Dadas las turbulencias políticas que campean al norte y al sur del río Bravo, conviene volver a citar el poema del pastor protestante Martín Niemoller: “Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista. Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío. Luego vinieron por los sindicalistas y yo no dije nada porque yo no era sindicalista. Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante… Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada”. Más vale dejar constancia de nuestras creencias y de lo que pensamos de la libertad de expresión.
Desde que inició su campaña electoral, el presidente de la Unión Americana, Donald John Trump, ha arremetido en contra de la libertad de prensa. A toda acción hay una reacción, como cumplimiento de la ley de la física. Ahora, por fortuna, superando los intereses de cada periódico, y en respuesta a un llamamiento del diario The Boston Globe, más de 300 periódicos —desde muy importantes hasta pequeños semanarios locales—, publicaron el jueves 16 de agosto editoriales distintos para recordar a la sociedad el valor de la prensa libre en Estados Unidos y por ende, en todo el mundo. The New York Times, por ejemplo, tituló el suyo: “A Free Press Needs You” (“La prensa libre te necesita”).
Los tres primeros párrafos de dicho editorial ejemplifican muy bien la situación que la prensa estadounidense enfrenta hoy en día: “En 1787, el año en que la Constitución de Estados Unidos fue aprobada, es ampliamente conocido que Thomas Jefferson le escribió a un amigo: «Si tuviera que decidir si debemos tener un gobierno sin periódicos o periódicos sin gobierno, no dudaría en preferir lo segundo».
“De cualquier modo, así es como él se sentía antes de convertirse en presidente. Veinte años después, tras enfrentarse a la supervisión de la prensa desde el interior de la Casa Blanca, se mostraba menos seguro de su valor. «Ahora no se puede creer nada que sea visto en un periódico», escribió. «La verdad misma se hace sospechosa cuando aparece en ese vehículo contaminado».
“La incomodidad de Jefferson era, y sigue siendo, entendible. Reportar las noticias en una sociedad abierta es una misión entrelazada con el conflicto. Su incomodad también ilustra la necesidad por el derecho que él ayudó a consagrar. Como los padres fundadores creían con base en su propia experiencia, un público bien informado tiene las mejores herramientas para eliminar la corrupción y, a largo plazo, promover la libertad y la justicia”, dice el editorial del famoso diario neoyorquino.
Insultos del “tuitero”
Así las cosas, al paso que va el mendaz mandatario de la Unión Americana, no sería nada extraño que, emulando al régimen nazi en la Alemania de los años treinta, en otra “noche de los cristales rotos”, los partidarios del extravagante magnate decidieran empezar a quemar pilas de libros. Empiezan por arremeter en contra de los escritores que publican críticas al régimen y luego los encarcelan, para finalizar matando por millones personas inocentes en los campos de exterminio. Alemania, antes de la Segunda Guerra Mundial, se consideraba uno de los países “más cultos” de la Tierra. Y así realizó el Holocausto. Por eso, no hay que permanecer callados, “porque luego ya no hay nadie que diga nada en mi defensa”.
No se vale cerrar la boca aunque millones de conciudadanos opinen diferente. Es cierto, como dice el recién presidente electo de México: “el pueblo no es tonto, es inteligente, avispado”, sí, si lo es, pero no hay que olvidar que los pueblos también tienen el “derecho” a equivocarse, como se equivocó la ciudadanía alemana al elegir a Adolfo Hitler como su canciller. Las comparaciones son odiosas pero… el que discrepe que hable, es su derecho. Nadie puede negárselo, por amplia que sea la mayoría en contra.
Desde hace meses, Trump injurió a la prensa de la Unión diciendo que ésta es “el enemigo del pueblo”, en el país donde la libertad de expresión es un principio sagrado blindado por ley. Los insultos del “tuitero” mayor hicieron sonar las alarmas sobre la posibilidad que sus despropósitos terminen por provocar la violencia contra los medios. La verdad es que muchos reporteros que cubren los actos y mítines presididos por Trump ya han sufrido acoso por parte de los simpatizantes del sucesor de Barack Obama.
En las últimas semanas el presidente en turno de la Casa Blanca, por razones desconocidas, ha aumentado su verborrea contra el periodismo. No solo despotrica, sino que abusando de su poder ha vetado el trabajo de una reportera de la CNN dentro de la residencia presidencial.
Sin más pruebas que su dicho, el mandatario denuncia que los periodistas minimizan intencionadamente sus logros aparte de que los señala como corruptos. El hombre de la mentira permanente —algunos periódicos le llevan la cuenta día con día, sus mentiras ya se suman por miles, algo increíble; dice en promedio 16 mentiras diarias según The Washington Post— ha tergiversado el concepto de noticias falsas, calificando así toda la información que no sea de su agrado.
La reacción en contra de los ataques del mandatario estadounidense a la prensa libre no sólo ha sido de los propios medios, sino también del Senado que aprobó una resolución —a iniciativa de un senador demócrata de Hawai— que sin citar a Trump “afirma que la prensa no es el enemigo del pueblo”, “reafirma el papel vital e indispensable de la prensa libre” y “condena los ataques a las instituciones de la prensa libre”.
La propuesta editorial hecha por la subdirectora de The Boston Globe, Marjorie Pritchard, fue bien recibida por sus colegas: “que la denuncia conjunta haga entender a los lectores que atacar la Primera Enmienda (de la Constitución) es inaceptable”.

Críticas con tintes electorales
Los analistas aseguran que Trump ha incrementado sus ataques contra los medios en un calculado propósito para movilizar a los votantes republicanos de las zonas rurales, que acostumbran votar en menor proporción que la oposición demócrata en los comicios legislativos que tendrán lugar en el próximo mes de noviembre, en los que se jugará la probable reelección del actual mandatario para un segundo y último periodo.
Antes que el mentiroso magnate llegara a la Casa Blanca, otros presidentes de atacaron la prensa, como Richard Milhous Nixon (1969-1974), que cuestionó la credibilidad de The Washington Post que destapó el escándalo Watergate y que a la postre significó su renuncia a la Presidencia. También fue el caso de George Bush Sr. (1989-1993), cuyo desdén por la prensa inspiró el mensaje “molesta a los medios, vota por Bush”, durante la campaña para la reelección en 1992.
No obstante, ningún otro presidente de la Unión antes que Trump había dedicado tanto tiempo a programas de televisión y enviar mensajes por Twitter. Es evidente la (de)formación de Trump por la televisión y los reality shows, su capacidad no le da para más, aparte que por esta vía ha logrado movilizar su base electoral, la menos preparada. Su programa favorito: Fox & Friends de la cadena conservadora Fox, a la que suele comunicarse telefónicamente para proporcionar “su propia versión de los hechos” y corregir a los otros canales adversarios, como la CNN.
En otras palabras, Trump ha roto con los parámetros tradicionales de la retórica política de la Unión Americana y llevó a la Casa Blanca los “peores instintos del popular género de los reality”.
La verdad a los poderosos
Tal como dice Beatriz Pascual-Macías, corresponsal de EFE en Washington: “Según sus críticos, en su presidencia ha creado «The Donald Trump Show», caracterizado por declaraciones que buscan constantemente la confrontación, el insulto y la exaltación de lo soez… En su show particular, Trump ha señalado a la prensa como su archienemigo, atacando a los periodistas más que a la oposición demócrata”.
Dice el periódico conservador texano The Dallas Morning News: “Si el presidente ve información errónea, tiene el derecho y el deber de denunciarlo y mostrar los datos. No vamos a fingir que todas las historias que han aparecido en todos los medios que cubren al presidente han sido impecables. Pero tampoco vamos a fingir que no está en juego aquí una cuestión más amplia, que afecta a la libertad de prensa de cuestionar las cosas y que afecta a los verdaderos fundamentos de nuestra república”.
The Boston Globe remacha: “La grandeza de Estados Unidos depende de que los medios puedan decir la verdad a los poderosos”. Ni más, ni menos. VALE.

