Sobre el movimiento estudiantil del 68 se ha escrito tanto que sería casi imposible reunir el corpus bibliográfico y hemerográfico que se ha producido desde hace cincuenta años.

El movimiento estudiantil —han insistido protagonistas como Luis González de Alba— tuvo poco de estudiantil porque las demandas fueron, sobre todo, políticas dirigidas al gobierno— y no a la UNAM, el Politécnico u otra institución educativa— que surgieron de las necesidades y exigencias de distintos sectores de la población. Lo cierto es que fueron los estudiantes que se sensibilizaron, pero la inconformidad se había extendido en todos los sectores de la sociedad.

Parteaguas

El malestar de la sociedad se empezó a manifestar una década antes, aunque desde finales de los cuarenta hubo manifestaciones estudiantiles. La represión del Estado se regularizó tras sucesivas demandas laborales de distintos gremios — ferrocarrileros, telegrafistas, maestros, médicos.— como la represión a organizaciones populares y campesinas. No olvidar el asesinato —en 1962— de Rubén Jaramillo, militar y político de origen zapatista. Las elecciones eran un formulismo.

Ahora se está conmemorando medio siglo de aquel 2 de octubre, sus antecedentes, sus secuelas y algunos conflictos constantes, ya atávicos, como la violencia, que desde entonces no ha cesado, ahora es imposible ocultarla, gracias a los medios digitales y las redes sociales.

La frase “2 de octubre no se olvida” puede ser un contrasentido porque muchos entre quienes la han coreado poco saben sobre los acontecimientos de esa fecha —que se considera un parteaguas en historia de México—; sus antecedentes y sus consecuencias.

La memoria colectiva es pobre, aunque se han escrito alrededor de doscientos libros sobre el 2 de octubre; algunos de los cuales se están reeditando; otros son versiones corregidas y aumentadas; algunos más son inéditos, por ejemplo Adiós al 68 de Joel Ortega Juárez, quien fue brigadista de la Escuela de Economía durante el movimiento estudiantil; perteneció al Partido Comunista, confrontó públicamente al expresidente Echeverría en marzo de 1975; fue fundador del SPAUNAM y el STUNAM, ha sido profesor universitario.

Echeverría, el único acusado

El libro es revelador porque a la vez es una crónica y biografía como militante político y crítico de la sociedad, desde una posición privilegiada como periodista, profesor, militante sindicalista. Ortega entrega muchos datos, fechas y hechos pormenorizados contextualizados con las anécdotas de un memorista preocupado por los “datos duros” que en ciertos pasajes lo muestra más como evidencia o comprobación que como indicio, conjetura y ubicación.

Ortega enfatiza que el contexto del octubre mexicano formó parte del panorama internacional, no deja de extrañar que a la luz de tantas referencias que a la pregunta que él mismo se hace —¿cómo se puede valorar el movimiento 50 años después?—, señale: “No se puede determinar con exactitud qué tanto se transformó o cuál fie el movimiento específico”, aunque sí precisa el rechazo a un Estado capitalista, sin olvidar la asfixia que llevaron los regímenes socialistas en la Unión Soviética, Polonia y la ya dividida Checoslovaquia en su Primavera de Praga tras la ocupación militar por tropas de la URSS.

En Adiós al 68 se subraya la significación del juicio a Luis Echeverría; se creó en 2002 la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado, sus pesquisas llevaron a quince ordenes de aprehensión y ocho autos de formal prisión. Echeverría “fue el único de los acusados de genocidio por la matanza del 2 de octubre de 1968 a quien se le giró orden de aprehensión”.

Adiós al 68 rescata en perspectiva un movimiento social y configura una impoluta autobiografía de militancia política.

Joel Ortega Juárez, Adiós al 68prólogo de Jorge G. Castañeda, México, Grijalbo, 2018.