Hoy se cumplen 10 años de la inesperada muerte de uno de los grandes autores recientes y un icono de la literatura norteamericana, David Foster Wallace, escritor que dejo un importante legado dentro del mundo de la letras, con obras como La escoba del sistema (2013), La niña del pelo raro (2000), Hablemos de langostas (2007), así como su más celebre realización La broma infinita, considerada una de las mejores novelas en lengua inglesa.

“Yo creo que soy de los más accesibles escritores, por la sencilla razón de que al escribir no busco intencionadamente complicar las cosas, al revés; procuro que sean lo más sencillas posible”, así David Foster Wallace consideraba su literatura, mucha de ella dentro de la no ficción, en una entrevista inédita rescatada por el escritor Eduardo Lago en su libro Whalt Whitman ya no vive aquí: ensayos sobre la literatura norteamericana; hoy publicada a manera de homenaje por el diario el País.

En la citada entrevista, que es parte de una serie de conversaciones que mantuvo el periodista con el autor durante varios años a partir del 2000, el considerado “el Kurt Cobain de la literatura”, intenta explicar parte de su vida, recordando en principio aquellos textos convencionales que solía asignar a sus estudiantes cuando era profesor adjunto de literatura en la facultad Emerson Collage en Boston. Rechaza, en la charla, pertenecer a generación alguna, niega su filiación posmoderna, un camino literario tan prometedor como artificioso que, entre Nabokov y John Barth, habría agotado su propuesta.

“No se trata de experimentar por experimentar, ni es cuestión de hacer ningún juego de ingenio con la estructura, sino que si hay una dimensión experimental es porque era inevitable, porque el autor no tenía ninguna otra manera de transmitir las dimensiones de la experiencia, emoción y conocimiento que encierra en sí el mundo de la historia”.

Con un look atlético, casi siempre con una pañoleta en la cabeza, Foster creía que nada se comparaba con la literatura, un arte que hace trabajar, que no da las cosas digeridas como la televisión, pero a la vez reconocía que había mucha belleza y profundidad en la cultura popular más basura.

“No es sólo una cuestión económica, sino también estética, y también tiene que ver con el hecho de que nos proponemos producir cosas y a veces entretener a la gente, pero también se trata de que somos una generación que creció viendo televisión”.

Uno de los temas que se asoma con fuerza en aquella platica, es la tristeza. Foster Wallace lucho varias veces contra la depresión por ello, aseguraba, que el principal objetivo de los libros es lograr “sentirnos lo menos solos”. No obstante, advierte Foster, La broma infinita, fue construido con la idea de ponerle fortaleza a aquel sentimiento: “cuando me empezaron a hacer entrevistas poco después de su publicación, todo el mundo insistía en que era un libro muy divertido, cosa que no entendía y me intrigaba, pero honestamente también me decepcionaba, porque para mí el sentimiento dominante del libro es de una inmensa tristeza”.

Cabe mencionar que durante la entrevista se puede leer un fragmento interesante, cuando Foster Wallace se entera por Lago de que en España ha sido traducida La broma infinita. El entrevistador se sorprende de que no está al tanto y el entrevistado expone que ha pactado con su agente que no le diga nada de sus traducciones.

“Me imagino que es halagador ver tu trabajo traducido, pero a mí es algo que también me aterra”.