Elemento de fondo en el triunfo de Andrés Manuel López Obrador es la profunda crisis del actual régimen, entendido este como el conjunto de instituciones, leyes, valores, ideología y organización del poder. De ahí que Alfonso Navarrete Prida, en reciente entrevista con Fabiola Martínez, reportera de La Jornada, advierta que México vive no solo un cambio de gobierno, sino de régimen.

En efecto, quien eche una ojeada al Estado mexicano se encontrará con que las instituciones no funcionan o lo hacen de manera insuficiente, que nuestro sistema jurídico es un amasijo informe, disfuncional y plagado de contradicciones y que por lo mismo no favorece la justicia; que la corrupción generada y alentada desde el gobierno ha logrado permear en amplias capas de la población, que la ideología posrevolucionaria se extinguió hasta borrarla de los discursos oficiales y que la organización del poder es un completo desbarajuste, causa y efecto de la ineficacia de la autoridad.

En la base de ese “orden” disfuncional y sin rumbo está una economía, cada vez más subordinada al extranjero, la que genera una altísima concentración de la riqueza producida socialmente y, como complemento, una creciente incapacidad para satisfacer las necesidades del grueso de la población. La economía, como lo dijo el hoy menospreciado Carlos Marx, determina a fin de cuentas todo lo demás.

Navarrete Prida atribuye el anquilosamiento nacional al hecho de que “desde hace muchos lustros un presidente de la república no tenía… las mayorías legislativas”. Por supuesto, es un planteamiento discutible, pues con o sin esas mayorías, los gobiernos neoliberales lograron desmantelar el sector público de la economía y en el presente sexenio le dieron el golpe de gracia a empresas paraestatales que no hace mucho eran orgullo de los mexicanos y pilar político de los gobiernos.

En lo que debemos estar de acuerdo con el secretario de Gobernación es en que hoy existen las condiciones para el cambio de régimen y, más allá de las inevitables y hasta necesarias diferencias entre partidos, se le ofrece al país la posibilidad de una renovación pacífica, que sería la primera de nuestra historia, pues otras transformaciones han sido precedidas de guerras civiles.

Sin embargo, el cambio de régimen avistado por Navarrete Prida difícilmente se redondeará en seis años. Lo que viene, si hay inteligencia y voluntad política de ganadores y perdedores, es sentar las bases para dar un nuevo rumbo a México, lo que será poco para el presente, pero mucho en términos históricos.