En estos días, el recorte anunciado por el virtual presidente electo de México a los salarios y prestaciones de los altos funcionarios, y la resistencia que muestran, me hizo llegar a la mente un recuerdo ya lejano de 1985 en Bruselas, Bélgica, capital de la Unión Europea.

Una mujer sencilla comenzó a frecuentar la parroquia en la que yo habitaba. No hablaba francés, menos flamenco. Alguien le dijo que yo era mexicana. Charlamos. Me preguntó de manera tímida en qué podía ayudar. Me dijeron que podía encender y apagar las velas. Ella estuvo encantada. Cada mañana y cada noche cumplía su servicio. Cuando no podía llegar, avisaba.

Nunca nos encontramos fuera de la parroquia, pero nuestro diálogo continuó. Ella, cuyo nombre desgraciadamente mi memoria no recuerda, mas no mi corazón, me dijo que era la esposa del embajador de Honduras en Bruselas. Saberlo no dejó de sorprenderme: ¿la esposa de un embajador podía ser tan humilde? En Bruselas habían rentado una casa de clase media, como la que habitaba el entonces Primer Ministro belga de aquel entonces: sencillamente confortable para seis personas: tres recámaras, no más; sin jardines ni lujos. No tenían coche, ni chofer. Cuando debían acudir a un acto protocolario, rentaban un coche, el hijo mayor se disfrazaba de chofer, los conducía, y se quedaba fuera hasta que el evento terminaba para regresar a casa. Cuando terminó el periodo del diplomático, toda la familia limpió hasta con las uñas la casa, del baño a la cocina, para que les devolvieran el depósito de la renta. Regresaron a Honduras. Aún conservo de ellos un bello mantel artesanal azul. Su austeridad reflejaba y asumía la situación nacional.

En las mismas fechas, el consulado de México ocupaba en Bruselas un bellísimo edificio Art Nouveau construido por el famoso arquitecto Víctor Horta, al que yo asistía para realizar mis trámites. La suntuosa casa del embajador mexicano, por su parte, se erguía en el centro de un jardín casi tan amplio como la vista, algo prohibitivo para los belgas de la clase media. México mostraba a los europeos su riqueza y ambición, mientras la mayoría de su pueblo vive de manera miserable. Esta magnificencia de las delegaciones en el extranjero se da en casi todas las grandes capitales del mundo. Por eso ha sido un premio ser nombrado embajador en países como Bruselas, París, Nueva York, Londres… ¿Cuánto cuesta cada una de la embajadas y consulados para mostrar un rostro exitoso y radiante de México?

El pretencioso gobierno tecnócrata de México muchas veces ha apostado a crear una imagen hacia el exterior, y también al interior, de aquello que pretende ser pero que no. No ha querido asumir sus contradicciones internas: su pluralidad étnica; la situación de sus habitantes en estado de miseria; su situación de dependencia económica; el racismo y el clasismo de sus clases dirigentes. Esto se exacerbó con la imagen que Salinas de Gortari vendió a los mexicanos y al mundo: la de un México que entraba de lleno en las grandes potencias. Tanto en el país como en el extranjero muchos le creyeron, mientras la insurrección zapatista mostraba, y sigue mostrando, la otra cara de la Nación, esa parte de México que sigue en espera de la ratificación de los Acuerdos de San Andrés que López Obrador prometió llevar a la práctica.

Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, se atienda Ayotzinapa, trabajemos por un Constituyente, recuperemos la autonomía alimentaria, revisemos las ilusiones del TLC, defendamos la democracia y no olvidemos a las víctimas.

@PatGtzOtero