No, en la infancia no fue fácil ser niña. Aunque haya trepado árboles, jugado con cementos de arena, arriesgado en juegos de canicas y de carreteritas, portado pantalones desde mis primeros años y perteneciera a una familia de mujeres, no era fácil ser niña. Quizá se deba a la ambivalencia de mi madre viuda, nacida en 1928, que nos inculcaba ser independientes, tener una carrera, y al mismo tiempo necesitaba el respaldo de un hombre, aunque sea para hacer referencia a él y así darse a respetar en diversos ámbitos (“dice mi marido, me lo pregunta el tío de mis hijas, etcétera”). Esta ambivalencia, causada por la cultura ambiente en la que muchas “amigas” dejaron de frecuentarla al considerarla como una tentación para los maridos (sí, era guapa). No sólo no fue fácil, no me gustaba ser niña: vivía esta condición como una limitación a cosas que deseaba. ¿Cómo ser niña scout a la que le enseñan a hacer nudos y montar una tienda de campaña, pero a la que le impiden, a diferencia de los niños trepar montañas, acampar al descubierto y no en sitios seguros? ¿Por qué debían adiestrarnos en bordar y coser botones? Odié ser niña scout. Detesté ser niña y no varón. El varón parecía gozar de una libertad inmensa a mis ojos, esa libertad que yo quería y de la que no gozaba.

¿La adolescencia? El asalto de algunos jóvenes. Varios novios. La emoción romántica que terminaba en “qué tanto es tantito”. La sensación de vulnerabilidad. El corazón partió. El flagelo de la madre que no se casó nunca más para evitar el abuso de un extraño sobre sus hijas. No, no fue fácil ser adolescente mujer, como tampoco, hoy me doy cuenta, es fácil ser adolescente varón. Porque también ellos la pueden pasar muy mal, aunque no se diga. ¿La adolescencia? La pregunta también sobre mi identidad sexual y la opción por ser heterosexual. Lo que importaba para mí era el cuestionamiento de certezas.

¿Feminista? Recibí mucho, y agradezco hondamente, el camino que abrieron tantas mujeres luchonas. Sin ellas, ¿cómo habría yo estudiado y estaría escribiendo en este mismo momento? No me he sentido laboralmente explotada, quizá por distracción de no andar checando cuánto ganan los hombres. En algún momento de mi historia me sentí reconciliada con mi ser mujer, pero no con la imagen de la mujer burguesa típica: aquella que está para servir al hombre que la mantiene, ni con la imagen de la cabrona tipo una fase de la campaña “Soy totalmente palacio”.

Sin embargo, hay reclamos feministas que no hago míos, pues me parecen caer en una trampa que no ven: el individualismo. No puedo y no quiero decir “es mi cuerpo y yo decido”, aunque respeto que alguien pueda hacerlo, sobre todo ante la falta de responsabilidad masculina o ante tantos abusos y violaciones.

El feminismo nos ha ayudado a crecer como sociedad, como lo hizo la lucha contra la esclavitud. Pero todo movimiento tiene un trasfondo ideológico en el que se ancla y que, por honestidad, las mujeres y los hombres feministas debemos revisar. El individualismo neoliberal puede infectar las mejores causas del feminismo. Yo reivindico la individuación de todo ser humano, ésa que no lo hace determinable por ciertos factores, pero que constituye lo que Mounier llamó ser persona: la individuación en el contexto amplio de la comunidad.

Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, se atienda Ayotzinapa, trabajemos por un Constituyente, recuperemos la autonomía alimentaria, revisemos las ilusiones del TLC, defendamos la democracia y no olvidemos a las víctimas.

@PatGtzOtero