Indudablemente el 1 de julio ocurrió uno de los grandes triunfos electorales de la historia de México y uno de los que significarán mayores transformaciones. Un movimiento, Morena, formado pocos años antes, ganó la mayoría de los electores en todos los estados, salvo Guanajuato; mayoría en las dos Cámaras del Congreso y muy cerca de la mayoría calificada. Triunfa un movimiento “populista” con tendencias de izquierda, aunque muy heterogéneo, que captura los bastiones de la derecha en el norte del país. En el proceso quedan prácticamente destruidos los dos partidos tradicionales, el PRI y el PAN.

¡El mandato popular para el cambio fue contundente! No se entendió que el país rechazaba el “más de lo mismo”, el neoliberalismo, las reformas estructurales. Los problemas más serios de violencia, corrupción e impunidad, deterioro de las condiciones económicas de la gente se venían acumulando a lo largo del milenio con agravamiento en los últimos años de este sexenio. Superar estos retos son los objetivos que configurarán la ruta de la Cuarta Transformación.

I. Los avances: ¡ha habido avances indudables en pocas semanas! Estamos en presencia de un auténtico “pregobierno” que, con un bombardeo diario de propuestas y nombramientos, determina la agenda nacional. Hecho insólito, el presidente Peña está prácticamente ausente.

Frente a dudas iniciales sobre una inestabilidad financiera, que pudiera ocurrir después del 1 de julio, su ya nombrado equipo económico hizo una encomiable labor de convencer y tranquilizar a los inversionistas de que se aplicarían políticas fiscales ortodoxas. Como consecuencia, el peso se apreció y el índice de confianza de los consumidores alcanzó altos niveles. Se realizó una valiosa operación de “concordia” con todas las cúpulas empresariales, anteriormente muy críticas, en que algunos voceros se rebajaron a niveles de servilismo desmesurados. Se estableció en las dos reuniones con el presidente Peña una transición de poder tersa. Ha habido una insólita preparación del futuro gobierno: el gabinete se nombró desde diciembre; subsecretarios y directores de organismos en los últimos días. Se da un importante cambio: es un “gabinete de profesores”, con más posgrados que en la actual administración. Se desplaza en las áreas económicas al omnipresente grupo ITAM y se les sustituye por gente de la UNAM y del Colmex, en sí, síntoma de gran cambio.

Se tiene un esbozo de programa de gobierno: los fundamentos de una política económica ortodoxa están definidos: preservar el equilibrio fiscal, no aumentar la deuda, mantener la autonomía del Banco de México. Sus grandes propuestas son: un aumento de la inversión en infraestructura, esencialmente orientados a apoyar el desarrollo regional del rezagado sur-sureste, con el proyecto transístmico y el tren Maya. Dos grandes programas sociales, uno orientado a los “jóvenes ninis” a través de becas y programas de aprendizaje en las empresas, y aumento de la pensión de los “adultos mayores” desamparados. Los recursos provendrán de redireccionamiento del gasto dispendioso y del ataque a las fuentes de corrupción. ¿Alcanzará?

López Obrador ha iniciado un evidente programa para implantar la cultura de “austeridad de Estado”. Para ello, ha realizado un admirable manejo de los “símbolos”, vive en su antigua casa, se mueve en su “Jetta” sin aparato de seguridad, viaja en avión comercial como cualquier “vecino”. Todo ello como paso para abandonar la residencia de Los Pinos, vender los aviones presidenciales, ha designado un equipo de 20 civiles para su protección, previo a reincorporar al Estado Mayor Presidencial a la Secretaría de la Defensa. Tiene 25 proyectos prioritarios y 50 acciones de austeridad. ¡Allí hay de todo! Pero la gente está satisfecha con la dirección del cambio, orientada a eliminar evidentes abusos y dispendios. Hacia la pacificación del país, la Secretaría de Gobernación se pronuncia por una cuestionada “amnistía” y se favorece la “legalización de la marihuana”. Se reestablece una Secretaría de Seguridad Pública, corrigiendo un grave error.

II. Los riesgos: en todo esto se presentan indudables riesgos que pueden conducir al “descarrilamiento” de estos notables esfuerzos. La economía mexicana está dando muestras de “desaceleración económica”. A esto se sumará la habitual “atonía” del primer año de gobierno. La inversión privada, siempre cautelosa, espera las “señales” para invertir. El nuevo equipo nunca está preparado para ejecutar programas. En el primer año del gobierno de Fox hubo crecimiento negativo.

1. A la tradicional parálisis se agregan tres graves errores: a) La absurda “descentralización” de las secretarías de Estado. ¿Salud a Chilpancingo? ¿A quién se le ocurrió tamaño disparate? ¿Cuál es el propósito? La tendencia mundial ha sido ubicar al gobierno federal en “la capital”, para eso se crearon. Al contrario, en capitales como Madrid se hace la Ciudad de los Ministerios “para facilitar la coordinación”. La reubicación de golpe o gradual paralizará al gobierno. Muchas ciudades no tienen la infraestructura; las familias de los burócratas no quieren dejar sus escuelas y casas; no hay conectividad aérea entre digamos Chilpancingo y Tijuana. b) La centralización de compras en Hacienda, hasta para adquirir papelería, también paralizará la administración. c) Reducir varios miles de empleados de confianza “a rajatabla” también frena la marcha de la administración. La reducción dramática de sueldos también desplazará a servidores competentes de un servicio civil profesional. La consecuencia puede ser más corrupción y un serio deterioro de la calidad de la administración. Es verdad que hay muchos abusos, sobresueldos, prestaciones, “bonos” por abajo de la mesa, áreas en que la “autonomía” presupuestal solo sirvió para pagar altos sueldos.

La forma de hacer recortes significativos es compactar la estructura misma del Estado, secretarías, subsecretarías, coordinaciones, asesorías, y reducir el número de comisiones autónomas de dudosa utilidad que solo “fragmentan” el Estado mexicano, así como cancelar programas asistenciales y clientelares, como los miles de ataque a la pobreza, sin resultados. Todo lo anterior significa que el nuevo gobierno puede iniciarse, debido a estos elementos de parálisis, con una fuerte desaceleración o aun recesión.

2. El federalismo fiscal, es cierto, se ha convertido en un verdadero “feudalismo fiscal” —gran fuente de corrupción— que requerirá tiempo en corregirse. Me pareció inicialmente que crear un solo delegado federal era una buena vía rápida de control y para desaparecer a los 30 delegados, o más, que tiene cada estado. ¡Para un barón feudal, un virrey representante del monarca! Eso funcionaría si fueran administradores probados. Pero lo que se pretende, por sus perfiles, no es eso, sino un competidor político del gobernador, aspirante a ser el nuevo “señor del feudo”, y esto significa tener “dos poderes antagónicos”.

3. ¡La propuesta administración del sector energía tiene evidentes deficiencias frente a las tareas colosales que enfrenta! Según sus pérdidas no podrían estar peor las dos grandes empresas. Pemex es un área de desastre.

4. No se ha reconocido la “centralidad” que debe asignarse a acelerar el crecimiento económico como elemento motivador y aglutinador de políticas. Sin crecer a un mínimo de 4 por ciento, lo demás no camina.

El gobierno de la Cuarta Transformación ha despertado grandes expectativas. ¡Requiere que se den resultados pronto! Para ello hay que priorizar las acciones en el tiempo y en el uso de recursos, ¡ver para qué alcanza! El estilo personal de gobernar de Andrés Manuel parece ser de tomar decisiones “de tajo” para moverse luego, si es necesario, ajustando y corrigiendo. Pero para tener éxito se requiere rectificar serios errores de partida que pueden descarrilar mediante una parálisis administrativa, las transformaciones que requiere el país. ¡Sería una pena!

Exembajador de México en Canadá

@suarezdavila