La contundente victoria de Andrés Manuel López Obrador trae consigo una pesada señal de inconformidad popular contra los más relevantes abusos cometidos por el gobierno de Enrique Peña Nieto, quien ha sido, sin duda, un presidente traicionado y engañado por aquellos a quienes otorgó mayor poder y confianza durante su ejercicio sexenal.

La corrupción tan ominosa que ocurrió en varias dependencias del actual régimen fue el factor clave para que la sociedad convertida en electorado emitiera un voto de castigo a la corrupción, el patrimonialismo, la frivolidad y el favoritismo que la generación del ITAM convirtió en un estilo de gobierno y sembró entre los mexicanos una esperanza de cambio que solamente representaba López Obrador.

La victoria que obtuvo el tabasqueño fue una hechura política construida a través de casi veinte años de resistencia opositora a lo que calificó López Obrador como la “mafia del poder”.

Pero en esta ocasión, López Obrador ha reconocido que él ha padecido de intervencionismo faccioso que no corresponde a los sistemas políticos democráticos. Y ahora tiene que reconocer que, en este proceso electoral, el presidente Peña actuó con respeto y las elecciones fueron, en lo general, libres y limpias.

Esa destrucción del PRI se refleja perdiendo todas las gubernaturas que se disputaron y obteniendo una magra votación que apenas alcanza la tercera fuerza política en el contexto nacional de partidos con registro. Ya que, por cierto, son varios los que perdieron el registro, entre ellos, podríamos mencionar a Encuentro Social.

El ganador, con casi un 53% de los votos a su favor según los conteos rápidos del INE, tiene una responsabilidad inminente de un electorado que clama justicia social y fin de la impunidad.

Le restan a López Obrador apenas cinco meses, poco más de 150 días para realizar un ejercicio de consolidación de un plan de gobierno sin abruptas rupturas ni señales de venganza.

Así se advirtió que lo hará el virtual presidente electo cuando en su primer discurso como tal, llamó a la reconciliación nacional.

Ese mensaje no inquietó ni a los mercados, ni a los factores de la población que generan empleos y riqueza. Tampoco propuso medidas económicas radicales y comprometedoras de la estabilidad del país. Pero fue enfático en que la corrupción será castigada como lo demanda la sociedad nacional.

Las palabras de López Obrador reflejan el grado de su compromiso: “lo que nosotros estamos cosechando tuvo que ver con la siembra que se hizo en años anteriores, en décadas”, recalcó.

“No les vamos a fallar. No vamos a traicionar al pueblo de México”, ha dicho en infinidad de ocasiones, su llamado a la reconciliación nacional lo suscribió con un apotegma juarista: nada por la fuerza, todo por la razón.