“Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, Pon las tuyas a remojar”.

                                                                 Timothy Snyder: “El autoritarismo necesita Servidores públicos obedientes” (Y electores Crédulos).

“Mucho del poder autoritario se le entrega voluntariamente”.

Cuando a los mandatarios se les hace engrudo el problema económico y no encuentran la manera de controlar la inflación, recurren a una “fórmula mágica”: le quitan ceros a su moneda y “asunto resuelto”. Algo similar a lo que disponen los diputados mexicanos cuando no pueden cumplir con la expedición de una ley que debe aprobarse antes de un hora límite: entonces detienen el reloj del congreso y así lo mantienen hasta que por fin pueden sacar la ley del presupuesto correspondiente. Algo absurdo pero así lo han hecho en no pocas ocasiones.

Por desgracia, la inflación es un problema que se repite, una y otra vez en muchas partes del mundo. El desastre económico de la República Bolivariana de Venezuela, enterrada —como cabeza de avestruz—, en honda crisis institucional, no deja de crecer. Los expertos del Fondo Monetario Internacional (FMI), afirman que “la situación es similar a la de Alemania en 1923 o la de Zimbabue en 2008”, que por cierto no se ha resuelto cabalmente. Según insiste el Fondo, los precios en Venezuela están descontrolados —además de que el país sufre un desabasto generalizado—, y el dinero pierde valor a una velocidad exponencial, al tiempo que se desploma la demanda. El FMI prevé una subida de la inflación del 1.000.000% al cierre de 2018. La mejor prueba de que el dinero venezolano perdió su función de intermediario en la economía nacional.

No hay que ser doctor en economía para saber que la hiperinflación ha hecho presa de la nación bolivariana. En la capital venezolana o en cualquier otra ciudad de provincia los precios aumentan cada dos o tres días, haciendo papilla al salario mínimo —de 5.2 millones (sic) de bolívares al mes, equivalente a poco más de 1.5 dólar en el mercado negro, alrededor de $30 mexicanos—. Los desesperados venezolanos saben que con ese dinero no les alcanza ni para un kilo de carne de res, ni una lata de atún.

¿Quién sobrevive con eso? Todo mundo está obligado a conseguir dinero extra. El pueblo hace milagros, no peripecias, para alimentar a la familia. El caso de José Olivares, mensajero de una empresa estatal, se repite hasta la saciedad: “He pasado hasta dos días y medio sin comer. Cuando me da hambre, bebo agua. Si me empiezo a marear, me la tomo con azúcar y me acuesto”. José gana el sueldo mínimo, con el que apenas puede comprar “dos kilos de yuca, uno de plátano y algo de carne”. Su historia apareció en periódico madrileño El Mundo. Historias que no siempre aparecen en la prensa venezolana porque el presidente Maduro ordenó a sus secretarios que jamás utilizaran en sus declaraciones a los medios la palabra “hiperinflación”. La vieja idea autoritaria de que si los problemas no se mencionan “no existen”. Algo imposible de ocultar. Las distorsiones en la economía “bolivariana”, afectada además por una severísima escasez de alimentos y medicinas, son innumerables. Por ejemplo, un kilo de ajo cuesta 32 millones de bolívares (equivalente a seis salarios mínimos). Maduro ya encontró la fórmula para “resolver” el problema. El lunes 30 de julio, durante un congreso de su partido anunció con voz tonante: “el salario mínimo aumenta a tres millones de bolívares mensuales”. Y san se acabó. La asamblea se caía en aplausos.

Nicolás Maduro sobrevive mientras Venezuela agoniza. En su campaña para la reelección el 20 de mayo pasado —en unas elecciones cuestionadas prácticamente por toda la comunidad internacional, excepto por los regímenes adictos al bolivariano venezolano—, el sucesor de Hugo Chávez (santo principal del martirologio nacional), prometió en infinidad de ocasiones una “recuperación económica”. No obstante, han pasado más de dos meses hasta su anuncio hace una semana de un “programa de recuperación económica” que arrancará con el lanzamiento, el lunes 20 de agosto próximo de nuevos billetes con cinco ceros menos. En principio estaba previsto quitarle solo tres ceros al bolívar y que el nuevo billete circulara a comienzos de junio, pero la falta de papel para imprimirlo lo impidió.

Durante una reunión con su gabinete, el mandatario “socialista” dijo: “El 20 de agosto arranca…el programa de recuperación económica con la reconversión monetaria, cinco ceros menos”. Palabras, palabras. Algunos expertos en la materia, como el economista Henkel García, jefe de la firma Ecoanalítica, salieron al paso y declaró: “quitarle cinco ceros a la moneda es reconocer que existe hiperinflación”, agregando que la medida no servirá de nada “si no se acompaña de un programa de recuperación económica”.

El caso es que desde 2015, el gobierno de Caracas no publica cifras de la inflación que sufre el país. Nicolás Maduro asegura, cada vez que habla sobre el tema, que los precios aumentan por una “guerra económica orquestada por la oposición y Estados Unidos de América para intentar derrocarlo”. Tanto Hugo Chávez en su momento, como ahora Maduro, los dirigentes venezolanos encontraron su chivo expiatorio para todos los males que aquejan al país: el Tío Sam, representado por el truculento presidente estadounidense, el mentiroso Donald Trump.

Hay otros críticos venezolanos que exponen la improcedencia de las disposiciones económicas de Maduro, como el economista Luis Vicente León de la compañía Datanálisis, que por medio de Twitter dice que “eliminar los ceros a la moneda puede ayudar a muy corto plazo a procesos operativos que ya hacían inviables incluso las operaciones virtuales, digitales y fiscales…pero sin un modelo de reforma integral, la inflación se comerá esa ventaja en muy poco tiempo”.

El ya citado Henkel García fija límites a la medida de Maduro: “Sin reformas, en seis meses los nuevos billetes estarán obsoletos y el año que viene habrá que quitarle más ceros a la moneda”. Cuando se dispuso los actuales cambios monetarios, a principios de 2017, con el billete de mayor valor, el de 100,000 bolívares, se compraban alrededor de diez kilos de carne de res, actualmente apenas sirven para adquirir un cigarrillo.

No hay que olvidar que esta será la segunda reconversión monetaria en diez años, después de que en 2008, el fallecido presidente Hugo Chávez Frías eliminara tres ceros al bolívar.

Las disposiciones de Maduro parece que únicamente alargan el problema de inflación. Por eso, según el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros, la canasta básica para una familia de cinco personas cuesta “654 millones de bolívares” (sic), pero “usted” va a ganar solamente 52 bolívares. Así nadie resuelve el problema. Todo lo contrario: es un drama imposible de resolver.

En medio del caos, las protestas nunca terminan. De acuerdo a la ONG, Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, durante el primer semestre de este año, hubo en Venezuela 5,300 manifestaciones. Sin embargo, hasta ahora, las protestas se realizan de forma atomizada, sin un liderazgo político que las aglutine y sin que constituyan una fuerza política orientada a promover el cambio político. De acuerdo al politólogo Miguel Martínez Meucci, citado por El Mundo de Madrid, “las mayores protestas con incidencia política suelen registrarse en sociedades que experimentan un severo y repentino revés económico y no en las aquellas ya están totalmente sumidas en la pobreza” que es el caso de Venezuela.

De tal suerte, los venezolanos mayores de 40 años, todavía recuerdan el Caracazo —el violento episodio nacional que muchos chavistas reivindican como la antesala de su arribo al poder— de 1989, en el gobierno de Carlos Andrés Pérez, por una inopinada subida de los precios. Ahora, la hiperinflación que sube y sube la canasta básica en cuestión de minutos, prende los ánimos de la misma clase social que protagonizó la revuelta hace 29 años. Alguien en la cola para comprar pan dijo: “Lo que se espera ahora es un estallido social”. Venezuela conocerá pronto más días difíciles. !Lástima! VALE.