Salvador Jara Guerrero

“Maestro, le pido comprensión, en la primaria los maestros casi no iban, en secundaria eran muy malos y nadie les entendía, en la preparatoria nos pasaron a todos, yo no tengo la culpa de haber tenido una mala educación, no me quite la oportunidad de ser médico”.

Aunque usted no lo crea, este es un argumento frecuente entre los aspirantes a la educación superior en el país, y no solo de quienes desean ingresar a las áreas de la salud, las calificaciones en los exámenes de admisión son bajísimas y lo que muestran es que no sólo no saben aritmética, no saben expresarse ni oralmente ni por escrito.

“Deme chance”, dicen, como si ponerse al corriente después de doce años de ir a una escuela guardería fuera fácil, no comprenden lo que leen, no tienen la disciplina suficiente para estudiar por su cuenta y, lo peor, tampoco muestran deseos de aprender. Eso si, quieren un título a como dé lugar.

Aunque sin duda ha habido garbanzos de a libra, en general los resultados de admitir a cientos de jóvenes mal preparados por buena fe o bajo presión han sido desastrosos. La deserción en los primeros años es muy alta y la organización de estos jóvenes en movimientos contra los profesores exigentes ha llevado con frecuencia a su sobrevivencia sin que tengan los méritos para ello. De quienes culminan una carrera, un buen número no logra titularse, quienes lo hacen están subempleados y en muchos casos son un peligro para la sociedad: malos médicos, maestros, abogados o ingenieros listos para que los ciudadanos caigamos en la trampa, una trampa mortal.

Para corregir el asunto, lejos de ir a las causas, muchos han vuelto la mirada solo a la baja calidad de los egresados y con ese argumento han pretendido no reconocer los títulos universitarios. Algunas asociaciones y colegios de profesionistas han propuesto que, como condición para ejercer la profesión, se apruebe un examen de acreditación o certificación, lo que implica, en la práctica, la invalidez del título y la cédula profesional. Es decir, se trata de ceder la atribución para otorgar la licencia al ejercicio profesional y el reconocimiento de los estudios superiores a instancias privadas. Esa atribución debe seguir siendo del Estado, sin menoscabo de tomar en consideración la opinión de los profesionistas, científicos y académicos en la elaboración de los perfiles de egreso, en el diseño de las evaluaciones, en la actualización de los profesionistas y en las reformas de planes y programas de estudio.

Lo cierto es que las pruebas nacionales e internacionales y las brechas entre los conocimientos y habilidades de los egresados se requieren en la sociedad, muestran que la educación en México está enferma y requiere un buen médico, debiera decir buenos médicos porque la enfermedad es compleja.

El diagnóstico está a la vista, pero hay muchas propuestas para el tratamiento. El mal resultado del proceso educativo tiene varias variables, la preparación y compromiso de los maestros, la participación u omisión de los padres de familia, especialmente durante la educación básica, el entorno social y cultural en que vive el estudiante y hasta los ídolos y expectativas que nos fabrican los medios de comunicación. Habrá que tomar en consideración todos esos frentes.

Las evaluaciones son la base para un buen diagnóstico y las consecuentes propuestas de tratamiento. Y aunque ciertamente no existe “el tratamiento” o la “receta ideal” porque las diversas alternativas simplemente reflejan diferentes concepciones de país y de modelo educativo, tampoco creo que haya mala fe en alguna de ellas. Es perverso pensar que se han implementado o se pretenden implementar con la finalidad de dañar a los maestro o al país.

Las evaluaciones a maestros, estudiantes y profesionistas deben ser obligatorias, análogas a las revisiones que todos debemos realizarnos en salud periódicamente, se trata de diagnósticos para conocer el estado en que nos encontramos, para corregir problemas a tiempo.

Pero hay quienes temen ir al médico porque “no vaya a ser” y les detecten algo malo, como si la ignorancia curara el mal.