Julio Morejón

Parte de la opinión pública identifica la situación en República Centroafricana (RCA) como un conflicto de baja intensidad, cuando la violencia allí alcanza a zonas antes consideradas santuarios de paz como lo fue Bambari.

Después de que esa ciudad —donde el proceso de desarme entre rivales avanzó— se convirtió en blanco de ataques entre grupos armados, los medios de prensa dieron la alarma acerca de que la escalada de fricciones volvía a amenazar la seguridad y estabilidad nacionales, ambas bastante degradadas.

Los últimos enfrentamientos en Bambari fueron calificados como “símbolo en la carnicería centroafricana” y de “buen termómetro para medir los niveles de odio entre comunidades religiosas, grupos armados y señores de la guerra”, lo cual se aviene perfectamente a la situación general del país.

El terror y las prácticas paragenocidas perpetradas por los contrincantes generan el temor internacional de presenciar nuevamente la crisis ruandesa de 1994, que concluyó con el asesinato de entre 800 mil y un millón de personas de conducta política moderada, la mayoría perteneciente a la comunidad tutsi.

La amarga experiencia de aquellos eventos, en los cuales sobresalieron la violencia de la milicia extremista Interhamwe y de los remanentes del ejército burundés enfrentados a la guerrilla del Frente Patriótico (FPR), hace hoy que los Estados del continente se pronuncien contra la reedición de tales hechos.

Una advertencia similar se hizo a los contrincantes en la guerra de Sudán del Sur, en cuyo desarrollo se percibe una clara politización del factor étnico, lo cual intensifica la polarización de los rivales y, de hecho, convida a pasar a la violencia contra comunidades e incluso grupos civiles ajenos a la guerra.

Esa alarma suena con insistencia en la RCA, donde también persiste como en la mayor parte de los países del continente la diversidad etnoconfesional, cuyas contradicciones no tienen necesariamente que dirimirse con sangre, aunque ese parece ser el camino más corto para lograr el mando en la postmodernidad.

Los enfrentamientos entre facciones se desataron tras el derrocamiento mediante golpe de Estado en 2013 del presidente Francois Bozizé, a quien sucedería en el cargo Michell Djiotodía, uno de los jefes de la alianza rebelde (Seleka-CPSK-CPJP-UFDR).

¿CONFESIONES ADVERSAS?

Si bien la religión llega a ser elemento que concede legitimidad al poder, la práctica  de una confesión también deviene elemento de identidad espiritual, material, política, ideológica, psicológica y corporativa entre integrantes de una comunidad determinada, en la cual la fe interactúa con la convivencia.

Según estimados, los cristianos constituyen el 50 por ciento de la población en la RCA, mientras que el 35 por ciento practica creencias tradicionales y los creyentes del Islam constituyen poco menos del 15 por ciento de los  habitantes; siempre queda un margen mínimo para los fieles de otros cultos.

Con Djiotodía en el poder se registró una escalada de caos y guerra civil; las milicias de Seleka, de mayoritaria confesión islámica, tras desoír el llamado del presidente a deponer las armas la emprendió contra la comunidad cristiana y los fieles de cultos tradicionales.

Se formaron entonces las milicias de confesos cristianos anti-Balaka (antimachete en lengua sango) para responder a esos ataques, con lo cual quedaron definidos los enemigos de otra contienda civil, cuyo resultado fue el retroceso de Seleka en el teatro de operaciones militares.

El obispo de Bangassou, Juan José Aguirre, denunció que los anti-Balaka “se vuelven contra todo lo que huele a musulmán y lo hacen de manera absolutamente indiscriminada e injusta, cortando cabezas y gargantas, acuchillando niños, linchando a gente que tiene la mala suerte de caerse de un coche después de un control”.

Del tema religioso se pasó a una clara lucha por el poder asentado sin mucha solidez en Bangui, la capital, pese a la presencia de fuerzas internacionales, entre ellas la Misión Unidimensional Integrada de las Naciones Unidas para la Estabilización (Minusca), un contingente francés, tropas africanas y asesores militares de diversa procedencia.

Los anti-Balaka controlaron la situación y aunque la violencia disminuyó en lo que se consideró un período de transición (2013-2014), esta no fue totalmente erradicada, pese al cambio de gobierno, que presidió una mujer, Catherine Samba Panza, a quien sucedió Faustin-Archange Touadéra.

Así, la historia más reciente de la RCA está marcada por un conflicto esencialmente político, revestido con matices comunitarios en un país donde coinciden más de 80 grupos del tronco etno-lingüístico bantú, y donde la violencia se generalizó de manera tal que cualquiera puede perecer en ese territorio de África central.

Entre las últimas víctimas en ese escenario se encuentran tres periodistas de origen ruso: Orján Dzhemal, Alexandr Rastorgúev y Kiril Rádchenko, quienes perecieron al caer en una emboscada de hombres armados -tendida a finales de julio en los alrededores de la localidad de Sibut-, los cuales se presume fueron antiguos efectivos de Seleka.

La Minusca aseguró que ayudaría a la policía del país a investigar esas muertes, de las cuales aún se desconocen informes que detallen lo ocurrido con los reporteros y los móviles del crimen.

El autor es periodista de la Redacción África y Medio Oriente de Prensa Latina.