“Con la Iglesia hemos topado Sancho” dijo don Quijote a su fiel escudero. Bien podría decir lo mismo el actual pontífice católico, apostólico, romano, que llegó a la antiquísima capital italiana desde el fin del mundo hace poco más de un lustro para sustituir a su predecesor, Benedicto XVI, que renunció al trono de San Pedro en casi seiscientos años. Qué paradoja. Tarde que temprano un miembro de la propia jerarquía eclesiástica le “pediría” la renuncia al Papa en funciones. Alguien como el ex nuncio Carlo María Viganò que representó al Vaticano en Washington cuando Barack Hussein Obama aún era presidente de la Unión Americana. El arzobispo italiano originario de Varese (16 de enero de 1941), acusó en una carta al Papa que nació en Buenos Aires de conocer las acusaciones por abusos sexuales del cardenal estadounidense Theodor McCarrick cinco años antes de admitir su renuncia.

La bomba —que eso es la susodicha carta escrita en 14 folios traducida al español—, se da a conocer casi al finalizar la gira papal por la otrora “catoliquísima” Irlanda, donde se tuvo que enfrentar a una grey católica muy disgustada por los excesos de curas, obispos, cardenales donde unos se tapaban los pecados de otros. Viganò es un devoto crítico del Papa Francisco y en su larga misiva publicada por diarios conservadores de todas partes, alega que la jerarquía vaticana era cómplice al encubrir las acusaciones de que el cardenal McCarrick había abusado sexualmente de seminaristas, y acusa a Francisco de que sabía sobre los abusos del ahora desacreditado prelado estadounidense años antes de que se volvieran públicos. Por eso exige la dimisión del Papa.

El viaje de Francisco a Irlanda con motivo del IX Encuentro Mundial de Familias estuvo marcado, desde antes de iniciarlo, por mucha intranquilidad en la comunidad católica. Un país muy diferente al que recibió a Juan Pablo II hace 39 años, en 1979, cuando más de dos millones y medio de personas inundaron las calles del centro de Dublín para homenajear al Papa polaco, Karol Wojtyla. La patria del escritor James Joyce en ese entonces era uno de los bastiones del catolicismo en Europa Occidental donde el divorcio y los anticonceptivos estaban prohibidos.

Esa historia ya terminó. La verde Erín, dijeran los poetas locales, cuna de literatos y de santos, es actualmente muy diferente. Quién se imaginaría que cuatro décadas después de la visita del controvertido Juan Pablo II, Irlanda sería gobernado por un primer ministro abiertamente homosexual, que acaba de legalizar el aborto —el coco de la Iglesia Católica en todo el mundo—, en un histórico referéndum. Lo peor, que sus heridas por los abusos sexuales protagonizados por el clero irlandés durante décadas duelen como si se hubieran abierto ayer.

Los organizadores del viaje papal sabían que grupos de víctimas de los abusos y de activistas preparaban protestas en busca de justicia. Apenas llegado, el Papa Francisco escuchó el reclamo del primer ministro Leo Varadkar: “Es una historia de honor y de vergüenza. En el pasado la Iglesia se equivocó”. La seriedad del rostro de Jorge Bergoglio durante su viaje irlandés ya no cambiaría. Y como iba a cambiar si Varadkar le recordaría que el lado “oscuro” de la Iglesia había causado profundo dolor en la sociedad irlandesa durante años. El primer ministro trajo a colación los escándalos de las Lavanderías de la Magdalena y de los Hogares Madre e Hijo, que se convirtieron en infiernos de madres solteras, mujeres pobres, víctima de violaciones y de maltratos y trabajos forzados, adopciones ilegales y de abusos a menores de parte de “religiosos” protegidos impunemente por instituciones eclesiásticas y estatales, que prefirieron “protegerlas” que hacer justicia.

Varadkar no desaprovechó el momento. Instó al pontífice a utilizar su “influencia” para asegurar que los supervivientes de abusos puedan lograr “justicia, verdad y curación”. Y repitió una de las exigencias de las víctimas, es necesario “pasar de las palabras a la acción”. Lo mismo que le dijeron, más tarde, ocho de las mismas durante el encuentro que mantuvieron con el Papa. Entre ellas se encontraba la activista Marie Collins, la que abandonó el año pasado la comisión de Protección de Menores creada por Francisco en 2014, acusando a la Curia Romana de falta de cooperación.

En una entrevista, la irlandesa Marie Collins —víctima de abusos de un cura pedófilo cuando apenas contaba con 13 años de edad—, que denunciaría años más tarde a su abusador, afirmó: “Aquí hemos vivido un encubrimiento sistémico que hasta el Papa lo admitió en una carta…La gente ya no va a esperar más. !Basta ya!…Si la Iglesia no toma medidas rápidas debe hacerlo el Estado…La gente se declaraba antes en un 95% católica, ahora está en un 78%…Ha habido una caída en los seminarios, en los conventos…Solía haber 100 o 200 nuevos seminaristas al año, en este solo hubo seis…Lo fundamental es que la Iglesia ha perdido autoridad y credibilidad…El Papa ha lanzado muchas propuestas para responsabilizar a los culpables, pero la Curia las frenó…Cuando me di cuenta que la iglesia protegía a mi abusador y que no cooperaría con la policía… se hizo obvio que el propio Vaticano estaba implicado…”

Francisco ha resentido severamente las acusaciones en contra de los curas abusadores. Algunos casos lo han cimbrado al grado que no ha reaccionado con tranquilidad frente a la prensa y frente a los acusadores. En su reciente visita a Chile incluso llegó a pedir “pruebas” de las acusaciones contra un obispo que él mismo conocía. Ya de regreso en Roma tuvo que pedir disculpas y enviar a un investigador para que profundizara en los hechos. El domingo 26 de agosto, al comenzar la misa en el Phoenix Park, de Dublín, Francisco leyó una hoja manuscrita que no estaba en el guión de la ceremonia religiosa. El folio estaba escrito en castellano, su idioma original, el que habla cuando quiere mostrarse más cordial o sincero: “Pedimos perdón por los abusos en Irlanda, abusos de poder y de conciencia, abusos sexuales por parte de los miembros cualificados de la Iglesia”. Un mea culpa que solo sus ayudantes cercanos sabían. Las palabras del Papa sorprendieron a todos.

Aunque la gran mayoría de los católicos irlandeses han manifestado su deseo de que la Iglesia pase “de las palabras a la acción”, otros dijeron que no es suficiente con pedir “perdón” porque lo que falta es que los culpables de las aberraciones denunciadas sufran el castigo que la ley dispone. De tal suerte, el Papa recibió en Irlanda el mensaje claro de las víctimas y del primer ministro —que se convirtió en el portavoz de la mayoría de los católicos y de otras confesiones— de Irlanda, al exigir “tolerancia cero” para abusadores y encubridores.

Por lo mismo, el Papa Francisco reconoció su “vergüenza” ante el fracaso de la Iglesia en la lucha contra esos ”crímenes repugnantes” que hace veinte años hicieron temblar los cimientos de la institución en Irlanda y pidió “normas severas” contra los abusos, durante su intervención ante miembros del Gobierno, autoridades y representantes del cuerpo diplomático.

Tal y como acostumbra, en su conferencia de prensa en el vuelo de regreso de Dublín a Roma, el domingo 26 de agosto, el pontífice dijo a los reporteros que lo acompañan: “No diré una palabra sobre la carta del ex nuncio Viganò sobre el caso McCarrick”. Los reporteros intercambiaron miradas. ….¿que le sucede al Papa..?

Como ahora se sabe, en la susodicha carta Carlo María Viganò asegura que Francisco sabía de las acusaciones contra McCarrick pero que las ignoró y en lugar de llamarlo al orden decidió convertirlo en “su consejero de confianza”. El ex nuncio dice en su misiva que las informaciones fueron transmitidas por él mismo a la Santa Sede durante los pontificados del ahora San Juan Pablo II y Benedicto XVI, y acusó a los cardenales Angelo Sodano y Tarcisio Bertone, en su momento Secretarios de Estado del Vaticano, de ocultárselas a los Papas.

Pese a las sanciones que le impuso Benedicto XVI a McCarrick, Francisco se las retiró y se las volvió a aplicar hasta que un informe de la Arquidiócesis de Nueva York encontró “creíble” la acusación de que había abusado sexualmente de un menor.

La respuesta del Papa Francisco en el vuelo de regreso al Vaticano a un periodista de CBS le pesará para siempre: “No diré una palabra sobre esto, creo que la carta habla por sí misma y ustedes tienen la capacidad periodística suficiente para sacar sus conclusiones” (sic). Pronto se verá. VALE.