Por Jacquelin Ramos y Javier Vieyra

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]F[/su_dropcap]abrizio Mejía Madrid es un escritor fascinado por las sombras de la historia. A modo de un Thomas Carlyle moderno, resuelve e interpreta el rompecabezas de la vida pública en México a través de sus personajes más polémicos. Poseedor de un agudo estilo literario, Mejía Madrid ha retratado en sus obras de igual manera a Fernando Gutiérrez Barrios, Emilio Azcárraga Milmo y Gustavo Díaz Ordaz, abriendo a los lectores la genuina oportunidad de dimensionar a los hombres de carne y hueso que se ocultan tras las estampas oficiales y los mitos populares. En su reciente novela Esa luz que nos deslumbra (Grijalbo 2018), el autor decide romper su propio molde de creación y no sólo multiplicar a los protagonistas de sus páginas, sino también adentrarse de lleno en el tiempo y el espacio de un episodio tan trascendental como el movimiento estudiantil mexicano entre los años de 1968 y 1971. En entrevista para Siempre!, Fabrizio Mejía Madrid despeja la ecuación de su libro y los destellos que iluminan, paulatinamente, este paradigmático episodio.

¿Qué encontrarán los lectores que se acerquen a Esa luz que nos deslumbra?

Existen cuatro libros importantes sobre el tema del 68: La noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska; Días de guardar de Carlos Monsiváis; después, una serie de testimonios de todas las personas que estuvieron en la cárcel o fueron representantes del Conejo Nacional de Huelga; finalmente, Parte de guerra de Julio Scherer y Carlos Monsiváis.  Estas obras tienen en común que son testimoniales, la mía es una novela que se basa en los papeles de la Fiscalía Especializada en Movimientos Sociales y Políticos del Pasado del doctor Carillo Prieto; con esos documentos traté de construir literatura, y lo que resultó fue una novela que relata lo que ocurrió desde 1968 hasta 1971 y que permite explicar a las nuevas generaciones qué fue lo que sucedió.

-¿Cómo fue el proceso de documentación para elaborar la novela?

El 68 tiene una característica particular: es un ejercicio de soberanía popular. Lo que nunca entienden Díaz Ordaz, Echeverría, Corona de Rosal  y García Barragán es que creen que es la dirigencia del movimiento a la que mandan a detener el 2 de octubre, es el Consejo Nacional de Huelga. Pero en realidad esa dirigencia no es tal, porque son representantes de las asambleas de las escuelas, que además son revocables, y entonces nunca saben bien quien dirige el movimiento.

El movimiento está dirigido desde la base, en los comités de lucha y en la brigadas, entonces lo que bastaba para ser parte del movimiento era presentarse a una asamblea o a una marcha; en realidad no se te exigía una credencial para entrar al movimiento del 68. Desde esa perspectiva, todo el que era estudiante en el 68, es parte del movimiento.

Desde que soy niño, vengo oyendo historias del 68, testimonios de mis familiares,  y, efectivamente, a lo largo de mi vida conocí a Heberto Castillo, hablé con Eduardo Valle, conocí a Cervantes Cabeza de Vaca, mi maestro en la universidad fue Roberto Escudero, por supuesto mi amistad con Poniatowska y con Monsiváis, todo eso se usó para hacer la novela.

Ahora, específicamente para documentarla, consulté las casi 4 mil paginas de la Fiscalía Especializada, la biblioteca y el archivo de Paco Ignacio Taibo II, además de que realicé una lectura bastante intensa de todos los testimonios que existen, que son alrededor de 50 libros de distintos representantes del Consejo Nacional de Huelga y algunos brigadistas que han sacado sus obras en editoriales muy pequeñas y con tirajes muy reducidos, que no por ello no son menos importantes.

-¿Cuál fue el reto de transformar toda esa información en narrativa?

El reto literario fue darle espacio a todas  las voces y a las diferentes versiones que desmontaban la verdad histórica. Encontré una cosa que fue para mi asombrosa: pude corroborar que, como siempre dicen, “ser joven siempre es y ha sido lo mismo”. Yo estuve en la huelga de 1987, la de 21 días del Consejo Estudiantil Universitario, y dormir en el Aula Magna en huelga, es lo mismo que haberlo hecho en el 68, y que se escuchan sólo los pasos de los manifestantes hacia el Centro Histórico, la emoción de llegar al Zócalo, que no se oiga lo que dice el orador en la plaza, todo eso es igual. Entonces fue como ir con mi propia experiencia para concebir una serie de voces, que en realidad son cuatro las que narran estos episodios; no están identificadas, no tienen nombre, sino simplemente un estilo de hablar y de decir las cosas. Hay una chica, por ejemplo, que es una estudiante, no sabemos de qué carrera, posiblemente de filosofía, porque habla mucho de sus lecturas, de música, etc., y que asiste a las marchas. Existe otro personaje que no tiene nada que ver con el movimiento, es el más grande, tiene 40 años, y logra ver todo desde afuera. Así, se va armando el espíritu, el ánimo del 68.

-¿Existe, entonces, una empatía con tus personajes?

Tienes que tener empatía, porque finalmente es una rebelión, muy alegre, muy desenfadada, la consigna de esa época era: “aliviánate y no te azotes”. Es como ese relajo muy animado que no se da cuenta de que está rompiendo con un montón de cosas: no solamente están criticando al presidente por primera vez, no sólo marchan sin ser convocados, no sólo están discutiendo, sino también están poniendo en duda la autoridad de sus padres dentro de las familias, cuando les prohíben ir a las marchas porque es peligroso. Sin embargo, salen de su casa y hay gente que hace una vida en la huelga, en los 123 días que dura. Lo hacen de manera subconsciente y eso me perece muy empático, además del desenlace trágico del  2 de octubre, y que significa un reforzamiento del autoritarismo en México. Hasta 10 años después será legalizado el Partido Comunista Mexicano y podrá entrar a elecciones, pero en ese entonces ser de izquierda estaba prohibido. El desenlace es una derrota política, pero un triunfo moral del movimiento.

-Tú ya habías incursionado en el personaje de Díaz Ordaz en Disparos en la oscuridad, ¿hubo algo que quedó pendiente de contar ahí que ahora rescatas en Esa luz que nos deslumbra?

Hay varios episodios de Díaz Ordaz que yo no había contado en Disparos en la oscuridad que tienen que ver con el trato. A  Díaz Ordaz en Disparos en la oscuridad lo vamos a ver desde niño hasta su muerte, en 1979; en Esa luz que nos deslumbra lo observamos solo en la oficina y vemos, por ejemplo, el trato que le da Lázaro Cárdenas cuando lo visita, y que él lo recibe en la puerta de pie y después  lo corre; también de cómo trata a García Barragán cuando se burla de él porque no hay un solo detenido del Consejo Nacional de Huelga en la toma de la Ciudad Universitaria; está retratado un Díaz Ordaz más socarrón, mas vengativo con sus propios colaboradores, que es despreciado pero al mismo tiempo temido.

-¿Por qué es trascendente el tema de 1968 en tu obra?

El 68 tiene una cualidad de ser como un vaso vacío: tiene un modelo del mito trágico, de Edipo, por ejemplo, lo puedes llenar cada cierto tiempo con distintas cosas para explicar el presente, hasta Freud lo terminando llenando como arquetipo del inconsciente; creo que el 68 tiene esa característica, lo usamos para explicar el presente, para decir “esto empezó en el 68”, aunque no sea cierto, aunque el ejercicio de esa soberanía popular del 68 no haya sido nunca la vía armada, como cuando estallan las guerrillas en la guerra sucia de los 70, su justificación dice que se cerraron las vías legales con el 2 de octubre. Lo mismo se puede decir del año de 1988 y el Frente Democrático Nacional de Cuauhtémoc Cárdenas, que tenía que ver con el 68 porque se trataba de las libertades democráticas, pero el movimiento del 68 jamás reclamo libertad electoral, ni el sufragio efectivo, ni que desapareciera el partido único; ahora con el 1 de julio también se volvió a decir que se debió a los 50 años del 68. El movimiento del 68 es algo, como todos los mitos, que sigue actuando, nunca se termina, a mi me interesa como mito para volverlo a llenar; pero no llenarlo con cosas que no se pueden demostrar, por eso lo llené a través de si mismo.

-¿Qué buscas expresar con esta novela? ¿Dar a conocer tu propia verdad histórica? 

Busco hacer una pregunta. A mi me sigue asombrando mucho una sociedad que aplaudió la represión de los estudiantes, que es este país de avenencia, de la incertidumbre, de aguantar todo con resignación a cambio de lo que en esa época era el milagro mexicano; pero la pregunta que me atosigó por completo fue: ¿Qué pasó con toda esa gente que no se enteró que era el 68? Porque había gente que se molestaba porque estaba cerrado Paseo de la Reforma, y que cuando paso la represión no les afectó mayormente. Es decir, ¿qué pasó con esa mayoría silenciosa que nunca se manifestó y se acomodó? Ese es el verbo preferido de la política mexicana. Entonces, esa sociedad que se acomodó es la que yo cuestiono: qué pensaba, ¿por qué no sintió responsabilidad moral por los desaparecidos, los encarcelados? Esa es la pregunta que yo quiero que el lector responda, finalmente creo que no hay novelas políticas, lo que existen son lectores políticos.

-Aunque sí existe un revaloración personal del movimiento…

Yo creo que el 68, en la historia contemporánea del país, va a hacer ese lugar al que volvamos para decir “ahí está el presente”. En realidad se trata de una rebelión de muchos niveles, su malestar es contra el autoritarismo en todas las formas, no en balde, por ejemplo, las feministas pueden considerar que el 68 también es su origen. Se pueden encontrar muchos precedentes del 68 de toda la articulación de la desobediencia temporal y creo que eso seguirá. Cuando decimos que es una rebelión de la cultura, mucha gente piensa que es por el asunto del arte, pero en  la realidad es más profundo, es algo más cotidiano, es lo que trato de explicar, como sucede dentro de las familias, entre padres e hijos, mujeres y varones, entre morenos y güeritos, viejos y jóvenes, etc.

-¿Existirá una nueva interpretación del 68 en la alternancia y la coyuntura política que estamos viviendo?

Desde antes de que viniera la elección del 1 de julio, celebré que el rector de la UNAM, conmemorara “el bazucazo” a la Preparatoria 1, me pareció notable; es la primera vez que un rector, desde Javier Barrios Sierra, reivindica esa fecha como un día de defensa de la autonomía universitaria. Además, los actos, exposiciones y  libros que van a salir de la UNAM son reflejo de la voluntad de sus autoridades por plantear la conmemoración como un asunto de Ciudad Universitaria, aunque falta el Poli. AMLO tendrá que decir algo como presidente, ya la mayoría en el Senado propuso poner en letras de oro “Los mártires del 68”, cosa que ya se había hecho en la Cámara de Diputados y en la ALDF. Estos actos son de remembranza, pero finalmente la reflexión quedará en manos de los escritores, de periodistas y de los universitarios.

-En tu libro introduces una frase contundente, “México es una humillación compartida”, ¿siguen siendo vigentes estas palabras? 

Con esa frase me refiero al ejercicio de poder mexicano. Siempre ha sido un ejercicio de autoritarismo que del otro lado encuentra obediencia, incluso de servidumbre. La gente en general, y en el 68 es muy notable, aguanta las decisiones de poder porque vienen del fuerte y no las cuestionan; ahora creo que la nueva humillación son los medios de comunicación a efectos de creerse una serie de hechos, de palabras, que no tienen moralmente una verdad, como la palabra “populismo”, que son despectivos, y se califica a un movimiento completo de eso. Creo que esa humillación compartida sigue estando, una de las cosas que pueden empezar a cambiarla son los resultados del 1 de julio, para que nuestra humillación ya no sea compartida, que nuestra humillación ya no sea parte de la agenda del poder, que nuestra situación sea, efectivamente, algo intermedio entre la humillación y la impunidad, es decir, la justicia.