¡Oh, envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes!

Miguel de Cervantes

La envidia pertenece a los siete u ocho pecados o vicios capitales. En realidad, yo prefiero usar el término de vicios para no entrar en el terreno de lo religioso, sino permanecer en el de lo ético. Los vicios capitales lo son porque al tolerarlos en uno mismo o alentarlos de manera pública destruyen el tejido social.

En el caso de la envidia (del latín invidia) se le considera tanto una tristeza o pesar del bien ajeno como la emulación, deseo de algo que no se posee (RAE). Sobre la primera parte, bien lo había dicho Fray Luis de Granada, dominico del siglo XVI: “La envidia es tristeza del bien ajeno y pesar de la felicidad de los otros: conviene saber, de los mayores (los que están arriba), por ver el envidioso que no se puede igualar con ellos: y de los menores (los que están abajo), porque se igualan con él: y de los iguales, porque compiten con él”. Esta tristeza o pesar contra los que no se lucha pueden traducirse en actos para vengarse del otro. El mismo Fray Luis pone como ejemplo el fratricidio que Caín cometió contra Abel cuando su ofrenda fue grata a Dios; la persecución para matar a David que inició Saúl cuando supo que David fue designado como rey que lo reemplazaría; el deseo de matar y luego el hecho de vender a José por parte de sus hermanos envidiosos por el amor preferencial que a él le tenía su padre Jacob.

La segunda acepción es más cercana a la que desarrolló el filósofo René Girard al hablar del deseo mimético ya que para él los deseos se configuran por la imitación de otros. De hecho, el término mímesis viene del griego μίμησις (mimesis) que se puede traducir como imitación. La emulación puede volverse un excitante del deseo de poseer eso que no se tiene.

La envidia realmente se diferencia de la avaricia que es el deseo de poseer riquezas o bienes por ellos mismos, pues el envidioso realmente desea lo que el otro tiene precisamente porque ese otro lo tiene y él no. Esta envidia puede ser de bienes tangibles (un coche, una casa, una pareja bellísima, un reloj) o bienes intangibles (el aprecio, el amor, el respeto, por ejemplo). La envidia corroe al que la sufre y la alimenta hasta destruirlo o llevar la destrucción del depositario del bien envidiado. Por ello se vuelve un acicate de sistemas productivos basados en la exacerbación de la competencia y las posesiones, en este caso materiales. La comparación entre los miembros de una sociedad es promovida para que los de abajo quieran lo que tienen los de arriba, y estos deben mostrar y demostrar su superioridad adquiriendo lo que tienen más arriba de tal manera que los de abajo no logren alcanzarlos. El sistema capitalista, ahora neoliberal, exacerba estas emulaciones, basta pensar en las marcas de ropa u otros pirateadas y vendidas a precios accesibles a amplios sectores de la población que así satisfacen temporalmente su deseo mimético.

Cierro con una anécdota que viví hace varios años en una comunidad zapatista muy pobre, donde a diario la comida eran tortillas y frijoles. Una joven observadora que partía tras varias semanas de estar ahí regaló a unos niños pequeños un juego de mesa que les había enseñado a jugar. Un niño mayor, quizá de doce años, ya un hombrecito, les quitó el juego a los pequeños y explicó: si unos lo tienen, los otros lo querrán y empezarán los pleitos, por eso es mejor que esto sea de todos.

Además, opino que se cumplan los Acuerdos de San Andrés, se atienda Ayotzinapa, trabajemos por un Constituyente, recuperemos la autonomía alimentaria, revisemos las ilusiones del TLC, defendamos la democracia y no olvidemos a las víctimas.

@PatGtzOtero

Fe de erratas

En el número anterior, en la columna de Patricia Gutiérrez-Otero, le adjudicamos erróneamente el nombre de Guillermo González Camarena Jr., por la impresión comentada sobre su reciente muerte, como también mencionarlo en la dedicatoria. La autora sólo nos dejó escrito los apellidos (González Camarena) y, como ya se dijo, por el reciente fallecimiento del hijo del inventor de la televisión a color, acompletamos con el nombre equivocado, pues tenía que ser el de Jorge González Camarena, pintor de “La Patria”, y de lo que precisamente trata la pasada columna.

Pedimos disculpas a nuestra colaboradora y al público lector.