Los resultados electorales expresan el hartazgo de una sociedad depauperada, presa de una incontenible violencia y cansada de presenciar la impunidad de los corruptos. Las ofertas de los candidatos presidenciales del PRI y del PAN eran más de lo mismo, de eso que tiene al país postrado, con alto índice de desempleo, una educación pública muy deteriorada y un sistema de salud enfermo, si vale el oxímoron.

Insistir en que vamos bien y que México es el meritito paraíso terrenal no resistía la irrefutable prueba de la realidad. La mentira es un ingrediente indispensable de la política, pero hay límites para que su empleo sea rentable en términos de votos.

Un error clave de los candidatos del PRI y del PAN fue poner en el centro de sus estrategias la descalificación del candidato de Morena. A lo largo de toda la campaña hubo una insistencia enfermiza en atacar a Andrés Manuel López Obrador, y ya se sabe que los señalamientos ad hóminem deben ser sabiamente dosificados para que no acaben por agigantar al atacado. José Antonio Meade y Ricardo Anaya olvidaron ese detalle elemental, pues sus disparos (por fortuna sólo retóricos) contra el tabasqueño acabaron por allegarle una formidable propaganda gratuita: “Si tanto lo atacan es que algo debe tener de bueno”, debieron pensar muchos ciudadanos.

Meses antes de la elección, las encuestas favorecían ampliamente a López Obrador, pero priistas y panistas preferían hacer caso a los muestreos que ellos mismos encargaban, con la consigna, claro, de que los favorecieran a ellos y no al morenista. Eso no sólo impidió un eventual arreglo entre los dos partidos de la derecha, PRI y PAN, sino que incluso dio pie a feroces acusaciones de negocios chuecos contra Anaya y la amenaza de éste de encarcelar a los corruptos, incluido el presidente Enrique Peña Nieto. Gracias, les habrá dicho López Obrador.

Por último, algo no menos importante para explicar el desastre del partido que entregará la Presidencia de la República el primero de diciembre: la decisión presidencial de hacer candidato del PRI a un no priista, dizque porque ofrecía una imagen de honradez y buenos modales que no se halla en las filas del tricolor, lo que, como era esperable, ofendió y alejó a no pocos priistas de viejo cuño.

Por si algo faltara, como candidato a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, el PRI tuvo a un fanático religioso que era la viva imagen del panismo más rancio, mientras el PAN, contra natura, se alió a los restos del otrora izquierdista PRD. Así no podían ganar, y por supuesto perdieron.