¡Qué paradoja! Elba Esther Gordillo resultó ser la primera beneficiaria del proceso de pacificación y reconciliación nacional.

No fue un campesino, un indígena o un indigente el primero en recibir el “perdón” que otorgará el próximo gobierno a quien haya cometido un delito “no grave”, sino una de las mujeres más ricas y poderosas del país.

La noticia de que un tribunal federal cancelaba el proceso penal en contra de la exdirigente del SNTE fue dada a conocer horas antes de que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación entregara la constancia como presidente electo a Andrés Manuel López Obrador.

Una coincidencia que, a todas luces, no es coincidencia. La concatenación de ambos eventos llevan la firma contundente de un personaje, como la maestra Gordillo, que siempre ha sabido poner condiciones y cobrar por los favores hechos.

¿Hasta ahí va a llegar el pago, o parte del acuerdo incluye volverle a entregar el control de la educación, de los maestros, la venta de plazas y el cobro de cuotas sindicales?

Su liberación, por lo tanto, no sorprende. En enero de 2018, Fernando González, yerno de la lideresa, y en mayo del mismo año, uno de sus operadores más cercanos, Rafael Ochoa, hicieron público el apoyo del magisterio a Morena y López Obrador.

Lo que desconcierta es que Andrés Manuel, cabeza de un gobierno que se ha propuesto romper paradigmas en materia de corrupción e influyentismo, que pretende hacer de la austeridad republicana el símbolo de su gobierno, haya accedido a hermanar la liberación de Elba Esther Gordillo con la primera formalización de su investidura presidencial.

Dos hechos que, en el mundo de los signos políticos, de la alegoría y la interpretación, no solo chocan, sino que llevan implícita una disonancia fatal.

Independientemente de lo penal, de si merecía ser puesta en libertad porque “la acusación estaba mal armada”, como lo señaló Olga Sánchez Cordero, futura secretaria de Gobernación, lo cierto es que Elba Esther Gordillo nada tiene que ver con la versión republicana del servidor público.

Las cuotas sindicales, lo mismo de los maestros urbanos que de quienes dan clases en escuelas de alta marginación, las ha utilizado para vivir, vestir, divertirse y transportarse exactamente como no pueden hacerlo los niños y maestros más pobres del país.

En nada se parecen los uniformes raídos de los hijos de indígenas y campesinos, con los zapatos o los abrigos comprados en las boutiques más caras y exclusivas de Nueva York.

Ninguna coincidencia existe entre los condominios y las residencias adquiridas en Estados Unidos, con las casas de lámina en la que viven millones de mexicanos.

La liberación y pacto con Elba Esther Gordillo nos remonta a los tiempos más oscuros del viejo régimen.

Hay algo que no estamos entendiendo de la llamada “cuarta transformación”.