Ninguna fecha tiene como el 15 resonancia más generosa y México sólo tiene ese día una obsesión: Independencia

 

La noche del 15 ha caído ya sobre la ciudad. De todos los rumbos, de todas las barricadas capitalinas va saliendo la gente, hombres, mujeres, niños, para concentrarse en el corazón mismo de la República: el Zócalo. A esa misma hora la policía -¿es un equipo de futbol americano?-, toma sus dispositivos, recibe órdenes y consignas para dar la batalla -mantener el orden, dice-, y controlar a más de 400 mil capitalinos que se han lanzado a la conquista de las calles. –Abajo: La capital, una de las ocho ciudades más bellas del mundo, adquiere esa noche del 15 de septiembre, un aspecto pueblerino, provinciano y sencillo, que la hace, para sus gentes, como más amadas, como más cercana. Y en esta fiesta -no hay otra que tenga más generosa resonancia-, participan por igual los ancianos que los niños, los hombres que las mujeres.

La Plaza de la Constitución, Madero, Juárez y todas las calles que convergen en el Zócalo vomitan cientos, miles de gentes, que sólo tienen, en esa noche, una sola obsesión: Independencia. Libertad para divertirse, para reír; libertad para despojarse de las preocupaciones y los prejuicios. Junto al cilindro –compañero inseparable de la noche capitalina-, están los puestos de confeti, pitos, frutas, bastones, máscaras, disfraces y, por supuesto, el insubstituible de buñuelos con miel de piloncillo que los alegres ciudadanos –el confeti en el cabello es como la confirmación de su presencia en la noche mexicana-, consumen por toneladas. Así es la noche del “grito” en esta ciudad de tres millones de habitantes: sencilla, ingenua, un tanto romántica y un tanto violenta.

Alegría. Hay que gozar esta fecha. Perderse, confundirse con la multitud por esas calles benditas de México. Escuchar sin temor y sin nervios, el estallido de los cohetes que arrojan los muchachos; recibir, con sonrisas, el baño ineludible de confeti y serpentinas. ¡Cómo que es el día de la Libertad!

Libertad. Y así, como ocultando su identidad bajo un exótico casco de cartón y armados de “ricos tacos”, el pueblo celebra el 15 de septiembre. Los pitos y las cornetas infantiles, en labios de los adultos forman el fondo musical de esta celebración, tan exclusivamente mexicana.

Romería: Como en romería, los grupos de hombres y mujeres van tras su objetivo: el zócalo. Allí donde, a las once, culmina en campanadas y luces de colores, la fiesta del 15. Bajo el brillante antifaz, tras la máscara de horror, se ocultan rostros llenos de alegría y felicidad del momento.

Soledad. Pero con la madrugada todo ha terminado. Las calles otra vez solas y silenciosas sólo recogen amorosamente la figura de un pepenador. Para él sólo ha sido una noche más pródiga en papeles y desperdicios. Él, acaso, no sintió la libertad. Está solo, terriblemente solo.

Allá arriba, la voz de un hombre –la de Don Adolfo Ruiz Cortines, acompañado de la Primera Dama-, estremece a la multitud cuando grita: “Viva México”, y la campana de Dolores deja “caer como centavos”, las once campanadas de la noche y la bandera nacional ondea al viento de la Plaza de la Constitución. Es la culminación impresionante, de la noche del 15.

>Texto extraído de la Revista Siempre! número 118. Septiembre 28, 1955.