Por Carmen R. Santos

 

Genio y figura hasta la sepultura, reza el popular refrán. Joël Dicker (Ginebra, Suiza, 1985) es un paradigmático ejemplo de ello, al igual que lo es de una determinación contra viento y marea para llevar a cabo su proyecto profesional. Hijo de una librera y de un profesor de francés, se licenció en Derecho, pero pronto descubrió que su verdadera vocación era la literatura. Se puso manos a la obra, escribiendo Los últimos días de nuestros padres, novela que envió a varias editoriales que le dieron un no por respuesta. Pero Dicker no cejó en su empeño. Continuó escribiendo y mandó su manuscrito al Premio de los Escritores Ginebrinos, que logró, con lo que los editores, ahora sí, se apresuraron a dar salida a esta narración centrada en la creación, ideada por Winston Churchill en 1940, de una novedosa sección de los servicios secretos británicos, el Special Operations Executive (SOE), que tuviera como objetivo el sabotaje desde el interior de las líneas enemigas.

Una serie de contratiempos retrasó la aparición de la novela, que finalmente vio la luz en enero de 2012 -traducción española en Alfaguara en 2014-. En septiembre de ese mismo 2012, el bombazo de La verdad sobre el caso Harry Quebert -edición en nuestra lengua en 2013 en el mismo sello-, traducida rápidamente a más de una treintena de idiomas, se encaramó durante mucho tiempo en el podio de los libros más vendidos, y que convirtió a Dicker en un fenómeno que sobrepasó lo literario. El libro tuvo defensores y detractores y fue apoyado por una muy bien orquestada campaña mediática, un tanto engañosa. Sin duda, a La verdad sobre el caso Harry Quebert no se le puede negar su condición de tener algunos aciertos en el universo del thriller, aunque la verdad es que en general pierde fuelle a medida que vamos pasando sus más de seiscientas páginas, y su lado de novela “romántica”, con lo que parecen guiños a los libros de autoayuda, no acaba de encajar. Pero de ser un más o menos aceptable thriller a venderlo, como se hizo, poco menos que en la línea de la gran novela americana -se desarrolla en Estados Unidos-, media un abismo.

Después vino El libro de los Baltimore, donde vuelve a sacar a la palestra a Marcus Goldman, personaje de La verdad sobre el caso Harry Quebert, que aquí rememora la vida de su familia y la suya propia en la infancia y adolescencia, en una propuesta que, aunque tomando elementos de thriller, se adentra en otros derroteros. Y, ahora, La desaparición de Stephanie Mailer, en la que Joël Dicker regresa por sus fueros con un noir en toda regla.

La novela comienza relatándonos un luctuoso suceso o, mejor dicho, dos: la noche del 30 de julio de 1994 se celebra en la localidad ficticia de Orphea, en la zona de los Hamptons, región real y privilegiada, el comienzo de su festival de teatro. Pero no será este hecho agradable y festivo el que recordarán sus habitantes: la joven Meghan Padalin es asesinada mientras hace footing por el parque, y si marido encuentra su cadáver ante la casa del alcalde, también asesinado, junto a su mujer y a su hijo. ¿Vio Meghan Padalin a los criminales y ha sido una víctima por azar?

Los policías Jesse Rosenberg y Derek Scott están convencidos de que resolvieron el caso y apresaron al culpable del cuádruple crimen. Transcurridas muchas décadas, la periodista Stephanie Mailer va a Orphea y, en el homenaje que sus compañeros tributan a Rosenberg por su retirada del cuerpo, les dice que se equivocaron de culpable y que pronto tendrá una prueba irrefutable de su afirmación. Pero Stephanie Mailer desaparece, ¿por arte de magia o a manos del verdadero asesino que permanece en libertad y no permitirá que se sepa lo que ocurrió aquella fatídica noche de 1994?

Entrelazando pasado y presente, Dicker nos sirve una intriga que ciertamente engancha hasta desembocar en un final bastante sorprendente. Ha pulido desaciertos que pesaban en La verdad sobre el caso Harry Quebert, y nos presenta una galería de personajes de distintos ámbitos bien dibujados -tiene no poco de novela coral-: los agobiados policías Jesse y Decker; Steven Bergdorf, el redactor jefe de una revista literaria; la desorientada y culpabilizada adolescente Dakota, el director escénico Buzz Leonard… Y, sin perder de vista el asunto criminal, aborda cuestiones muy actuales, como la situación del periodismo, internet y las redes sociales, sobre todo en su faz más oscura, o el acoso machista, entre otros.

Un estilo funcional permite una lectura fácil de esta historia que no pretende profundidades ni, obviamente, Joël Dicker es un Philip Roth. Pero sí parece dominar cada vez más los resortes de un buen policiaco.