Huberto Batis en su 79 años de vida

 

Por Gonzalo Valdés Medellín

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]M[/su_dropcap]ucho he escrito sobre Huberto Batis y la amistad que nos ha unido a lo largo de ya más de tres décadas. Huberto estaba destinado a ser mi maestro, como de muchos escritores más, de diversas generaciones. Batis es un ejemplo de fortaleza. De congruencia consigo mismo y con sus convicciones. Huberto creyó en un espíritu libertario para edificar la gran catedral del periodismo cultural mexicano de la segunda mitad del siglo XX. Siempre ávido de polémica, consciente de que el movimiento interno del arte y la cultura es lo que las mantienen vivas, Huberto Batis ha sido testigo y actor de muchos momentos importantísimos del periodismo mexicano y, en particular, del cultural. En los años ochenta, Batis se quedó al frente del timón de Sábado, suplemento cultural del periódico unomásuno, pero también de casi todas las secciones, por lo que llegó a ser director editorial. Batis fue un hombre abierto a la diversidad, siempre. La escritora María Elena Martínez Tamayo asentó que Huberto tenía “una vocación ecuménica” y razón no le faltaba. Huberto Batis dejó escribir en las páginas de Sábado a casi todos (y aun cuando muchos no supieran ni qué era realmente escribir, ni mucho menos lo que es tener oficio periodístico). Manuel Becerra Acosta había lanzado una consigna al fundar unomásuno, ha contado Batis: hacer de los escritores buenos periodistas y de los periodistas buenos escritores. Y para ello, se necesitaba un gran maestro que supiera todos los rigores de la escritura; para lograrlo, Becerra no pudo haber tenido mejor aliado que Huberto Batis, hombre que en primera impresión podría ser considerado “un ogro, un monstruo, un loco…”, pero que, por lo general, se revelaba como un sabio y, por consecuencia, hombre de excelente trato que, además, contaba con una capacidad de trabajo impresionante. Horas enteras entregó Batis a los lectores de unomásuno pues, a cada diaria edición, Huberto revisaba artículo por artículo, pies de fotos, cabezas titulares, etcétera, y se daba tiempo para recibir a la oleada de escritores, fotógrafos, creadores de diversas disciplinas, actrices y locos que querían aparecer en Sábado, ora por haber escrito algún excelente artículo; o por haber pergeñado algún enloquecido y enloquecedor Desolladero contra algo o alguien, y que Huberto agradecía, pues los lectores se apasionaban por dicha sección, ávidos de romper tabúes, tirar tótems culturales, desmitificar o meramente disfrutar mórbidos de la, con frecuencia, sangrienta polémica que los desolladeros solían desatar. Huberto llegaba al periódico unomásuno diario, a media tarde, luego de impartir sus clases en la UNAM y salía de las oficinas, ya pasada la medianoche. Diario, durante más de 25 años. Para los colaboradores (para mí lo era) no había momento más sabroso de la semana que ir los viernes a media tarde a la oficina de Huberto para oírlo charlar, aleccionarnos, mentar madres, hacernos reír, verlo fotografiar o fotografiarnos y tener la edición fresca que al día siguiente aparecería en los puestos de periódicos del amado suplemento Sábado, que muchos lectores esperaban con deleite y muchos artistas, intelectuales y hasta políticos, con temor, pero que los colaboradores saboreábamos un día antes lamiendo casi la tinta fresca que quedaba en nuestros dedos. (El unomásuno tenía un día en que sus ventas subían y llegaba a agotarse su edición, ese día era el sábado, por Sábado, dirigido por Huberto Batis).

A Batis debo mi formación periodística, creyó en mí. Me encomendó muchísimas entrevistas y reportajes (recuerdo con especial calidez la del filósofo y astrónomo Eli de Gortari, la de don Luis Cardoza y Aragón, pero también la de Luis González y González, el historiador que había sido galardonado con el Premio Nacional de Historia, la de otro científico, Octavio Novaro Peñaloza…). Me hizo entrevistador, cronista urbano, crítico de televisión, de literatura, de teatro. Me enseñaba a escribir: “esto no se entiende, esto no es así, esto está mal… allá hay una máquina, arréglalo y me lo traes…”. No era cálido. No. Huberto era muy duro, lo podía hacer a uno sudar sangre, y si uno no aguantaba, no pasaba el examen, estaba uno destinado a no hacer carrera, no al menos en el suplemento Sábado, que era el mejor suplemento cultural no sólo de México, sino de Hispanoamérica, donde la nota de un joven escritor y/o periodista podía aparecer junto al gran texto de Augusto Roa Bastos, Mario Benedetti, Carlos Fuentes, Juan García Ponce, Mario Vargas Llosa, ¡Lillian Hellman!… y ahí, o aguantabas estar a la altura de los grandes y aceptabas las exigencias del oficio, o mejor te despedías. Muchos se despidieron, otros albergaron odio contra Sábado (y contra Batis) porque “no la hacían”, porque “no aguantaban”, porque… “¡pinche Batis, que lo aguante su madre!”, espetaban. Era muy riguroso. Recuerdo esa etapa inicial de unomásuno y Sábado en que yo contaba 19… y en que me fui a entrevistar a Tomás Segovia que dijo que a José Emilio Pacheco lo regañaba Paz, provocando que Pacheco, que entonces —como ahora— no se metía en polémicas, contestara a las invectivas del poeta Segovia diciendo, palabras más, palabras menos, en brevísima misiva: Tomás, tenle respeto al espacio que te dan en Sábado, tenle respeto a los lectores, tenle respeto a Paz, y a mí no me ha regañado ni mi mamá. Y es que Segovia habíase referido a Paz y a Pacheco, y al periodismo cultural en específico, como “chismes de lavadero”. No le faltaba razón a Segovia, pero entonces Batis me conminó a que encuestara y preguntase a García Ponce, Salvador Elizondo, al mismo Paz, Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, Alcaraz… y ya no me acuerdo quienes más, ¿Qué es el periodismo cultural? Todos contestaron y Segovia no quedó muy bien parado. Yo sí, me dijo Humberto Musacchio: “esto ha sido muy bueno para ti”. En ese entonces entre los colaboradores estaba el reciente y prematuramente desaparecido Gustavo García, en cine, también Andrés de Luna, Alberto Ruy Sánchez, la encantadora Margarita Pinto, José Rafael Calva hacía la crítica de música y la de teatro la ejecutaba con excelencia Guillermo Sheridan. Un día llegué con Batis a entregarle mi colaboración y me recibió diciendo: “¡Un crítico de teatro, necesito un crítico de teatro, ¿no conoces un crítico de teatro? Se fue Sheridan!”. Yo pude haberme puesto de inmediato al frente y decir “¡Yo!”, pero de inmediato propuse al Gordo Alcaraz, que había recomendado a Sábado una entrevista que le hice en razón de su libro Hablar de música y que fue publicada gracias a la recomendación ulterior de Calva, quien la revisó y dio su visto bueno, pues alguien la había dejado esperando en el último rincón de uno de los cajones donde aguardaban los textos “posiblemente publicables”, hasta que la descubrió Batis y se la pasó a Calva que era el indicado para calificarla, por el asunto musical. “Pero Alcaraz es músico, ¿qué sabe de teatro? ¿o sí sabe?”, exclamó Batis. Claro que sí, le recordé a Huberto que Alcaraz era director teatral y de escena en la ópera, y que había hecho no pocas críticas teatrales en La Onda (un suplemento muy famoso en los años sesenta y setenta). No necesité decirle más. “Pues ya está —me dijo—, dile que me mande su primera colaboración contigo la semana que entra, tres cuartillas, cuatro, lo que quiera”. Cuando se lo conté al Gordo, no lo podía creer. Fuimos al teatro inmediatamente, recuerdo que vimos El diabólico barbero de la calle de la Horca con Carlos Ancira en el Teatro Xola y, como el Gordo siempre dictaba sus artículos, me lo dictó a mí en su departamento de Tlatelolco. Era 1984, ya. Tengo muchísimos recuerdos gratos de esos años. Aprendí muchísimo. Crecí como escritor y como ser humano. Llegué a tener la columna de Teatro de Sábado en 1989, aunque ya antes me había ejercitado en el mismo suplemento con colaboraciones espaciadas y en la sección Cultura, así como bajo la guía de Carballo en Punto. Pero José Antonio había decidido dejar Sábado y Huberto me encomendó la tarea que llevé a cabo semana a semana; me hizo dedicarle a Alcaraz mi primera colaboración —crítica al libro de la francesa Françoise Sagan sobre Sara Bernhardt— así: “A mi querido maestro José Antonio Alcaraz, esperando dar el ancho”. Yo creo que sí di, pues permanecí con la columna hasta que se acabó el Sábado de Batis (y todavía estuve un poco más, hasta el 2002).

A finales de los noventa, una mañana, recibí la llamada del entonces Secretario de Cultura de Jalisco, el doctor Guillermo Schmidhuber de la Mora, diciéndome que tenía que discernirse el Premio Jalisco y que me pedía le sugiriese a alguien. De inmediato le dije: Huberto Batis. Redacté una petición formal como único firmante y la envié a Guadalajara. El Premio fue para Huberto. Yo sabía que ese premio lo merecía Huberto no sólo porque era mi editor y maestro, sino porque lo consideraba —y considero— un gran escritor, investigador, periodista y promotor cultural, amén de un notabilísimo académico y un jalisciense distinguido. ¡Pero lo merecía desde muchos años atrás! Mas, como siempre ocurre en este país, las injusticias en el ámbito de la cultura impregnan las páginas de nuestra historia. ¿Resarcí una injusticia? Tal vez simplemente hice lo correcto y qué bueno que a Schmidhuber se le ocurrió preguntarme a mí y el Premio Jalisco fue para Huberto Batis, mi maestro, mi editor, mi amigo.

Queremos tanto a Huberto y a Paty González, su compañera de vida, que me pareció razonable rendirle un homenaje en estas páginas, vertiendo estas vivencias, ahora que Huberto cumple 79 años de vida, algo que indudablemente nos da a todos sus amigos, alumnos y colaboradores, una gran alegría. ¡Felices 79, querido Huberto!