La transición del gobierno peñista al de Morena, sin duda ha iniciado de manera tersa y civilizada, con excepción de algunos exabruptos en los que no vale la pena detenerse o magnificar alguna frase discursiva, porque a nadie conviene, y principalmente a México, generar un clima de incertidumbre, confrontación o enfrentamiento que redundaría en un ambiente de desestabilización.

Es importante que el nuevo gobierno tenga presente que les tocará gobernar durante los próximos seis años y para poder cumplir las promesas de campaña requieren de establecer condiciones de crecimiento económico, de generación de empleos que, combinadas con economías y reorientación del gasto público les genere márgenes de acción política y económica.

Es también momento de que valoren que en el ejercicio del poder es muy importante cuidar hasta el lenguaje, el modo de decir las cosas, porque los mercados financieros son muy volátiles y una expresión poco clara, ambigua o que se preste a interpretaciones negativas es capaz de generar consecuencias graves en los indicadores y variables macroeconómicos. En pocas palabras, que no se den un balazo en el pie.

La instalación del Congreso General y de las Cámaras de Diputados y Senadores es una vitrina en la cual empieza a dibujarse el estilo del nuevo gobierno, que a decir de algunos de sus legisladores es un nuevo régimen, solo que los hechos, o como dicen los más viejos de la comarca, esa señora “doña realidad”, al recurrir a las rancias prácticas del viejo priismo atrabiliario, como hacerse de mayorías a cualquier precio, imponerse sin revisar, sin emplear el menor raciocinio y atropellar, ya no a las minorías parlamentarias, sino el sentido común, no auguran un pluralismo democrático. Ganarán las votaciones, pero perderán el debate.

Tendrían además que cuidar la conducta de sus propios integrantes, que están gastando en infiernitos el bono democrático que les extendió el pueblo de México, con excesos de algunos de sus reventadores hoy devenidos en legisladores que hasta a los de la casa muerden, o la risible toma de tribuna cuando son mayoría.

El decoro legislativo debe privar cuando se discutan en este periodo ordinario de sesiones temas del más alto interés de la nación: la Ley de Ingresos 2019 y el presupuesto de Egresos de la Federación 2019. La ley de Ingresos porque debe valorarse que constituye una herramienta de redistribución de la riqueza, que la captación fiscal debe manejarse con sumo cuidado, no con voluntarismos.

Si se cumple con la promesa de disminuir el IVA en las fronteras o disminuir el Impuesto sobre la Renta o ajustar el IEPES; con qué ingresos se cubrirán los huecos fiscales, dado que el circulo virtuoso que dicen los clásicos que si se disminuyen los impuestos habrá crecimiento económico, fruto de una mayor inversión y, por tanto, mayor captación; esto, de darse, seria a mediano plazo.

En el gasto igual, deben cancelarse de una vez y para siempre los excesos en gasto corriente, evitarse los dispendios, erradicar las prácticas corruptas en compras y adquisiciones de bienes y servicios o las adjudicaciones en obra pública, así como reorientar el enorme gasto en programas sociales. Solo que debe gastarse a tiempo, si el ejercicio se dilata, se retrotrae la inversión privada y se detienen otros indicadores como el consumo, que a su vez impacta en la captación fiscal.

Lo último que necesitamos es un desaceleramiento de la economía, acompañado con crecimiento inflacionario, por ello la importancia de diseñar un paquete económico, si usted quiere inercial, pero que no impacte ni las finanzas públicas, ni los proyectos de inversión pública y privada en marcha. Los ajustes tienen y deben de hacerse en marcha, lo cual nadie regatea que resulta difícil y riesgoso, no podemos parar la maquina o entonces si entraremos en una crisis económica de gran envergadura.