Edgar Aguilar

Los cuentos de Alejandro Ipatzi (Tlaxcala, 1975) subyacen en el fondo de la vida cotidiana, mas no del todo ordinaria. En el relato “Los monstruos”, por ejemplo, arrastrándose pesadamente bajo las alcantarillas de la ciudad, criaturas gelatinosas de “escamas calcáreas” pretenden ascender y hacerse visibles, mientras en un estacionamiento subterráneo, una barahúnda de punks se apresta a moshear en una “bárbara diversión”. Así, los “especímenes” (los punks y los seres del subsuelo) se funden al ritmo frenético del slam, y Alejandro Ipatzi lanza sardónicamente la consigna a través del personal de mantenimiento: “Son monstruos destripando monstruos”.

En “Graffitero”, un joven “deambula buscando un sitio estratégico para realizar el grafo” por las sórdidas y oscuras callejuelas de una urbe que, al mismo tiempo de rechazarlo, lo acosa constantemente. No hay, sin embargo —y no habría por qué haberla—, una crítica social premeditada. Si acaso se insinúa, pero como un elemento narrativo y no discursivo. Hallamos, por el contrario, como si fuera un crimen cometido por quienes ansían ante todo la libertad, personajes que no tienen escapatoria: “Del fondo de la calle brotó un haz de luz. ʽPuta madre’. Le habían cortado la retirada”.

Crudos, sí, pero de una impavidez que por momentos parece desdeñar esa misma crudeza, como en el excelente cuento “Mecánico”: Manuel, mecánico de oficio, vive en compañía de su mujer y su pequeño hijo, quien le brinda las pocas satisfacciones que aún puede albergar. El padre, al terminar exhausto la jornada de trabajo en su taller y luego de fumar cigarro tras cigarro, y ante las dificultades económicas que enfrenta, siente cómo “una estopa empapada arde en su interior”. Esta imagen (estupenda, por lo demás), incrustada en las entrañas del personaje, detonará de forma casi paralela el desenlace del cuento. Y el lector quedará frío…

“Ahora que somos tantos”, que da título al volumen de cuentos, es una historia de fantasmas. Un hombre de negocios, acosado por el recuerdo y el remordimiento, “comparte” con sus parientes —que han crecido casi imperceptiblemente en número— la antigua casa familiar. No es el mejor de la serie, pero sí el que muestra con mayor claridad esa sensación de vacío, de soledad y de ausencia que parece permear la narrativa de Alejandro Ipatzi. Otros cuentos son “Mercenario”, “La casa de los tíos”, “Amatophobia”, “Trotamundos”, “Recorte de personal” (uno de los más recomendables), “Antes de que amanezca” y “Receta para pintar”.

Es de destacar la forma en que Ipatzi narra. Simplemente no es usual su modo de escribir. Aunque poéticas en algunos casos sus frases, parecen dardos envenenados que suelen dar justo en el blanco, algo que sólo se logra con un lenguaje sobrio y contenido, y que no es el caso de nuestro autor. Nos quedamos, sí, con la trama, pero envuelta en un lenguaje que la enriquece y, como una súbita llamarada, la volatiza.

Alejandro Ipatzi, Ahora que somos tantos (reimpresión). Ediciones El Perro, México, 2017; 86pp.