El resultado comicial de hace una semana que otorgó un triunfo mayoritario a Morena e hizo posible el cumplimiento del adagio expresado por Andrés Manuel López Obrador de que la tercera es la vencida tiene múltiples lecturas y por supuesto variados efectos en la vida pública nacional, porque no solo ganó ese partido recién creado la Presidencia de la República, sino que obtuvo también una cómoda mayoría relativa en el Congreso federal, amén de gubernaturas, presidencias municipales y congresos locales.

La magnitud del innegable triunfo electoral ha llevado a proferir toda clase de desmesuras en el que motejarlo de “histórico” es el más sencillo y sobrio. Una buena parte de la comentocracia insiste en compararlo con el renacimiento como ave fénix de la presidencia imperial y, los malquerientes e inconformes de profesión, le encuentran similitudes al echeverrismo y un retorno a la dictadura del partido casi único. Lo que olvidan u obvian es que las manecillas del reloj de la historia no caminan hacia atrás, que México ya cambió, que los mexicanos somos diferentes y que sus opiniones solo destilan en el fondo la nostalgia, la añoranza y el dolor de la derrota.

En varias y diversas ocasiones y foros he afirmado que para que exista una democracia se requieren demócratas y lo que testimoniamos con el hidalgo gesto de José Antonio Meade primero y luego de Ricardo Anaya,  de reconocer su derrota, fue porque las cosas han cambiado, aunque algún pesimista afirme que debido al margen de votos “no les quedaba de otra”, lo cierto es que sí ha permeado la democracia, por lo menos la electoral, entre un importante segmento de la clase política. Qué bueno que se entienda que en política no hay enemigos, solo adversarios.

Por que hay que tener presente que la democracia no se agota en las urnas; es una forma de vida. Reiteramos la esperanza que podamos vivir ese estadio y que los hijos de nuestros hijos vivan y se desarrollen en ese entorno, que se dignifique la política, que cesen los enconos y la polarización estéril, que en las campañas electorales se destierren las deleznables y reprobables prácticas de guerra sucia que tanto ensuciaron los comicios recién terminados.

Es cierto que una vez terminados los comicios debe privar la racionalidad y que todos los sectores de la sociedad deben contribuir, participar y debatir incluso el rumbo del futuro nacional. El mandato en las urnas no equivale a un aval para imponer, someter, obligar o restringir a quienes piensan distinto. La libertad es un bien intangible del que goza el hombre, no debe nunca más, ser vuelto a conculcar en nuestro país y menos por justificaciones ideológicas.

El nuevo presidente en su momento tendrá que presentar su plan nacional de desarrollo, pero ya ha anunciado que iniciará su construcción y elaboración, esperamos que se realice y se concrete con apego a lo dispuesto constitucionalmente: a través de una consulta democrática.

La construcción del futuro nacional no es tarea de unos cuantos iluminados o está reservada solamente a los ganadores en las urnas, nos compete a todos,  construyamos un México de libertades con generosidad y amor por México.