Rodrigo de Sahagún
La gran matriarca que se traga lo habitable en ella, absorbe poco a poco al señor S. Con complejidad lo lleva a la reflexión a cada momento, le permite caminar por sus callejones y banquetas, intuye en sus rasgos grises y entornos pintados de nostalgia junto a recuerdos de viejas sombras. El señor S sufre la grandeza de los edificios, los desperdicios de la urbanidad que resaltan la belleza de los diferentes sucesos que lo rodean y se percata ahora de la pequeña fauna que antes era desapercibida en su cotidianidad.
De vez en cuando, el señor S confunde su entorno, tiene la creencia de que con lentitud lo va disolviendo, transformándolo en una misma sustancia, hasta perder personalidad y, en rigor, la individualidad. El señor S se diluye entre construcciones titánicas y ruidos chirriantes de máquinas.
El señor S se ensucia de alguna especie de sustancia viscosa; se empapa de la intemperie perversa con la que interactúa cada mañana al salir de casa; cochambre urbano. La suciedad en sus manos son las marcas de la vorágine que lo ha marcado por años. Observa las huellas de zapatos que algún idiota plasmó en el cemento fresco sobre la banqueta: expresión de una ciudad viva.
A la distancia, el señor S observa una obra pictórica en la que, en primer plano, se dibujan figuras humanas sombrías, mientras, en segundo plano, se observa la gran urbe grisácea, irradiando historias que cuelgan sobre los tendederos y balcones. Cada mañana, al salir de casa, acompañado de una acidez en el estómago, el señor S mira la avenida carente de colores, envuelta en paredes oscuras, donde el concreto parece crujir como pan tostado, y los sonidos retozan. Los zapatos del señor S se han impregnado de cochambre callejera, y le es familiar, casi placentero, aquel olor del asfalto mojado por las mañanas. Un vaso de café del puesto de cotidianidad disuelve su malestar y el fresco del amanecer.
Entre tanto, en la parada del autobús, la espera se excita con la llegada de una mujer joven, bien vestida que aromatiza el ambiente ahora roto por el sonido de un taladro de alguna construcción del barrio. Ella detiene un taxi, sube a éste y se va, el aroma de su perfume se queda en el aire brevemente, el señor S respira hondo, bebe un sorbo de su café, esperando, como cada día, la llegada del camión.


