Frase que ha puesto el presidente electo en el debate público y que debe ser desmenuzada para medir el alcance de su significado.

La expresión recuerda las sentencias bíblicas y las parábolas cristianas. Se escucha bien en los templos, pero no en un país donde la guerra contra el crimen organizado ha provocado 200 mil muertos, más de 35 mil desaparecidos y el sufrimiento inenarrable de innumerables padres, hijos, cónyuges y hermanos.

Después de que Andrés Manuel López Obrador, ante cientos de huérfanos y padres que perdieron a sus hijos, pronunciara en Ciudad Juárez, Chihuahua, la máxima: “olvido no, perdón sí”, se dejó sentir la rebelión de la víctimas: “ni olvido ni perdón”.

Hoy la sociedad se hace una pregunta legítima: ¿qué busca López Obrador con el perdón? El perdón, en un contexto de crímenes, secuestros, descuartizamientos, trata, desaparición forzada, es simple y sencillamente impunidad.

Significa gobernar y tomar decisiones a favor de la delincuencia; implica poner la justicia de rodillas ante el crimen, conlleva vaciar el Estado de legalidad y abandonar a su suerte a la sociedad. Es, en resumidas cuentas, una aberración jurídica.

El perdón —dijo recientemente el autodefensa de Michoacán Hipólito Mora, cuyo hijo fue asesinado en 2014— “es una chambita que se la dejo a Dios”.

Y es que el futuro secretario de Seguridad Pública, Alfonso Durazo, y quienes hoy encabezan los foros para la paz y la reconciliación nacional necesitan ponerse, al menos por un segundo, en los zapatos de las víctimas.

Una de ellas declaró a Siempre!: “Para mí, en el caso del asesinato de mi hermano, me es indispensable, primero, la verdad, respuestas sólidas a las preguntas esenciales cuya ausencia no nos dan paz: ¿quiénes lo mataron, por qué lo golpearon y luego por qué lo asesinaron? El perdón es un acto de fe, en el que aceptamos que sólo Dios juzga y condena. Esto, en cambio, es encubrimiento, es una ilegalidad y a todas luces es inaceptable”.

“Qué fácil —agregó— es para las autoridades «perdonar», sin aclarar responsabilidades. Eso equivale a emitir un cheque en blanco a la criminalidad. No importan los motivos de tu crimen ni las consecuencias… ¡te perdono todo!”.

La paz que necesita el país requiere, ante todo y antes que nada, de justicia.

Los foros para la paz y la reconciliación pueden fracasar —como ya lo advirtió el ministro de la Corte José Ramón Cossío—, si, primero, no se corrige el sistema judicial.

Agentes del Ministerio Público sin capacitación, policías sin entrenamiento, investigaciones sin concluir, jueces pagados por el crimen organizado, expedientes mal integrados, impunidad y corrupción en toda la cadena del sistema judicial es lo que hay detrás de la inconformidad de las víctimas.

Los deudos exigen respuestas legales, no políticas, religiosas o románticas. Por eso, otro de los autodefensas, José Manuel Mireles, calificó el foro de Morelia, Michoacán, como una “farsa y un circo”.

Que no se engañe el equipo de transición. “Perdón” sin justicia es simple y llanamente impunidad, y la impunidad, en los crímenes de guerra, lleva inevitablemente a otras guerras, a más violencia, a que la sociedad tome por propia mano la puerta falsa de la ejecución.

La frase “olvido no, perdón sí”, ya agitó el avispero. Ojalá y las avispas no terminen picando al apicultor.