Todos recordamos el caso ocurrido hace unos meses de un mono capuchino que por más de 10 horas puso de cabeza a brigadistas, brincando de un árbol a otro, dándose tiempo para posar ante las cámaras de los transeúntes, esquivando con agilidad dardos tranquilizantes. Después de deambular sobre Paseo de la Reforma por dos semanas, fue capturado y ahora encontró un hogar, pues formará parte de los ejemplares de esa especie que alberga el Zoológico de Chapultepec.
Como parte de este episodio, hay que indicar que la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) inició una investigación para identificar a los responsables de la fuga del primate. Dentro de las indagatorias, consultó a la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) sobre posibles registros en la zona y si el ejemplar contaba con microchip, pero no tenía. La dependencia cerró el caso y determinó que el mono capuchino se enviara al zoológico.
Sirva esta historia para lanzar una voz de alerta sobre el creciente tráfico ilegal de especies tanto en la Ciudad de México como en el resto del país. Vayamos a las estadísticas:
Entre 2013 y 2018 la Profepa realizó 126 visitas a domicilios particulares, asegurando 331 ejemplares de fauna silvestre: 123 fueron loros, pericos, guacamayas y cacatúas; 61 aves canoras y de ornato; 7 monos mexicanos y 4 exóticos. El resto fueron mamíferos y aves de diferentes especies.
La dependencia informó que la de los monos es una de las especies más traficadas en México, junto con las guacamayas, loros, tucanes, ocelotes, tarántulas y reptiles. Indicó además que, para tener como mascota a un animal exótico que no esté en peligro de extinción, se debe tramitar un permiso ante la Semarnat. Entre la documentación que esta dependencia revisa está la carta de responsabilidad del dueño sobre el cuidado del animal, un certificado de permiso de importación, documentación médica, o comprobante de domicilio del lugar en que se mantendrá al ejemplar.
Por su parte, organizaciones ambientalistas hacen hincapié en que el tráfico de especies no solo afecta la calidad de vida del espécimen, así como su comportamiento, sino que incentiva la práctica de este delito, el cual es considerado la segunda mayor amenaza para la vida silvestre, después de la destrucción del hábitat.
Enfatizan los especialistas que los animales silvestres no son mascotas y las personas no deberían comprarlos, pues se genera un daño irreversible a los ecosistemas. “La mayoría de los animales silvestres comercializados fueron extraídos de manera ilegal de su hábitat. El consumo de esa fauna no solo implica el eslabón final del tráfico de especies, sino el impacto al hábitat y a la pérdida de esa especie: por cada cría de mono que se extrae, fueron asesinados tres”, indica Juan Carlos Cantú, director de Programas de Defenders of Wildlife en México. Añade que una vez que son extraídos los ejemplares, el índice de mortalidad en el camino a ser comercializados es muy alto. “En reptiles, entre 60 y 80 por ciento, mientras que en aves, como pericos, por cuatro que son alejados de su hábitat, solo uno sobrevive”.
Otra de las opiniones que se deben tomar en cuenta sobre esta creciente problemática es la de María Elena Hoyos, exdirectora del Zoológico de Chapultepec, la cual señala que la población adquiere esta fauna solamente “por ocurrencia” y la mayoría lo hace en comercios como el Mercado de Sonora, donde la mayoría de las especies es de dudosa procedencia.
Como vemos, el tráfico de animales en peligro de extinción, lejos de disminuir, está en franco crecimiento. Hasta que la población no deje de comprar ejemplares salvajes, la cadena del tráfico animal continuará, con todas sus consecuencias. En la propia ciudadanía está la solución. A mayor conciencia ecológica, menor tráfico. Entonces, seamos más solidarios con nuestro hábitat.
Secretario general del PVE en la Ciudad de México



