Javier Vieyra y Jacquelin Ramos

A cincuenta años del movimiento estudiantil de 1968, las remembranzas, análisis y retrospectivas del icónico episodio brotan intermitentes de todos sectores de la sociedad. Desde la perspectiva que fuere, es un hecho que aquel año ha quedado marcado en la memoria colectiva de los mexicanos y ha trascendido sexenios, épocas, generaciones.

De esta amplia gama de voces, vale la pena escuchar particularmente aquellas que el día hoy ocupan el sitio de los jóvenes universitarios y profesionistas que hace cinco décadas convulsionaron la vida pública en México.

¿Qué rastro queda de esos días, esas ideas, en los jóvenes de 2018? ¿Un fantasma, una bandera, una semilla?

Alan Arriola Padilla, consejero técnico de la Facultad de Derecho de la UNAM, reconoce en los acontecimientos de 1968 un parteaguas en la vida democrática del país, la primera piedra de muchas de las instituciones republicanas de la actualidad, aunque también un constante recordatorio de las deudas, pendientes y desafíos que aún persisten en la sociedad.

“Uno de de los retos que persisten es la apertura política, tanto en la Universidad, como en el ámbito nacional; algunas de las consecuencias más dramáticas de que no hemos podido consumar este concepto es el asesinato de periodistas y la exclusión de los jóvenes de las principales esferas políticas, intelectuales y sociales en México“.

 

Valiosa, la organización estudiantil

Arriola Padilla explica que 1968 sigue siendo un punto de partida y ejemplo en los diferente movimientos sociales contemporáneos, de manera simbólica o dinámica, lo cual demuestra, hasta cierto punto, la maduración de una conciencia histórica en el ciudadano mexicano, por lo que no es casual su conmemoración anual y las constantes referencias que se hacen del mismo. Sin embargo, explicó, es un suceso que no debe dogmatizarse o estigmatizarse. 

“Lo ocurrido en el 68, en la medida de lo posible, debe interpretarse dentro de toda su complejidad histórica; estudiarlo como un cambio profundo en materia cultural nos permitirá interpretar mejor su importancia y lo podemos integrar a nuestra conciencia política, cuidando de no caer en extremismos”.

Así pues, el jurista calificó como un antecedente sumamente valioso la organización estudiantil que hace diez lustros permitió que los jóvenes expresaran sus demandas ante las autoridades en aras de una mejora sustancial, aspecto que se ha convertido en un autentico baluarte para hacer frente a las problemáticas que hoy amenazan a la máxima casa de estudios y por las cuales su comunidad se ha manifestado en las últimas semanas, particularmente, de inseguridad y violencia.

Declara que si bien decir que el movimiento estudiantil de 1968 es un ideal o una práctica cotidiana resultaría algo incongruente, el elemento de la participación juvenil en la vida tanto escolar como nacional es una clara herencia de aquella época en donde se rompieron paradigmas. Este legado, asume, dio a las nuevas generaciones el inicio de una libertad de expresión, de la que aún queda mucho por conquistar, ello, vale decir, no está exento de compromiso y dignidad.

“Se dice que el país del mañana es el de los jóvenes, yo digo que no es el de mañana sino el de hoy. Los jóvenes tenemos que materializar ideas y proyectos para hacer de la Universidad el espacio que se merece, es nuestra responsabilidad”.