De todas las formas de engañar a los demás,

la pose de seriedad es la que hace más estragos.

Santiago Rusiñol

La máxima es usada en las ciencias políticas y se atribuye al escritor italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa: “cambiar todo para que nada cambie”. Este literato escribió un solo libro llamado El gatopardo, de ahí que también a esta conducta de aparentar grandes transformaciones y acciones, que en la realidad no lo son, también se le llame gatopardismo.

Al virtual presidente, Andrés Manuel López Obrador, quien ya toma decisiones y emite nombramientos que han marcado la agenda de comunicación —nada nuevo en él—, hay que reconocerle que es muy hábil para mantener la atención de la opinión pública, lo ha hecho durante muchos años, lo está repitiendo ahora.

Decisiones que han generado un desgaste y declaraciones encontradas entre sus colaboradores. Pero que también han creado una nebulosa que ha borrado al presidente constitucional aún en funciones, y de quien se habla muy poco. Lo grave de todo esto es que ni siquiera el virtual ganador de las elecciones ha sido ya investido de la figura de “candidato electo”, con lo cual el proceso de transición jurídicamente puede iniciar de manera formal.

Hasta ahora es entendible la cordialidad política entre gobierno saliente y el virtual entrante, pero de ahí a que ya se tomen decisiones que impactan los mercados, las licitaciones y la toma de decisiones en muchas instancias gubernamentales, no puede sustentarse ni validarse legalmente, sin embargo las consecuencias, daños y afectaciones sí trascienden el orden jurídico.

Los nombramientos de quienes serán los futuros miembros del gabinete están en el centro de la opinión pública, pero en honor de la verdad, no han generado el debate ni la oposición que existiría si estos hubiesen sido impulsados por alguno de los otros candidatos en caso de haber sido triunfadores.

La media de edad entre los futuros secretarios y alta burocracia de la administración pública federal ronda los setenta años de edad; en teoría estaríamos ante personajes de mayor experiencia y, sin duda, la edad y los cargos la dan, la pregunta es: ¿experiencia para qué? Porque muchos de los nombrados tienen antecedentes políticos de militancia en otros partidos políticos, principalmente el PRI, el viejo PRI, mencionan los analistas serios, y muchos son acusados de actos de cacicazgo, corrupción y, los menos, de chapulinísmo político.

En el actual gobierno la media de edad era de cuarenta años, quizá la diferencia de edades será la gran diferencia entre estos gobiernos, pero lo que marcará las coincidencias es que muchos de los nuevos viejos funcionarios son hijos, parientes o cercanos de gobernadores, secretarios de Estado y funcionarios públicos de alto nivel. El poder estará en manos de los mismos de siempre. Nada ha cambiado, ni cambiará, después del lampedusiano cambio.

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