La semana pasada hablamos en este espacio de la cinta animada de Carlos Carrera, Ana y Bruno, cuyo espacio principal es un sanatorio para enfermos mentales. Al ver en el cine la segunda película de Sebastian Hofmann, Tiempo compartido, no he podido dejar de notar una similitud obvia: los trastornos psiquiátricos como uno de los temas centrales. ¿Es la locura el signo de esta generación, y por ello se halla tan presente en la filmografía mexicana contemporánea, o es sólo que no ha perdido su vigencia como uno de los tópicos universales del arte?

Sea cual sea la respuesta, en Tiempo compartido encontramos una reflexión interesante al respecto: la enfermedad mental como consecuencia de un sistema deshumanizado, disgregante y ultracompetitivo, que idolatra el éxito y ofrece como meta el confort que, al volverse una aspiración universal, se vuelve también un sueño poco menos que imposible de lograr.

Qué mejor escenario para simbolizar esto que un hotel de lujo anclado en un sitio turístico de un país tercermundista, donde convergen la mercadotecnia de los sueños y la maquinaria del capitalismo que precisa destrozar unas vidas para el placer de otras.

Luis Gerardo Méndez interpreta a Pedro, un padre de familia que contrata un paquete turístico para disfrutar con su esposa, Eva, y con su hijo pequeño la única semana que los mexicanos tenemos, por ley, de vacaciones.

Su escapada al paraíso, además, tiene como intención principal sanar: fortalecer su relación después de la enfermedad de Eva, interpretada por Cassandra Ciangherotti; un padecimiento por el que tuvo que ser internada antes de los eventos de la cinta. Sin embargo, el plan será interrumpido por la inesperada presencia de una segunda familia que será alojada por la administración del resort en la misma villa que los protagonistas.

Mientras Pedro intenta recuperar a su mujer, la invasión de sus indeseables compañeros lo sumergirá en la desesperación y en la paranoia. Hoffman hace uso de todas sus habilidades para convertir el paraíso terrenal en un infierno personal.

Pero no es el único que la pasa mal. En una historia paralela, un trabajador del hotel, Andrés, interpretado por Miguel Rodarte, se encuentra ante las migajas de su vida. Camina por el complejo turístico entre alucinaciones y la ansiedad de haber perdido la salud, el éxito y algo más en un lugar en el que cada vez vale menos como persona, y menos como esposo para una mujer que espera su momento para lograr lo que él nunca pudo. 

Ante el camino en declive, con pocas oportunidades de redención, acompañamos a los personajes en una cinta de terror doméstico. Los miedos y los peligros no vienen de ultratumba, de la muerte ni de lo desconocido: son parte de lo cotidiano. Las tragedias no son excepcionales sino sistémicas y hasta el humor de la cinta, que muchos catalogan de comedia, resulta angustioso.

El desafío de los protagonistas no es sino la lucha por conservar la cordura, pero el peligro de extraviarla para siempre estará presente constantemente.

Quizás el único pecado de la cinta es que el clímax no tiene la fuerza de la trama y los personajes, por lo que el final llega sin el impacto esperado y acumulado durante el metraje.

Por lo demás, una excelente fotografía y un correcto manejo del suspenso, hacen de Tiempo compartido una gran opción para esta semana.

Permanencia voluntaria: Dos tipos de cuidado

La Fiesta del Cine Mexicano se presenta esta semana con un éxito particular, ofreciendo en todos los cines una serie de películas nacionales a sólo 20 pesos por función.

Entre las cintas que se presentan destaca el clásico de 1952, Dos tipos de cuidado, protagonizada por Pedro Infante y Jorge Negrete. La película se presenta con un destacado trabajo de restauración que permite disfrutarla de forma diferente a la que lo hemos hecho todos estos años, esta vez en las salas modernas.