Por Fernando Marcos*

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]L[/su_dropcap]a prensa europea –apesta, la ingrata- puso el grito en el cielo porque el árbitro argentino, señor Coerazza, concedió a México un “penalty” que, según Pedro Escartín, figura internacional del arbitraje, era “más grande que una catedral”.

Pero nada dijo del gol italiano que empezó con Riva bajando la bola con la mano, en forma tan clara, que el abanderado, Dustan, de Bermudas, parecía enfermo de convulsiones señalando la falta que vio todo el estadio de Toluca.

Tampoco dijo nada esa prensa del “sorteo” que envió a México a jugar contra Italia, en la cancha que los italianos tenían como habitual.

Un señor –vaya usted a saber de qué tribu europea- sacó un papelito y dijo que decía: “número 1”… y lo volvió a guardar en la hielera, sin que nadie, aparte de él, pudiera leerlo.

Y, la verdad, yo no creo que dijera número 1. Tal vez porque yo soy como Santo Tomás y si no veo, no creo…

La prensa británica afirmó, por conducto de uno de sus “caballeros del Imperio”, que “se preguntaba si sería posible salir del hotel sin encontrar un caníbal en tierra mexicana”.

Sin embargo, un inglés se ha cambiado de nacionalidad porque dijo: “antes, el homosexualismo en Inglaterra era perseguido; ahora es tolerado. Y yo cambio de nacionalidad antes de que se vuelva obligatorio”.

Los periodistas italianos –algunos de ellos, por lo menos, que tienen prohibida la entrada a la Embajada de ese país, habló, ¡imagínese usted!, de las “vociferantes turbas mexicanas” que le rompían los tímpanos en su hotel y que significan un grave peligro para los “azurri”.

Pero nada dijo de las multitudes italianas en los campos de futbol de la península; nada, de ese árbitro al cual lanzaron al mar en el estrecho de Mesina; nada, de la guerra entre dos pueblos, con matanza tipo “mafia” y todo, por un partido de futbol.

Porque resulta cómico que un italiano nos acuse de gritones. En cuanto al “peligro” que el público mexicano suponía contra los “azurri”, el núcleo de entusiastas asistentes a la “Bombonera” le dio bofetada con guante blanco, al aclamar, sincera y abiertamente, a nuestros legítimos vencedores.

Y ahora es la FIFA, predominantemente europea, la que ha dado –o intentar dar, porque en el momento de escribir esta nota hay un mandato del gobierno uruguayo oponiéndose al atraco- un típico y piratesco albazo a los equipos de América, al cambiar, arbitrariamente, la ciudad en que deberían jugarse los partidos entre Brasil y Uruguay –para Guadalajara- y entre Alemania e Italia -para México-.

La razón es simple: que un europeo llegue al partido final bien acomodado, tranquilo, sin viajes molestos y con la cancha superdominada. Es decir quieren eliminar, por las malas, a Uruguay o a Brasil.

Mientras los europeos controlen la FIFA, América correrá riesgos de trampas y triquiñuelas. ¿No sería tiempo, ahora, para acabar con ese resto de anacrónico estilo de colonialismo?

Este es el momento. Porque ahora, y a pesar de lo que digan los señores que la dirigen a perpetuidad y sin respeto alguno a la ley –véanse los cambios intempestivos de árbitros, para ajustar los juegos a sus conveniencias- los países de América deberían exigir un justo equilibrio de poder.

Este es el momento, sí, porque, con tanto albazo y tanta politiquería, la FIFA ESTA FOFA.

Y habrá que desinflarla… o hacerla más limpia.

INGLATERRA YA SE FUE… ¡YE YE…!

“Nunca ha podido Alemania ganarnos ni en futbol, ni en la guerra, durante los últimos 69 años”.

Esta “maravillosa” afirmación no la hizo un incha frenético, sino un “Sir”, título que, en Inglaterra, significa “caballero”: ¡la hizo Sil Alf Ramsey”.

Pero como en el futbol no es posible que Inglaterra gane las guerras hasta la muerte del último soldado… francés, he aquí que Alemania los venció, los mandó con todo y su moderno autobús, de retorno a sus lares, donde habrán de seguir despotricando contra México y los mexicanos, porque, hacerlo, satisface dos impulsos incontrolables entre esos británicos: justificar su eliminación y ofender a un pueblo amigo.

Dejemos que nuestro embajador, licenciado Suárez, conteste, en su oportunidad, los insultos que nos dirijan. Y recordemos el canto de los jóvenes mexicanos, en el Paseo de la Reforma, la noche en que nos eliminaron los italianos, y que decía, con ritmo de “bossanova”: “Inglaterra ya se fue… ye ye… Inglaterra ya se fue… ye ye”.

Y continuaban, felices y respetuosos: “México… Brasil; México… Brasil… México… Brasil”.

Eso les duele a los europeos. Pero, ¿qué nos deben importar lo que esos señores sufran?

Los importante es que el mexicano –y el nativo de América Latina en concreto- ya se han dado cuenta de que los superdioses rubios están caducos en su impulso colonialista. Se han enterado de que México está en una escalera, en la parte baja, por cierto, que lleva hacia arriba. Y que los países que han dominado al mundo, por tanto tiempo, siguen en lo alto de un tobogán; pero saben que ese tobogán lleva, inexorablemente, para abajo.

Ya sabe el mexicano que ese ser rubio y barbado, que viene de oriente surcado los aires, no es Quetzalcóatl, sino Bobby Charlton –con su limpia grandeza en decadencia- o Bobby Moore, cerrando su actuación en el futbol con “brazalete de oro”.

Y sabe que las alas que lo conducen no son mágicas, sino de un avión… ¡americano!, movido por un fenómeno de la mecánica que se llama “acción-reacción” y que se mueve con petróleo y sus derivados que Inglaterra explota en el mundo entero, aunque para ello tenga que promover matanzas entre pueblos vecinos…

Recuérdese la Huasteca; recuérdese Biafra; recuérdese el medio Oriente.

El arrogante “Sir” y sus “caballeros del Imperio” -¡de cuál imperio, señor?- han sido silenciados para siempre en esta Copa del Mundo que, como lo anunció SIEMPRE!, oportunamente, “esta vez sí será ganada por el mejor”.

Y no hubo “turbas de mestizos macilentos que se volvían locos por tocarnos”. Hubo, solamente, indiferencia, desdén, ni siquiera alegría: pasó lo que tenía que pasar y punto.

Esta vez Stanley Rous no pudo –y vaya que lo intentó- dar a sus “boys” –está a sueldo del Gobierno Británico, debiendo ser autónomo como Presidente de un organismo Internacional- el apoyo de los árbitros, el respaldo de los “cocknies ululantes” y el amparo de sus triquiñuelas.

Esta vez no hubo “gol fantasma”; esta vez no pudo Nobby Stiles, “carnicerito de Londres”, despacharse con la cuchara gorda. Esta vez Alemania les dio un repaso y los mandó a volar sin más tramites.

Esta vez Inglaterra, “maestra del mundo del futbol”, quedó en ÚLTIMO LUGAR entre los ocho finalistas.

Esta vez los ingleses quedaron dos peldaños debajo de México, “con sus macilentos mestizos que se volvían locos por tocarnos”.

Esta vez Inglaterra obtuvo lo que realmente merecía obtener. De regreso a su país los acompañará su rabia, mal disimulada con la flema artificial y mentirosa y por la indiferencia total de los mexicanos que, simplemente, les dicen como Cantinflas:

“A volar, güeros. ¡salúdenme a nuca-vuelvan”.

R.I.P.

MÉXICO SE ENCONTRO A SÍ MISMO

Cuando ganamos a Bélgica, nuestra juventud, nuestro pueblo celebró el acontecimiento alegre y respetuosamente.

A ese pueblo –auténtica democracia cantando y bailando- lo acompañaron alemanes, franceses, italianos, uruguayos, peruanos, etc., pero ningún inglés y, desde luego, ningún “distinguidísimo y mentirosísimo corresponsal de prensa”.

Cuando Italia nos venció –limpia y legítimamente- nuestro pueblo siguió cantando. No faltaron los juglares que improvisaron romances a ritmo moderno:

“Italia nos ganó… tuvo suerte; nos ganó por 4 a 1: jugó muy bien… Pero pronto ganaremos y entonces tendremos suerte; entonces también jugaremos nosotros… y ganaremos 4 a 1, porque jugaremos bien. Italia nos ganó, tuvo suerte…”.

Y así, cantando y bailando, México no cayó al sótano porque, afortunadamente, es consciente de que no estamos todavía en la azotea.

Firme sobre sus pies. Con la mente en su futuro y enfrentado serenamente nuestra realidad, cantaron también; “ganaremos, perderemos, pero siempre los queremos”.

Eso estaba dedicado a los jugadores mexicanos. Y eso –olvídense de investigaciones, señores sicosociólogos- es confianza pura, enfrentamiento claro con una realidad evidente, la muerte, esperamos que sin resurrección, del lamentable complejo de inferioridad que nos sumergía en el pesimismo y la agresividad.

Ahora México sabe lo que es y sabe, también, lo que quiere ser. Sabe cómo lograrlo. Y no hablo sólo del futbol…

Por eso cantaba su pueblo: “Italia nos ganó, tuvieron suerte… nos ganó 4 a 1; jugo muy bien… pero pronto ganaremos y entonces tendremos suerte…”.

Y ahora el pueblo, con su equipo fuera del torneo, se dispone a presenciar y a disfrutar con lo que queda de la Copa del Mundo, feliz, entusiasmado con el deporte, seguro de que esta vez, en México, en “su” mundial, ¡Sí ganará el mejor!

México sabe que no somos los mejores y se apresta a trabajar para serlo algún día. Mientras ese día llega, sigue cantando, en homenaje a quienes dieron todo lo que podían dar:

“Ganaremos… perderemos… pero siempre los queremos”.

México, amigos, se encontró a sí mismo…

*Texto publicado el 24 de junio de 1970, en la Revista Siempre! Número 887.