Afirma Maquiavelo que todo es válido para deshacerse de un enemigo, pero cuando éste es realmente amado por el pueblo, la cuestión se dificulta a más del doble. Esto es probablemente lo que esté pasando en Brasil respecto a Luis Inacio Lula da Silva. Fue presidente durante dos mandatos y terminó siendo encarcelado por corrupción. Los millones de seguidores que tiene acusan al gobierno de Michel Temer de meterlo en prisión para apartarlo de las elecciones de octubre próximo, en las que tiene muchas posibilidades de volver a ganar. Cada día que pasa, la situación se pone álgida.

Según encuestas realizadas por Ibope, el candidato del Partido del Trabajo, que por tercera vez se presentaría a los comicios presidenciales, tiene un 37% en la intención del voto, mientras que el grupo CNT/MDA, lo ubica casi en la misma preferencia. Lo más curioso es que ninguno de los otros candidatos se le acerca siquiera al 14%, porque lo que ni siquiera se avisora un segundo lugar en la contienda.

Veamos tan sólo a algunos de los once rivales de Lula da Silva.

Marina Silva, la candidata por Unidos para Transformar Brasil, de extracción evangélica (que han estado muy de moda ahora en la política) está en 6%. Los empresarios Geraldo Alckmin, de la coalición Para unir Brasil, y Ciro Gomes, de Brasil Soberano, están empatados en 5%. Y la carta del oficialista, Henrique Meirelles, que lidera el movimiento que se hace llamar Esta es la Solución, apenas está en uno por ciento.

Aquí el problema es que el sistema judicial impida a Lula da Silva competir en las elecciones pese a estar encarcelado, lo cual además sería una cuestión sin precedentes. Sin embargo, el líder del Partido de los Trabajadores tiene en Fernando Haddad a su posible sucesor en la contienda electoral. Haddad, quien dirige la coalición El Pueblo Feliz de Nuevo se encuentra muy bajo en las encuestas pero el factor sorpresa son los votos que los seguidores de Lula le pueden transferir si las autoridades insisten en impedir su participación en los comicios.

En resumidas cuentas: nada está escrito en Brasil.

Sólo la incertidumbre se pasea tranquila por las calles, pues ha comenzado a afectar los mercados con un dólar ubicado en 3.96 reales; su mayor cotización desde el impeachment de Dilma Rousseff en 2016.