El lunes 20 de agosto de 2018 pocos mexicanos se sintieron orgullosos de serlo. Ese día, la imagen de la maestra Elba Esther Gordillo llegó —a través de las pantallas de televisión— a millones de hogares justo cuando los niños regresaban a clases.
Televisoras y radiodifusoras cubrieron, en directo, el mensaje de la exdirigente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, como si se tratara de un jefe de Estado. Le dieron una cobertura similar a la de un papa o un científico que hubiera descubierto el remedio contra el cáncer.
Decena de medios se pusieron a las órdenes de un personaje que representa lo más negro del viejo régimen y la parte más vergonzosa de la política nacional. Le dieron todas las facilidades para que, a sus anchas, dictara cátedra y marcara la agenda nacional.
Y sin duda la dictó y sin duda la marcó. Pero no para defender el derecho de los niños a la educación, para hablar a nombre del analfabeta, para exigir mejores escuelas y maestros de calidad. Tampoco acaparó espacios para decir cómo elevar el rendimiento en materias como matemáticas, lectura y español, en las que México, año con año, es reprobado por la OCDE.
No. Habló para defenderse ella misma. Nada más. Para victimizarse, como si no hubiera millones de mexicanos que viven, en pobreza, una verdadera tragedia. Como si el destino del país dependiera de que esté viva, saludable, alegre o bien vestida. Ese encuentro con los medios fue una oda a la egolatría. Y lo peor, los medios lo permitieron.
Salió para recordar —a quienes le deben favores— que ella, y nadie más, es dueña de la educación. ¡Faltaba más! No es el Estado mexicano, sino Elba Esther Gordillo, acusada de lavado de dinero y delincuencia organizada, la que se ostenta como conciencia y rectora de la enseñanza.
“Recuperé —dijo— la libertad y la reforma educativa se ha derrumbado”. Punto. Le faltó agregar que si hubiera estado un minuto más en la cárcel, el cielo completo se nos hubiera caído encima.
Ella no es el único culpable de una realidad abominable. La maestra es simple y sencillamente producto de un sistema político cuyas partes más perversas se niegan a morir.
¿Pruebas? Gordillo ha sido adoptada como aliada por el próximo gobierno. ¿Pruebas? Habló como presidenta electa y Andrés Manuel López Obrador como su vocero. La maestra dio la primicia sobre la cancelación de la reforma educativa y el próximo presidente de México, dos horas más tarde, se limitó, simplemente, a confirmar lo anunciado.
Se permitió que uno de los artífices más importantes del atraso pedagógico y de la corrupción magisterial se arrogara el derecho de decidir sobre el futuro de la educación. Por encima del gobierno y al margen del Congreso.
Y no se trata de hacer una defensa a ultranza de la reforma educativa, sino simplemente señalar que es, cuando menos, inmoral entregar el destino de la niñez mexicana a quien tiene un mal expediente de vida y ha utilizado la pobreza del aula pública para enriquecerse.
Esto es, sin duda, una mala señal.