Un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable, de manera tal que en su deseo, un hombre comete muchos pecados, todos los cuales se dice son originados en aquel vicio como su fuente principal.

Tomás de Aquino

No me detendré en analizar aquí la palabra “pecado” que ha sido tan manipulada como usada de forma manipuladora a través de siglos hasta el punto en que a muchos hoy les provoca úlceras y náusea; a otros, risa. Apunto solamente que el pecado no es sólo un acto ético negativo según los cánones de una cultura determinada, sino un acto espiritual. Por una parte, ese acto carcome la relación consigo mismo; por otra, la relación con los otros y lo otro; y, finalmente, aquella con el Totalmente Otro; todo ello lleva a la catástrofe, como lo hace un movimiento centrífugo cuando uno centrípeto no lo equilibra. Por otra parte, un elemento esencial del pecado es que es un acto libremente elegido, de ahí que no sólo lo califica la gravedad del acto objetivo, sino el grado de libertad del sujeto. Añado que este concepto es cristiano, lo que incluye el tema de la libertad tan apreciado por Occidente, y que entiende los actos pecaminosos desde su propia perspectiva cultural, histórica, conceptual y espiritual. Sin embargo, cada cultura marca límites que no se pueden traspasar sin que esto ponga en riesgo a uno mismo y a la comunidad, de ahí el principio del tabú.

Entre los pecados, los pensadores antiguos distinguían lo que llamaron capitales. El adjetivo “capital” se origina en la palabra latina caput (cabeza), en este sentido se relaciona con el mando que dicta órdenes a las otras partes del cuerpo. Así, estos actos solos no son necesariamente graves, aunque pueden serlo, pero cuando se convierten en hábitos negativos, es decir repetitivos, llamados vicios, su práctica conduce a otros actos que pueden ser realmente destructivos. Es decir, lo grave de los pecados capitales no es un acto solo, sino un hábito o tendencia a actuar de cierta manera para satisfacer un deseo; hábito que se vuelve contrario a quien lo practica y a su entorno. Además, un vicio capital de cierto tipo puede llevar a otro vicio.

En la historia occidental cristiana se ha hablado de ocho pecados capitales que luego ser redujeron a siete. Desde el siglo III hasta el siglo V se nombraron ocho: gula y ebriedad (en griego gastrimargia que une ambos deseos); avaricia (amor al oro); lujuria, vanagloria, ira, pereza, soberbia y tristeza. En el siglo VI, el papa Gregorio Magno eliminó la tristeza. Esta lista de 7 vicios capitales la siguieron otros pensadores, entre ellos Tomás de Aquino. El orden ha variado según autores y épocas. Pero, la idea es la misma, hay actos que se pueden volver vicios a los que nos trajina la concupiscencia (deseo de posesión) y otros a los que nos empuja la irascibilidad (las carencias y frustraciones). Como toda división intelectual es evidentemente tajante. Sin embargo, en nuestra realidad cotidiana podemos constatar que hay costumbres que nos destruyen a nosotros mismos y a los otros, y que nos llevan, paso a paso, a un mayor daño. Su naturaleza misma es corrosiva, lo queramos o no, aunque en muchas ocasiones el cultivo de otras virtudes puede equilibrar su descontrol.

Cierro aquí, por el momento, recordando a Mandeville en su sátira de 1705, republicada en 1714 bajo el título La fábula de las abejas: vicios privados, virtudes públicas, que defiende los bienes sociales que producen los vicios privados. Mandeville, con otros, dio pie al pensamiento capitalista; luego, neoliberal, en el que se exalta la práctica de varios vicios como forma de hacer crecer el mercado cada vez más, aunque se destruyera el ethos común.

Además, opino que se cumplan los Acuerdos de San Andrés, se atienda Ayotzinapa, trabajemos por un Constituyente, recuperemos la autonomía alimentaria, revisemos las ilusiones del TLC, defendamos la democracia y no olvidemos a las víctimas.

@PatGtzOtero