La actual forma de transmisión de la Presidencia de la República es un invento novedoso en la política mexicana. Nació junto con las nuevas alternancias, en el año 2000 y fue repetido en 2006, 2012 y, ahora, en 2018, todos ellos con sus peculiaridades propias.

En la anterior tradición, estos ejercicios de transición eran inexistentes. La naturaleza sexenal se atenía a un canon inmutable: el presidente gobierna durante un sexenio. Ni un día antes ni un día después.

Esto, a su vez, obligaba a la obediencia de las reglas consecuentes. Una de ellas era que el gabinete se anunciaba hasta la noche de vísperas del día inaugural, el 30 de noviembre, cuando ya las oficinas habían cerrado oficialmente sus labores.

Con esto se obtenían diversos efectos. Uno de ellos era que el mandatario se daba, hasta el último momento, el beneficio de la rectificación o del reacomodo. Otra es que se evitaba que los trepadores internos y los pedigüeños externos se desbocaran sobre los nuevos, abandonando a los terminales y, con eso, provocaran una parálisis fáctica del gobierno. Una tercera es que se evitaba que el nuevo gobierno entrometiera las manos antes de su tiempo, como está aconteciendo hogaño.

Es cierto que había algunos funcionarios que se incorporaban por anticipado y se les llamaba “emisarios del futuro”. Esto sucedió, sobre todo, en la Secretaría de Hacienda por las razones de las tareas presupuestarias de fin de año. Así, Hugo Margáin y Jesús Silva Herzog asumieron su cargo varios meses antes que su presidencial jefe.

Pero el canon fue invariable desde 1934 hasta 1994. Más aún, los elegidos lo sabían solo unos días antes y, a veces, unas cuantas horas, a efecto de que no fueran ellos los desbocados y tragaran ansias indebidas o perjudiciales.

Pero llegaron las alternancias y, con ellas, los nuevos ensayos. Vicente Fox contrató un servicio de head hunters que le reclutó lo que él llamo “una gabinetazo”. De esa manera fue haciendo los anuncios correspondientes como se iban dando sus decisiones.

Felipe Calderón hizo algo por el estilo, aunque sin head hunters, pero haciendo los anuncios anticipados, práctica que es lugar común en Estados Unidos.

Enrique Peña regresó a las usanzas priistas y guardó los nombres hasta los últimos momentos. Al igual que con sus antecesores copartidarios no todo fue sorpresa. Había muchos que se adivinaba desde mucho tiempo antes. Pero otros nos resultaban un verdadero asombro. Por ejemplo, con Carlos Salinas, todos adivinaban la presencia ministerial de Pedro Aspe o de Manuel Camacho. Pero a todos sorprendió la designación de Fernando Gutiérrez Barrios y de Manuel Bartlett. En Enrique Peña se adivinaba a Luis Videgaray pero a todos sorprendió Rosario Robles.

Con Miguel de la Madrid las cosas fueron muy predecibles casi en su totalidad. Bartlett, Sepúlveda, Silva Herzog, Labastida, Salinas, Rojas, Aguirre, García Ramírez, Gamboa, Beteta y Henríquez Savignac estaban más que “cantados”. Pero sí sorprendieron Jesús Reyes Heroles y Arsenio Farell.

Ahora, por primera vez, un presidente anunció su gabinete desde antes de la elección. Son nuevos tiempos. Ninguno es mejor que otro siempre que las cosas se hagan con una lógica coherente, aunque nosotros no la entendamos.

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