Con sus pensamientos expresados y sus acciones, cada presidente de México incuba el embrión (respectivo y a su estilo) de nuestros sempiternos símbolos: el águila y la serpiente. El presidente electo Andrés Manuel López Obrador, desde su ejercicio del poder, anticipado, empezó a empollar los suyos.

Y no hay cosa que no tenga precio, y daños colaterales. ¡Todo a su tiempo!

En Teotihuacan, en donde el hombre del poder se convierte en dios, el antropólogo Sergio Gómez y su equipo han encontrado una sala subterránea a la que hace cientos de años ingresaba quien iba a ser el omnipotente de ese tiempo, para recibir la fuerza del inframundo, nivel que sustentaba, en esa cultura, a los otros dos: a la tierra y al cielo.

Los hombres vivían a ras de tierra, pero el huevo de la serpiente portaba directamente la energía de ese subsuelo, y el huevo del águila era el claro símbolo del cielo. El todopoderoso (en aquellas nuestras raíces) encarnaba esos tres planos formadores de un todo.

Quede preciso que a esas profundas esencias del poder, cada etapa postrera le ha hecho aportaciones, y no siempre pertinentes.

Hoy, y en México, el poder del presidente se desplanta de un inframundo que le entrega el manejo de cerca de 5 billones de pesos, al tiempo que lo hace jefe nato de todas las fuerzas armadas; a esto le puede sumar su capacidad, y la autoridad moral que haya construido a la vista y aprecio de la población mayoritaria. Con ese riquísimo bagaje, inició Andrés Manuel su adelantado ejercicio; y como a sus antecesores, cada acierto es un punto a su favor, pero cada error son seis puntos menos.

Y el poder desgasta, pero el no poder desgasta más.

¿Podrá López Obrador y su equipo lograr (a base de buenas intenciones) que las víctimas y los ofendidos perdonen, sin olvidar, sin haber por parte de los victimarios una aportación suficiente que justifique el no castigarlos legalmente?

¿Podrá López Obrador cumplir con “respetar la separación de poderes, y las atribuciones legales de todos, y al mismo tiempo establecer que nadie ganará en el poder público más de 108 mil pesos, que será el ingreso mensual del presidente?, cuando quien constitucionalmente determina los sueldos a todos los funcionarios federales es la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, a través del Presupuesto de Egresos de cada año.

El propio ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación afirma, para bien o para mal, que sus “remuneraciones dignas… no son en beneficio personal… ni mucho menos privilegios inconfesables… pues tener buenos jueces, independientes y confiables, hace a la democracia real y efectiva…”

Y los ministros de la Corte no olvidan ni perdonan; no olvidan que la ley no permite que sus sueldos bajen de monto, y no perdonan a quien quiera reducirles la paga.

Ni los mexicanos olvidaremos ni perdonaremos el que se disfrace de delegados, del presidente, a cada líder local de Morena.