Por Adrián Sanmartín

 

No hace mucho Anagrama publicó Recuerdos durmientes, la primera novela escrita por Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt, 1945) después del Premio Nobel de Literatura que se le otorgó en 2014, y de la que ya dimos cuenta en este suplemento. Asimismo ha puesto a disposición de los lectores españoles el guion Lacombe Lucien, escrito por Modiano y por Louis Malle (Thumeries, Francia, 1932-Beverly Hills, California, 1995), quien dirigió en 1974 la película de título homónimo. Lacombe Lucien fue la primera incursión de Modiano en el Séptimo Arte, ámbito en el que repitió en 1995, con Le fils de Gascogne, y 2003, con Bon Voyage. En el primer caso junto a Pascal Aubier, y en el segundo con Jean-Paul Rappeneau. La relación de Modiano con el cine no fue abundante, aunque nunca ha dejado de interesarse por él. Así, en 2000 fue miembro del jurado del Festival de Cannes, y varias de sus novelas se han llevado a la gran pantalla, colaborando él mismo en algunas de las adaptaciones.

No resulta ni mucho menos casual que sus dos mejores guiones, el deBon Voyage y especialmente el de Lacombe Lucien, abordaran el asunto de la Francia ocupada por los nazis y el colaboracionismo, que tanto preocupa al escritor francés hasta el punto de convertirlo en uno de los ejes, quizá el más presente, de su magnífica producción narrativa, formada por relatos y novelas. Sobre todo, en cuanto a la ocupación, recordemos la trilogía (El lugar de la estrella, La ronda nocturna y Los paseos de circunvalación), con la que precisa y muy significativamente se dio a conocer a finales de la década de los sesenta del pasado siglo.

Lacombe Lucien pone el dedo en la llaga de la más que molesta cuestión que remite a los franceses que colaboraron con el ejército alemán invasor. Sobre el propio padre de Modiano -figura que tanto le marcó-, un hombre de negocios de origen judío, pesa esa sombra, como bien estudia Fernando Castillo en su imprescindible ensayo París-Modiano (Fócola). Ese colaboracionismo que el discurso oficial galo se empeñó con ahínco en minimizar cuando no directamente en hacerlo desaparecer. No es extraño, pues, que el filme de Louis Malle causara una agria polémica.

El tema se trata aquí a través del personaje de Lacombe Lucien, joven campesino, cuyo padre está prisionero en Alemania. Estamos en 1944, con una Francia que ha caído en manos de Hitler, y regida por el Gobierno títere de Vichy. El muchacho intenta afiliarse a la Resistencia, pero es rechazado. Al ser casualmente detenido por la Gestapo no solo denuncia a quien le negó esa entrada, sino que acepta entrar al servicio de la temible policía secreta hitleriana, donde parece sentirse muy cómodo. Sin embargo, al conocer a France Horn, hija de un sastre judía que vive escondida con su padre y su abuela en una constante tensión y angustia ante el temor de ser descubiertos y llevados al horror de los campos de exterminio.

Sin duda, uno de los grandes aciertos de Modiano y de Louis Malle es la exploración del personaje protagonista, envuelto en una suerte de maldad con un punto de inconsciencia, que nos remite a la brillante conceptualización de la pensadora Hannah Arendt sobre la “banalidad del mal”, explicada en Eichmann en Jerusalén en torno a la psicología y el comportamiento del jerarca nazi.

“Lucien alza la vista. En la rama de un árbol, a pocos metros, brinca y canta un petirrojo. Lucien se saca del bolsillo un tirachinas de labriego. Apunta bien y dispara. El pájaro cae al patio”. Así se nos presenta al joven en los primeros compases de la obra, caracterizándolo ya como alguien violento, al que, sin embargo, el ejercicio de la violencia no le causa prácticamente ningún malestar ni mucho menos sentido de culpa. Lo que demostrará a lo largo de su colaboración con los ocupantes por la fuerza de su país.