Estados Unidos de América (EUA) vive tiempos críticos, sobre todo porque al frente del país se desempeña un mandatario que no cala en los moldes tradicionales de la clase política estadounidense y que, pese a sus criticados errores, nacionales e internacionales, parecería que su nivel de popularidad se mantiene en cotas elevadas, aunque en los últimos días, según una encuesta del periódico The Washington Post, el 60% de electores es contrario al gobierno de Donald Trump.

Aún así, el restante 40% continúa siéndole fiel, aunque inexplicablemente, el mandatario del extravagante peinado se negaba a ordenar que la bandera nacional ondeara a media asta en señal de duelo por la muerte de su inquebrantable crítico, el legendario y discutido héroe de Vietnam y senador republicano John Sidney McCain III (Coco Solo, zona del Canal de Panamá, 29 agosto de 1936-25 de agosto de 2018, Cornville, Arizona, EUA), personaje que en las pasadas cuatro décadas se comprometió a fondo para frenar la creciente polarización de la política y la sociedad estadounidense. Hombre de fuerte carácter pero que se caracterizó por su bonhomía, murió víctima de un cáncer cerebral cuyo tratamiento médico suspendió semanas antes de su fallecimiento. Con admirable sangre fría, dispuso todo lo conducente respecto a sus propias honras fúnebres, hasta la prohibición de que el presidente Donald Trump asistiera a ninguna de las ceremonias en su memoria. En la historia de EUA jamás había sucedido algo similar.

Desde la campaña de 2016, McCain se significó por sus críticas al sustituto de Barack Obama. No solo en la palestra sino en su último libro –aparecido en el mes de mayo del presente año: The Restless Wave: Good Times, Great Figths and Other Appreciations : La ola inquieta: buenos momentos, causas justas, grandes batallas y otras apreciaciones, aún no traducida al español–, en el que describe, sin el menor rencor hacia sus adversarios, las dos derrotas sufridas (2000 y 2008) en sus campañas para llegar a la Casa Blanca. En este volumen hace trizas la actuación del mentiroso magnate al frente del Ejecutivo estadounidense.

Por ejemplo: “No sé qué pensar de sus convicciones (de Trump): ha amenazado con matar a las esposas e hijos de terroristas para demostrar la firmeza de EEUU. Es alarmante su falta de empatía hacia los refugiados, los inocentes, los perseguidos, los hombres, mujeres y niños desesperados. Su discurso, cuando dice que sólo vienen a nuestro país a robarnos o a matarnos, es lamentable. Y su respuesta a las noticias que no le gustan, calificándolas de Fake News, sean o no creíbles, es una copia exacta del comportamiento de los dictadores”. Más directo, imposible.

La lectura de este volumen es recomendable, no sólo por su oportunidad, sino por el coraje del autor al redactarlo aunque tuvo la ayuda del escritor Mark Salter. La obra fue publicada por la conocida editorial Simon & Schuster en mayo último. El libro se considera una despedida personal tanto de la política como de la vida misma, en él advierte a sus compañeros del Senado –republicanos y demócratas–, que durante más de una semana se unieron como “racimo de coyol” (dijera el inolvidable Cástulo Delfín Lara, un honrado ex presidente municipal de mi pueblo) para cantar elogios a su persona, tantas veces criticada como poco fiable, disidente o independiente de la línea oficial del Partido Republicano, que “no se encierren en guetos ideológicos” alimentados cada vez más de noticias manipuladas en comunidades cerradas.

Agrega John McCain: “Antes de irme, me gustaría ver que nuestra política vuelve a los principios y prácticas que mejor distinguen nuestra historia y la historia de otras grandes naciones…El mundo es un buen lugar por el que merece la pena luchar y odio dejarlo pero no me quejo. Para nada. Ha sido un gran viaje. He tenido grandes pasiones, he visto grandes hazañas, he combatido en guerras y he ayudado a conseguir la paz. Creo que me gané un pequeño rincón en la historia de América y de mi tiempo”.

John McCain fue el prototipo de una buena parte de la sociedad “americana”. Hijo y nieto de almirantes de cuatro estrellas con las más famosas condecoraciones. Fue graduado de la Escuela Naval de Annapolis en 1960. Rebelde en muchos sentidos, terminó sus estudios como el quinto peor alumno de su promoción. Eligió como especialización la aviación naval en el tiempo de la escalada de la discutidísima Guerra de Vietnam, a mediados de la década de los 60, y se presentó como voluntario para vuelos de bombardeo a baja altitud sobre Vietnam del Norte.

Cuenta la historia que el 29 de julio de 1967, su avión Skyhawk A-4 milagrosamente sobrevivió al impacto accidental de un misil disparado por error en el USS Forrestal, en el que fallecieron 134 de sus compañeros por la explosión y el incendio que provocó.

Comenzaba la leyenda de McCain. Tres meses más tarde, al realizar su vigésima tercera misión, su avión fue derribado. A consecuencia del ataque, John sufrió la fractura de sus dos brazos y una pierna, fue hecho prisionero –contingencia que muchos años más tarde no sería del “agrado” de un magnate rubio que llegaría a la Casa Blanca sin haber formado filas en el Ejército– y durante más de cinco años “vivió” en los peores campos de prisioneros de Vietnam del Norte. Cuando los nordvietnamitas supieron que el piloto derribado era hijo de uno de los marinos estadounidenses del más alto rango, intentaron utilizarlo como arma de propaganda y de chantaje, pero McCain rechazó todas las ofertas y no fue puesto en libertad sino hasta marzo de 1973, dos meses después del acuerdo de alto el fuego en la península. Por cierto, debido a la firma de este acuerdo, el alemán nacionalizado estadounidense, en aquel momento Secretario de Estado, Henry Kissinger y el vietnamita Le Duc Tho recibieron el Premio Nobel de la Paz de aquel año. Ahora, por petición del propio McCain, Kissinger fue uno de los oradores en sus honras fúnebres, junto con el ex presidente demócrata Barak Hussein Obama.

De su terrible experiencia como prisionero de guerra en Vietnam del Norte, John McCain recibió no sólo la fama como soldado torturado con saña por sus captores, sino graves secuelas físicas que le afectaron hasta su muerte. A cambio, el soldado superviviente recibió las estrellas, corazones y cruces más valiosas que pueda contar un militar estadounidense. Otro héroe de guerra de la Unión Americana que no logró vivir en la Casa Blanca.

No tuvo que hacerlo para que su memoria fuera celebrada por sus compatriotas. Después de los homenajes en su patria chica, McCain tuvo en la Rotonda del Capitolio –el sitio más espectacular del Congreso de EUA, donde confluyen los pasillos que vienen del Senado y de la Cámara de Representantes–, su capilla ardiente. Sitio reservado para los personajes más conspicuos del gobierno y del ejército de EUA. Desde que el senador y secretario de Estado, Henry Clay, tuviera ahí su capilla ardiente en 1852, sólo 31 personas han recibido ese honor. El acto fue más impresionante por la presencia de la madre de McCain, Roberta, de 106 años de edad, que llegó al Capitolio para despedir a su hijo. Como película de Hollywood.

En fin, el funeral de McCain en la catedral de Washington fue un ejercicio de contraste frente a su Némesis política: Donald Trump. El pasado y el presente de EUA se reunió en una ceremonia a la que no fue invitado el magnate, que se hizo presente por alusiones en los discursos más importantes.

El más emocionante fue el de su hija Meghan, que dijo: “La Unión Americana de John McCain no necesita que la hagan grande otra vez, porque EUA siempre fue grande”, y “mi padre estaba muy lejos de la retórica barata de algunos que nunca llegarán a estar cerca del sacrificio que él hizo”.

Tanto en su vida como en su muerte McCain reunió rivales: republicanos y demócratas. Pidió que George W. Bush y Barack Obama pronunciaran sendos discursos fúnebres en su memoria. El hijo de Bush Sr. dijo: “El (John) respetó la dignidad inherente en cada vida, una dignidad que no acaba en las fronteras y que no puede ser borrada por dictadores”. Y, Barack Obama resaltó: “Nuestra política puede parecer ruin y mezquina, traficando con la grandilocuencia y el insulto, con polémicas falsas y escándalos manufacturados. Es una política que pretende ser valiente y dura, pero que en realidad nace del miedo. John nos pidió que fuéramos mejores que eso”.

Colados en la ceremonia, la hija de Trump, Ivanka, y su yerno, Jared Kushner, bajaron la cabeza y escucharon los mensajes de Meghan, de Bush y de Obama. Funerales de un héroe estadounidense. VALE.