Chernóbil es una novela rara en el ámbito de las letras mexicanas. Su autora, Iliana Olmedo crea vínculos entre un suceso ocurrido en el extranjero, concretamente la explosión de la planta nuclear que da título a la novela, y la catástrofe que asuela a una familia clasemediera de la Ciudad de México, y de manera imperceptible entreteje y desentraña una serie de conflictos que dejarán heridas imposibles de cicatrizar en estos personajes, en especial las hermanas Daniela y Paola.

“El universo de la producción de energía es cotidiano para mí —señala la también autora de un extraordinario ensayo publicado en España, Itinerarios del exilio. La narrativa de Luisa Carnés—. Hay niños que conviven tanto con algo que termina volviéndose parte de sus vidas. Como mi hija, que crece con dos escritores. Mi esposo es el narrador Vicente Alfonso. En cierta forma, el padre de la familia de mi novela, físico nuclear, es el mío. Era alguien muy atormentado por sus pasiones, como la producción de energía eléctrica, algo muy abstracto desde mi perspectiva. Cada uno de nosotros se forma alrededor de determinados universos de los que no puede salir y definen quién eres”.

 

Novela dulce, infantil, lúdica…

1986, año clave

La explosión suscitada el 26 de mayo de 1986 en aquella panta de la región ucraniana de Pipíat (parte entonces de la Unión Soviética), alcanzó en la realidad a la familia de la autora.

“Solemos creer —dice— que los sucesos críticos de la historia no nos afectan. Aquí no llegó la radiación (o no de manera directa como a Bielorrusia, por ejemplo, aunque se habla de otras formas de contaminación como en la leche), pero los efectos de ese episodio, que fue el catalizador del derrumbe la URSS, llegaron aquí y fueron también determinantes, aunque quizá no se conectaran directamente unos con otros”.

“El año 1986 es clave para entender lo que sucederá después, no sólo por la explosión, sino porque es cuando la familia Arenas empieza a desmoronarse. A raíz de ese momento sobrevienen cambios muy drásticos en la vida de Daniela, el principal es la ausencia del padre —que, sospechosamente, desaparece al mismo tiempo de la explosión— pero también es cuando comienza su diario, una forma de entender las explosiones que alteraron su entorno”.

En el 2000 Daniela se marcha a Barcelona a estudiar artes plásticas y por algún motivo el pasado se vuelve presente de una manera aplastante; al mismo tiempo, explica Iliana, que en Chernóbil se construye un sarcófago (pagado en parte por la Unión Europea) para contener la radiación, “exactamente lo mismo que hacen los personajes con su pasado y sus problemas, tratan de contenerlos, enterrarlos o encapsularlos, pero siguen ahí”.

Le pregunto a Iliana si viajó a Rusia para describir el más desolador paraje que pueda existir sobre la tierra: “Entonces yo vivía en Barcelona y un viaje a Ucrania, vía Kiev, costaba alrededor de mil 500 euros, algo excesivo para mi presupuesto de estudiante de doctorado con beca del CONACYT. Apenas concluí el doctorado, regresé a México, me dieron una beca del FONCA y mi tutora, Verónica Murguía, me puso en contacto con un médico que había estado en las ciudades alrededor de Chernóbil tratando niños con otros médicos cubanos. Con él intercambié varios correos electrónicos y fue quien resolvió muchas de mis dudas prácticas después de leer no sé cuántos relatos de personas que hicieron el tour”.

Espléndida prosista.

Investigación profunda

La narración de Chernóbil es dulce, infantil, lúdica; por momentos un cuento de hadas, con los terrores que ello implica, pero hay un momento en que esa dulzura pudo haber estallado como una bomba nuclear: cuando Daniela descubre el abuso padecido por Paola a manos de un familiar muy cercano.

“Uno de los retos que me propuse al emprender este proyecto —dice Iliana— era que tuviera humor, que las cosas que se contaran, por terribles y dolorosas que fueran, con ironía. Estaba pasando por un momento muy oscuro y salió a relucir mientras abordaba la adultez de Daniela. Tuve que releer y retrabajar esa parte, no sólo para quitarle gravedad, sino para que tuviera cierta esperanza”.

Para escribir Chernóbil fue necesaria una investigación exhaustiva sobre temas diversos, no solo la explosión.

Dice Iliana: “La energía nuclear, los usos del átomo, el accidente de Chernóbil, México en la década de los ochenta, las desapariciones forzadas en esos años. Otra muy importante fue la investigación que hice acerca de la depresión. Para esto me sirvió mucho leer a William Styron, un escritor excelente que termina por suicidarse pese a todo lo bueno que había en su vida. Otro texto que me iluminó muchísimo fue Una historia de amor y oscuridad de Amos Oz, una suerte de autobiografía en la que intenta aclararse la razón por la que su madre se suicidó y lo dejó solo a los cinco años. Había frases y capítulos enteros que leía y pensaba este personaje es Paula, quien también tiene algunos indicios de paranoia, que es uno de los grados últimos de la depresión, para darle perfil a ese personaje utilicé una novela autobiográfica de Mercedes Pinto que se llama Él, publicada en 1958, sobre su esposo paranoico. Es una novela muy buena y poco conocida, a pesar de que Luis Buñuel dirigió su adaptación cinematográfica”.

Le pregunto a Iliana Olmedo: ¿qué experimenta cuando escucha la palabra que da título a su espléndida novela, ganadora del 15 Premio Internacional de Narrativa 2017?

“La radiación —responde— va a seguir por miles de años. Es probable que termine la vida en la Tierra y la huella de ese día permanezca. Un niño que nace hoy en la zona más afectada, que es un radio tan grande que abarca tres países, sufre daño por Chernóbil. El otro factor que me apabulla es nuestra impericia como seres humanos para controlar nuestras propias creaciones”.

La novela Chernóbil la publicó Siglo XXI editores, México, en 2018.