La tendencia de la historia indudablemente avanza hacia la libertad, la igualdad y, en menor grado, a la equidad social. El capitalismo ha permitido un avance tecnológico extraordinario, también un sendero hacia la democracia y la defensa de los derechos humanos; sin embargo, sus resultados son decrecientes y cada día encierran el destino de la humanidad en la pobreza y la desigualdad.

El dinero, como único símbolo de la sociedad —por encima de consideraciones éticas y culturales— ha propiciado un mundo donde lo único importante es la acumulación de bienes materiales.

Por eso, es importante que el próximo gobierno apunte a una “cuarta transformación”; si lo entendemos así, se trata de darle a la historia nacional un mejor rumbo, fundamentado en la justicia social, en el Estado benefactor y en la distribución de la riqueza.

Estos fines no se han logrado, a plenitud, en los últimos 200 años; si bien la Revolución Francesa, la Constitución Norteamericana y la Teoría Económica de Adam Smith le dieron un avance fundamental a las metas planteadas, estas han declinado severamente, y solo podemos encontrar contados ejemplos de un capitalismo social que ha mejorado la igualdad: los casos más notables se ubican en los llamados países escandinavos —muchos de ellos mantienen la monarquía constitucional como sistema político— como Dinamarca, Noruega y Suecia, que son un ejemplo de distribución social.

¿Cómo lo lograron? Defendiendo los principios del sistema capitalista, pero acotándolos con una política fiscal férrea y draconiana, solo el camino de la reforma fiscal es el rumbo que puede cambiar el rostro inhumano del capitalismo neoliberal.

Por eso, sorprende que el nuevo gobierno —que pretende la cuarta transformación— anuncie que los impuestos no subirán, que habrá despidos masivos y que no se le cambia una coma a la política del comercio internacional. Es decir, existe una profunda contradicción entre las aspiraciones y las promesas; por más que se tenga voluntad política y buenos deseos, el país no puede cambiar estructuralmente si continuamos manteniendo un sistema, donde los muy ricos pagan muy poco; somos de los países más atrasados en esta materia.

Por ello, se requiere un análisis serio para descifrar el tema del futuro; de otra suerte, se puede reformar el sistema político, se puede crear una democracia representativa y popular, se pueden otorgar mayores recursos a los programas sociales, pero el tema de fondo permanecería intocado. No podemos avanzar hacia un futuro de bienestar, si no se atreve —la próxima administración— a realizar un cambio que justifique la supuesta cuarta transformación.

Las otras tres: Independencia, Reforma y Revolución modificaron estructuras constitucionales, creando nuevas cartas magnas y aportaron elementos ideológicos sobre la propiedad de la tierra, de nuestros recursos energéticos y mineros, de la dimensión de nuestros mares y sobre la vieja concepción de la propiedad privada, cuyo concepto se cambia —al menos en letra constitucional— cuando el artículo 27 establece que “la propiedad privada está sujeta a las modalidades que dicta el interés público”, el artículo 25 señala la rectoría del desarrollo en manos del Estado, el artículo 3 expone un nuevo concepto de democracia y toda la teleología de este programa constitucional implicó la creación de un Estado social de derecho.

El futuro es incierto, sí no tenemos claridad académica y teórica de cuáles deben ser los principios rectores, para arribar a un cambio autentico, que retome el rumbo que el neoliberalismo nos hizo perder.

Los cambios cosméticos no nos sirven, el tema tiene un verdadero contenido histórico-social

El autor es profesor titular de Teoría Economía en la Facultad de Derecho de la UNAM.