El director de la Facultad de Derecho de la UNAM, Raúl Contreras Bustamante, convocó a una serie de conversatorios para analizar y reflexionar sobre el Movimiento Estudiantil de 1968, en el 50 aniversario del mismo. Tuve la oportunidad de participar en el conversatorio que se efectuó el lunes 24 de septiembre en la propia facultad. Mi reflexión se centró en el legado de este movimiento para el presente y el futuro de México.

Para entender el Movimiento de 1968 me parece necesario ubicarlo en el contexto internacional y nacional en el que se dio. El año de 1968 fue muy turbulento en términos políticos a nivel internacional. En primer término, es oportuno recordar la “primavera de Praga”, el proyecto encabezado por Alexander Dubcek, de darle rostro humano al socialismo, el cual fue aplastado por la Unión Soviética con las tropas del Pacto de Varsovia. Unos meses después se desarrolló el movimiento universitario francés de mayo de 1968, el cual expresó su rechazo al autoritarismo, el materialismo y la sociedad de consumo.

Esta propuesta juvenil tuvo el apoyo de numerosos sindicatos franceses y si bien se resolvió políticamente por el presidente Charles de Gaulle, un año después el legendario general tuvo que renunciar. Pero uno de los rasgos más distintivos de ese año fueron las protestas estudiantiles contra la Guerra de Vietnam, principalmente en los Estados Unidos. Hubo protestas y violencia en varias universidades norteamericanas. De igual forma, Bertrand Russell y Jean Paul Sartre convocaron a un tribunal contra los crímenes de guerra de Estados Unidos en Vietnam.

Asimismo, los Estados Unidos vivieron una época de mucha violencia política, con los asesinatos de Martin Luther King, el líder pacifista por los derechos civiles, así como de Robert F. Kennedy, cuando se perfilaba como el candidato presidencial por el Partido Demócrata.

Pero esta turbulencia internacional en los años sesenta estaba enmarcada en un contexto más general de rebeldía y de rechazo juvenil a la cultura dominante que se había estado gestando en varios países desarrollados desde una década antes. Los existencialistas de los cincuenta, el rock, la píldora, hasta el pensamiento filosófico y sociológico marcaban la articulación de una contracultura.

En América Latina, dictadores militares gobernaban en varios países. Basta mencionar en el Cono Sur a los gobiernos de facto en Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Perú. De igual forma, ocurría en Centroamérica destacando la dictadura de Somoza en Nicaragua.

Por otra parte, buena parte de los países de Asia y África recientemente descolonizados de los Imperios europeos vivían frecuentemente situaciones de inestabilidad política.

En el plano interno, México vivía la etapa final del desarrollo estabilizador, con varias décadas de altas tasas de crecimiento de la economía con inflación muy moderada. De 1940 a 1970 el país vivió un dinámico proceso de industrialización y urbanización. El régimen político se caracterizaba por un presidencialismo centralista y de partido hegemónico. El presidente de la república dominaba a toda la estructura política, así como buena parte de la economía. Por otra parte, México había conseguido la organización de los Juegos Olímpicos de 1968, así como el Campeonato Mundial de Futbol de 1970.

El gobierno de Díaz Ordaz mostró características autoritarias desde su inicio, con el movimiento médico en 1965 y después con la agresión que recibió la Universidad con el movimiento para deponer al rector Ignacio Chávez en 1966. En esos contextos se dio el Movimiento Estudiantil de 1968, en el que jóvenes universitarios expresaron sus demandas de participación democrática y de mayores libertades, el cual culminó con la tragedia del 2 de octubre en Tlatelolco.

Cabe señalar también que otro aspecto en el que se dio este movimiento fue el de la sucesión presidencial, con las particulares reglas prevalecientes en esa época. Luchaban por la candidatura presidencial del PRI Luis Echeverría, secretario de Gobernación; Alfonso Corona del Rosal, jefe del Departamento del Distrito Federal, y Emilio Martínez Manatou, secretario de la Presidencia.

Si la discusión política en 1938 era entre el nazi-fascismo; el comunismo totalitario al estilo de Stalin y el capitalismo imperial, en 1968 el mundo era políticamente bipolar con la confrontación de los dos bloques. En 1992, después de la caída de la Unión Soviética, la discusión se concentró en la globalización del liberalismo democrático y la economía de mercado. En 2018 parece que vivimos la era del desencanto.

¿Cuál es el legado del Movimiento Estudiantil de 1968 para el México contemporáneo y su futuro? Para mí un mensaje central es la lucha por consolidar la democracia, así como los derechos y las libertades fundamentales en un país más justo y equitativo.

El México actual es muy distinto del de 1968. El país pasó de 48 millones de habitantes a casi 130 millones. El mundo ha registrado, por una parte, un progreso sin precedentes en diversos órdenes, pero persiste la pobreza y crece la desigualdad. Se da también una involución autoritaria en varios países de diversas regiones del mundo.

En este contexto, el país enfrenta nuevos retos. Además de procurar un mayor crecimiento económico con mejor equidad distributiva, deberá encarar el reto demográfico, el cambio climático y la acelerada destrucción de la naturaleza en general. De igual forma, vivimos en la etapa de la más dinámica innovación científica y tecnológica en la historia. Estos retos debemos afrontarlos con pleno respeto a la dignidad de las personas, a sus derechos y libertades fundamentales.