Por Carmen R. Santos

 

Al visitar España para presentar La mujer del pelo rojo, Orhan Pamuk (Estambul, 1952) confesó que tenía en la cabeza esta novela desde hacía más de dos décadas. Otros proyectos se le fueron cruzando, pero, finalmente, al comprobar la deriva autoritaria que iba tomando su país decidió ponerse manos a la obra. La mujer de rojo vio la luz en el original en 2016, poco antes de que se produjera el fallido golpe de Estado contra el Gobierno de Erdogan, quien, con ese pretexto, intensificó el autoritarismo.

En efecto, como también el propio Premio Nobel ha señalado, su última novela encierra elementos políticos y, naturalmente, como es habitual en su producción, analiza la Turquía de hoy y su sociedad, de enorme complejidad, donde Oriente y Occidente se entrelazan, se permean y, a la vez, chocan produciéndose enriquecimiento y tensiones de forma paralela. No olvidemos que Turquía se ubica entre Asia e Europa, lo que la ha marcado más allá de lo geográfico. Especialmente, hay una pugna entre una cierta élite que mira a Occidente, y apuesta por la democracia moderna y la secularización, y una población anclada en la tradición islámica. El mismo Pamuk, que nació en una familia establecida en el selecto y occidentalizado barrio de Nişantaş y estudió en el Robert College de Estambul, es ejemplo de esa querencia occidental, aunque sin desechar lo más valioso del otro lado. Así, en su obra hay un diálogo entre Oriente y Occidente en numerosos aspectos.

De esta forma vuelve a suceder en La mujer del pelo rojo, que, incluyendo elementos políticos, va más allá para ofrecernos una brillante y turbadora fábula. Se desarrolla en Estambul y, tras comenzar en 1985, llega hasta 2015. Su protagonista es el joven Cem Bey, hijo de un farmacéutico de ideología izquierdista, que un día de manera inopinada desaparece de su hogar, no sabemos si por razones privadas -su matrimonio no es precisamente feliz-, o para huir de la persecución por su actividad política-. En cualquier caso, la ausencia marcará profundamente a Cem, lanzándole a la búsqueda de un sustituto paterno. Parece encontrarlo en Mahmut Usta, un pocero que le contrata como ayudante para hacer frente al encargo de excavar un pozo en Öngören, un pueblo ficticio de mala muerte situado en las afueras de Estambul.

La misión es hallar agua en una tierra en realidad estéril. Entre Cem y Mahmut -que solo lee el Corán, pero conoce muy bien la tradición mitológica transmitida oralmente-, se va creando un vínculo de características paternofiliales que atraviesa diversas etapas, en lo que en buena medida es una suerte de camino de aprendizaje de Cem Bey, siendo también La mujer del pelo rojo una singular Bildungsroman. La relación entre Cem Bey y Mahmut Usta se verá trastocada cuando el primero por casualidad entra en contacto con una enigmática y sensual mujer pelirroja, que le dobla la edad y de quien se enamora perdidamente. Esta es una actriz de una humilde compañía ambulante que recala en Öngören, donde representan una de las historias más populares insertada en el Shahnameh del poeta persa Ferdousí: la leyenda de Rostam y su hijo Sohrab, anverso del mito de Edipo -en la historia persa el padre mata a su hijo, mientras que en la griega el hijo mata a su progenitor-, aunque compartiendo con él las terribles cuestiones del destino, la fatalidad y el azar -en ambos casos el asesino no conoce la identidad de su víctima- y el peso de la culpa.

Orhan Pamuk -autor asimismo de La casa del silencio, El castillo blanco, Me llamo Rojo, Nieve y Una sensación extraña, entre otros títulos-, imbrica magistralmente los dos mitos, las dos caras, la oriental y la occidental, de la misma moneda en una trama contemporánea que se lee también como una suerte de thriller existencial y metafísico. Escrita con un estilo refinado, pero de cómoda lectura, La mujer del pelo rojo te atrapa por las peripecias de su argumento y por los hondos dilemas que plantea -encarnados en personajes de carne y hueso, y no mera reflexión teórica, como el nexo esencial, con su parte conflictiva, entre padre e hijo, muy presente en Pamuk, que dedicó su discurso de recogida del Nobel, titulado La maleta de mi padre, a aquel que le había dado la vida.