la primera parte del mandato de López Mateos se contrastó con la naciente Revolución Cubana: el 1 de enero de 1959 Fidel Castro entra a La Habana y proclama la revolución triunfante.

La Iglesia católica inició una campaña anticomunista; entretanto el gobierno mexicano se rehusó a romper relaciones diplomáticas con Cuba; también se negó en 1962 a votar por la expulsión de Cuba de la Organización de Estados Americanos.

Por elemental contraste, la Revolución Mexicana —tan enaltecida por los gobiernos nacionalistas— se debilitó ante la cubana. Sólo pensar en la palabra revolución y el acuñamiento de “revolucionario” dentro del nombre del partido-Estado (que ahora tras la debacle estrepitosa de PRI en las recientes elecciones, algunos comentadores y analistas sugieren que la renovación de raíz al partido requiere, aun, el cambio de nombre).

Cuéllar Moreno observa que la declaración del presidente López Mateos, para el filósofo-funcionario Uranga, representa un proyecto de gobierno en espera de realización.

“La postura política de Emilio Uranga [era] —dice Cuéllar— una de las consecuencias prácticas de su abandonada —pero no olvidada— filosofía del mexicano. El compromiso de los mexicanos de la nueva patria era ante todo con la Revolución, y en ese compromiso se les jugaba la existencia”.

Uranga resistió los ataques de la comunidad intelectual; fue confinado por los intelectuales, sobre todo, los académicos. Aunque denota en diversos pasajes falta de profundidad en favor de la amenidad a los lectores, este libro es revelador; puede ser el punto de partida para contextualizar la política y la presidencia de López Mateos, así como para dar cuenta, en conjunto, de la historia cultural de esos años; una muestra está en las polémicas de sus protagonistas como la del propio Uranga con Daniel Cosío Villegas, consignada en unos de los apartados de La revolución inconclusa.

José Manuel Cuéllar Moreno, La revolución inconclusa. La filosofía de Emilio Uranga, artífice oculto del PRI, México, Ariel, 2018.