Cada vez que un medio de comunicación le pregunta a un priista: “¿Y su partido, qué tipo de oposición pretende ser”. El entrevistado responde de manera automática: “Una oposición responsable”.

Nadie ha sabido explicar qué significa ser una “oposición responsable”, pero la pasividad y falta de decisiones, la retirada de la escena pública, habla, más que de responsabilidad, de no saber qué hacer con la derrota del 1 de julio.

El PRI no sabe dónde está parado, y si lo sabe, da la impresión de ignorarlo. Dice que está en un “periodo de reflexión”, otra frase trillada que nada dice y con la que pretende justificar su inmovilidad casi mortuoria.

A partir de que empiece la próxima legislatura donde Morena tendrá el control casi absoluto del Congreso y de que López Obrador proteste como presidente de la república, el PRI tendrá que decidir entre la vida o la sepultura.

Entre aceptar convertirse en un partido contemporizador y terminar siendo devorado por Morena —como seguramente va a ocurrir con el PRD—, o asumirse como un partido dispuesto a defender a México de un régimen que tiene visos de tiranía.

Del 1 de julio a la fecha, el PRI lleva treinta días perdidos. Ha estado concentrado todo un mes en cambiar dirigencia y en dirimir cuestiones internas, mientras afuera, en el mundo de los vivos, muchos mexicanos, los que votaron por Andrés Manuel López Obrador y los que no votaron por él, ya ven con azoro y temor las ocurrencias del presidente electo.

La expresión que se ha vuelto común en la calle, entre ricos y pobres, jóvenes y adultos, es “¿Y ahora, qué hacemos?”

Si el PRI tuviera clara su misión dentro del nuevo escenario político, habría asumido, ya, una posición crítica frente a las innumerables señales —dadas por los colaboradores del lopezobradorísmo— en contra de la democracia, el federalismo, los derechos humanos y las instituciones.

Hay en el priismo lo que se llama una “obediencia anticipada”, término con el que algunos historiadores denominan la equivocada actitud que asumieron pueblos invadidos ante sus invasores con la esperanza de que los trataran bien.

Si el miedo es lo que hay detrás de lo que llaman “oposición responsable”, podemos adelantar desde hoy que el PRI estará muerto en menos de un año.

En menos de cuatro semanas Andrés Manuel López Obrador ha puesto el país “patas arriba”. Ha tomado más decisiones y nombrado a más funcionarios que el presidente Enrique Peña Nieto en todo su mandato.

Eso indica que López Obrador tiene prisa y no solo de gobernar sino de desmantelar el régimen. Obseso como es del poder, sabe que para tener el control absoluto tiene que sustituir las estructuras, las reglas y la burocracia oficial.

No quiere repetir el error que cometieron Vicente Fox y Felipe Calderón, quienes no pudieron gobernar a sus anchas porque dejaron vivo el andamiaje priista.

En esta ocasión, con más de 30 millones de votos como respaldo, con el control de las dos cámaras y la mayoría de los congresos locales, el próximo presidente hará todo lo que tenga que hacer para cambiar las entrañas del sistema y eliminar a sus adversarios.

Eliminar a los adversarios significa una sola cosa: acabar con la oposición para dejar el espacio nacional a Morena como partido único.

El PRI, entonces, tendrá que demostrar si es, como el electorado lo acaba de señalar, un partido que ya no tiene nada que ofrecer al país, o si sobrevive en él algún tipo de sentido patriótico.

Ojala y me equivoque, pero, dentro de muy poco tiempo, muchos vamos a tener que salir a la calle a defender la Constitución y las instituciones; las libertades y el imperio de la ley.

El PRI está dejando solos a los burócratas y a sus familias ante la descentralización arbitraria y ocurrente del próximo gobierno.

El PRI está dejando solos a los migrantes que siguen amenazados por Trump y cuyos excesos hoy solapa Andrés Manuel con su silencio.

El PRI está dejando solos a los empresarios, organizaciones civiles y ciudadanos que se oponen a la designación de Manuel Bartlett y de Octavio Romero como titulares de la CFE y de Pemex.

El PRI tampoco se ha pronunciado por la inminente desaparición del Estado Mayor Presidencial. ¿Mera austeridad o es que el próximo mandatario no tiene confianza en el Ejército, no lo quiere cerca de su vida personal y prefiere crear un cuerpo paramilitar para que lo cuide?

Ante estos y muchos otros silencios —que muchos califican de colaboracionismo— el PRI debe confesar de una vez a su militancia y a todos los que votaron por él si ya claudicó y solo busca que alguien lo ayude a morir.