No hace muchos días, en su luna de miel con las autoridades salientes, Andrés Manuel López Obrador dijo que recibía un país en orden. Sin embargo, ahora declara que México “lleva treinta años en bancarrota, desde que se está aplicando el modelo neoliberal… Hay muchos más pobres que antes (y) en inseguridad está peor…”

Cabe preguntar, ¿le entregan al presidente electo un país en orden o uno en bancarrota? De inmediato respondió la Secretaría de Hacienda, que México tiene finanzas públicas sanas, una estabilidad financiera anclada en una situación sólida y una inflación de acuerdo con lo fijado por el Banco de México y un sector financiero bien capitalizado y líquido. El paraíso, pues.

Para respaldar el desbordado optimismo de los que se despiden, Claudio X. González entró al quite y pese a tildar de “dramático” lo dicho por López Obrador, agregó que solo estaba “matizando” sus promesas de campaña, pues “no va a poder cumplir con todo”, lo que antes había advertido el propio tabasqueño, quien declaró que “posiblemente” no podría “cumplir todo lo que se está demandando”, aunque ratificó que cumplirá con todo lo ofrecido en campaña “y de ahí para arriba, hasta donde nos alcance”.

Para Juan Pablo Castañón, quien encabeza el Consejo Coordinador Empresarial, México cumple todos sus compromisos económicos internos y externos y pese al raquítico crecimiento de dos por ciento anual en promedio en las últimas décadas, es posible duplicarlo con una política pública adecuada, aunque advierte que “tenemos retos como país en materia de seguridad, Estado de derecho, aumento de la inversión, ahorro en pensiones, salud y seguridad social, formalizar la economía, retos para los poderes Ejecutivo y Legislativo (¿para el Judicial no?) que significan un esfuerzo”. O sea, tenemos un país en bancarrota, pero eso sí, muy cumplidor de sus compromisos.

Varios comentaristas señalaron que, con su declaración, López Obrador se estaba curando en salud. Es posible, pero mientras el producto interno bruto crece al 2 por ciento, las utilidades de la gran empresa crecen a lo bruto (8 por ciento más o menos), lo que significa que el país crece poco, pero la distribución de la riqueza empeora sistemáticamente en perjuicio de los más pobres. La solución puede estar en una política fiscal que grave, ahora sí, a quienes más tienen para que el Estado disponga de recursos. Pero eso, lógicamente, no cuenta con la aprobación de lo que antes se llamaba “la mafia del poder” y ahora es objeto de elogios del futuro mandatario. Así estamos.