Tras concluir el proceso electoral con los resultados de todos conocidos, hemos testimoniado acciones inéditas, otras conocidas y algunas olvidadas, propias de un cambio de gobierno, tanto por parte de los ganadores como de los perdedores. El sol que emerge ha ocupado todo el escenario y el presidente en funciones pareciera haber desaparecido. Aunque ambos equipos no deben olvidar que el gobierno en funciones termina el último día de noviembre y el nuevo empieza a gobernar el 1 de diciembre, ni antes ni después.

En la cascada de declaraciones los triunfadores, además de plantear temas o acciones a realizar, algunas son inviables y solo reflejan un desconocimiento del aparato público federal, en ocasiones muestran un desconocimiento total del derecho o el menosprecio a la ley. Abordar casos concretos no es el propósito, ni modificará la visión de quienes los realizan, será la dura y cruda realidad cuando se enfrenten a los problemas, esos si reales, los que habrán de ubicar a cada quien.

Lo que requerimos en este momento decisorio es visión de horizonte, pensar y construir para el futuro, necesitamos un auténtico Ejecutivo estadista. No son, no pueden ser tiempos de revanchas, ni venganzas. Es ocioso perder el tiempo en terminar de destruir a los adversarios políticos u ocupar el tiempo en elaborar andamiajes para retener el poder hasta siempre, el pueblo no lo permitiría.

El proyecto de nación delineado, y que triunfó en las urnas al someterse al escrutinio popular, debe afinarse y perfeccionarse. Requerimos que el desarrollo que se refleje en el Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024, sea construido en términos de lo establecido constitucionalmente, a través de una consulta popular democrática. La política debe imponerse a las vendettas estériles de facciones que, escondidos en propuestas de acción, dan cauce a las ambiciones o venganza de los grupos ávidos de poder.

El cambio verdadero debe ser un verdadero cambio. El largo interregno entre la elección y el ascenso al gobierno debe ser utilizado para reflexionar, consultar a los especialistas serios, incluso a los buenos servidores públicos, tan injustamente vilipendiados y que en su mayoría son mexicanos de bien, que se esfuerzan cotidianamente y que no son corruptos. Si bien es cierto que hay malos y corruptos servidores públicos, son los menos, y a esos hay que procesarlos y sancionarlos. Nadie puede arrogarse la exclusividad del amor a México.

La inercia de transformación y cambio que recorre el país debemos aprovecharla para desechar lo que no sirve, modificar paradigmas, transformar e incluso radicalmente adoptar medidas que terminen con vicios inaceptables del quehacer de la administración pública.

Hemos afirmado, y lo reitero, que la democracia no acaba en las urnas, por eso la construcción del futuro nacional debe hacerse democráticamente, no debe imponerse a raja tabla la visión de unos cuantos. Ese es uno de los problemas que hemos tenido desde siempre en la historia. La esperanza de que las cosas cambien para bien de todos los mexicanos no la perderemos nunca.