Por Paulina Figueroa

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]P[/su_dropcap]aula Mónaco Felipe nació en la Argentina de 1977, durante la dictadura militar. Gracias a su memoria histórica y compromiso periodístico se apasionó por el caso de Ayotzinapa y la desaparición de los 43 normalistas. Era previsible porque a lo largo de su vida nunca ha dejado de pensar en sus padres. La Junta Militar argentina se los llevó cuando sólo tenía 25 días de nacida.                                                                                                                                                                                         

Paula decidió pasar la Navidad de 2014 en la Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” con los familiares y amigos de los jóvenes que, en ese entonces, tenían tres meses desaparecidos. Tomó entre sus brazos a Melanny, hija del estudiante Israel Caballero Sánchez: “Fue una situación muy difícil porque la niña tenía poco más de un mes de nacida y me di cuenta que ella y yo teníamos una historia idéntica. Nuestros padres desaparecidos cuando teníamos unos días. Fue muy fuerte la conexión con esa niña”, explicó en entrevista para Siempre!, Mónaco Felipe.

La revelación la llevó a plasmar, a través de testimonios, los acontecimientos del 26 de septiembre de 2014, de Iguala, Guerrero. Ayotzinapa, horas eternas (Editorial B, 2015) es un documento que pretende ayudar a las personas que sufren la desaparición forzada de algún familiar, “que sufren una ausencia permanente y que tienen muchas preguntas”.

A cuatro años de la desaparición del padre de Melanny y de otros 42 estudiantes, la periodista tiene confianza que la administración de Andrés Manuel López Obrador esclarezca éste y muchos otros temas pendientes de la agenda nacional. “El presidente electo no ha sido una persona que ha abanderado el caso Ayotzinapa, pero no pierdo la esperanza de que puede haber un avance”. 

La periodista Paula Mónaco Felipe.

Relatas que a partir del noveno día te uniste a la búsqueda de los normalistas. ¿Cómo te enteras del acontecimiento?

Un día después me enteré de lo ocurrido en Iguala, porque lo leí en el periódico La Jornada y comencé a reportarlo como lo que era, un suceso del cual no teníamos mucha claridad. Después de unos días, decidí ir hacia allá con mis compañeros Miguel Tovar (fotógrafo) y Gloria Muñoz Ramírez (portal Desinformémonos) para saber de primera mano qué era lo que pasaba. El primer reporte de lo que ocurrió en Iguala se publicó en diarios nacionales y difunden un enfrentamiento, un ataque armado, balaceras, pero no de ataques en contra de los estudiantes. En los siguiente días hubo una confusión creada por parte del gobierno del estado de Guerrero. En el momento que las autoridades anuncian el hallazgo de una fosa empieza a haber más cobertura mediática. Yo llegué en ese grupo de prensa internacional. Hice una crónica que salió en La Jornada, pero cuando estaba apunto de enviarla un chavo se me acercó para contarme lo que había sucedido. Fue el primero que me lo contó —es un sobreviviente que se acaba de graduar—, fue un primer asomo en los siguientes meses. Entrevisté a 17 sobrevivientes para poder reconstruir lo que sucedió y con base a los relatos podemos decir claramente que los ataques en Iguala fueron por agentes del Estado y las desapariciones son responsabilidad de los agentes del Estado. ¿Qué ocurrió después de que los subieron a las camiones de la Policía Municipal? No los sabemos todavía. Hay claramente participación de grupos de delincuencia organizada pero eso no quita lo fundamental y no le quita responsabilidad al Estado. En el caso Iguala fue el Estado y eso a cuatro años cada vez es más evidente y cada vez más vergonzoso que siga impune el caso.

-De todos lo relatos, ¿con cuál te sentiste más identificada?

En esos días y en los meses que siguieron entrevisté a más de 100 personas entre familiares, sobrevivientes, amigos y parientes. Con muchos fui creado diferentes relaciones pero con algunos tengo historias que tocan fibras, temas muy personales. Conocí a doña Hilda Legideño, mamá de Jorge Antonio Tizapa Legideño. La fui viendo como una mujer/ama de casa que prácticamente nunca había salido de su hogar. Se transformó en una mujer que fue a la búsqueda de su hijo en las montañas. Se disfrazó de vendedora tratando de encontrar a Jorge Antonio y a los demás. Fue capaz de enfrentar al Estado mexicano ante la ONU, en Ginebra. Una mujer que cambió mucho por esta situación. Mis propios abuelos eran verduleros y se transformaron en personas que salieron a declarar al exterior lo que pasaba en Argentina.

Otra de las historias, la responsable del porque decidí sacar este libro, ocurrió el 23 de diciembre de 2014. Mis compañeros de la organización H.I.J.O.S y yo decidimos pasar la Navidad en Ayotzinapa para acompañarlos. En esos días había una donación de ropa; estaba una muchacha que quería buscar ropa pero me di cuenta que no podía porque tenía una bebé. Me acerqué y le pregunté si quería que le cuidara a la niña y me respondió que sí:

-Yo soy Paula, soy periodista, soy de H.I.J.O.S.

-Soy Rocío, esposa de Israel Caballero Sánchez, uno de los 43. La niña es Melanny, su hija.

Rocío se fue a buscar ropa y yo me quedé con Melanny y fue una situación muy difícil porque  la niña tenia poco más de un mes de nacida y me di cuenta que ella y yo teníamos una historia idéntica. Nuestros padres desaparecidos cuando teníamos unos días. Fue muy fuerte la conexión con esa niña. En ese momento sabía que tenía que hacer algo para Melanny y para los 43. Ese es el espíritu principal del libro: generar un documento no para el futuro sino para las personas que sufren la desaparición forzada, que sufren una ausencia permanente y que tienen muchas preguntas.

-Muchos de los jóvenes no buscaban ser normalistas, querían otra profesión pero no había para más. ¿Nacer en Guerrero, Oaxaca, condicionó su vida, o la condicionó la pobreza?

Muchos otros que he ido conociendo no tenían como primer opción estudiar una Normal Rural. Querían ser ingenieros, psicólogos, arquitectos pero no podían estudiar nada de eso porque no tenían las posibilidades económicas, la mayoría de ellos son de familias con recursos limitados; familias que nacen en círculos de pobreza y que son difíciles de romper. Muchos de los que están desaparecidos son los primeros en tener acceso a una carrera universitaria. Varios no querían ser normalistas, fue la única opción y en ese caso Ayotzinapa sigue siendo una muestra de muchas de las cosas más terribles que vivimos en México; la marginación y pobreza estructural. La historia de los desaparecidos de Ayotzinapa hubiera sido diferente si no fueran muchachos pobres, si no hubieran nacido en donde nacieron. Cuatro años después tendríamos verdad y justicia. ¿Qué pasaría si hubieran sido estudiantes de la Ibero y no de una Normal Rural?

-De las historias de los normalistas, el 70% habla de migración. Los padres salen de su lugar de origen para irse a Estados Unidos para buscar mejorar su vida. Tú sales de tu país y te instalas en México. ¿El tema de la migración qué peso tiene en ti?

Muchos de ellos crecieron prácticamente sin papá porque la mayoría tuvieron padres migrantes que se fueron a Estados Unidos, no para hacer grandes cantidades de dinero sino para dar de comer a la familia porque el país se ha ido empobreciendo. Cuando el dinero no alcanza en la casa y el papá está en EU es prácticamente imperativo que los jóvenes tengan que trabajar para garantizar el sustento. La mayoría de estos muchachos trabajan desde los 8 años, además de estudiar. Nos muestra una deuda social muy fuerte pero a la vez una reserva de dignidad.

 

-A cuatro años de los hechos, ¿la esperanza de encontrarlos sigue igual de viva (tanto de la sociedad como de los familiares) como en los primeros días?  

Desde los primeros días los familiares y los sobrevivientes se toparon con quienes les decían: “Ya resígnate”. “Seguro están muertos”. A cumplirse cuatro años esas voces son cada vez mayores. Incluso los tachan de locos por seguir teniendo la esperanza de encontrarlos con vida. Si bien el paso del tiempo va haciendo que el olvido sea más natural, pedirle a un familiar de un desaparecido que dé por muerto al ausente es un acto de crueldad extrema.   

-¿Se han agotado todas las líneas de investigación para encontrar a los 43 normalistas? ¿Qué queda por hacer?

No se han agotado ninguna de las líneas de investigación, porque no se ha indagado por parte del Estado, ¿qué paso con los 43? ¿En dónde están? Desde la primera conferencia del procurador Jesús Murillo Karam dejó claro que la opción y la estrategia del Estado era cerrar el caso, quitarse de responsabilidades y promover el olvido. Se borraron o perdieron las grabaciones de cámaras de seguridad. El Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) pudo darnos una versión más cercana a la verdad y a la justicia. El Estado ha dado trabas e incluso ha dado chivos expiatorios. Muchos de los 120 detenidos han sido torturados para auto inculparse.

-Desde tu punto de vista, ¿es necesario crear la Comisión de la Verdad y la Justicia?

Puede ser muy interesante. Es importante cualquier ejercicio en busca de la verdad, y más si contiene actores ciudadanos y personas dignas de confianza, pero no es lo único, se pueden hacer muchas cosas más. Las comisiones en América Latina han servido para dar un primer paso, el paso de esclarecer, de investigar pero si se queda ahí y no avanza hacia la justicia es incompleto. Necesitamos verdad pero también justicia, sólo así se pueden sanar a las sociedades de estos dolores tan profundos y de laceraciones tan intensas.

-¿Hay esperanza con el gobierno entrante?

Un cambio de gobierno significa esperanza porque es otra visión y por lo que implican los movimientos de poderes. Aunque Andrés Manuel López Obrador no ha mostrado interés especial en el caso Ayotzinapa, creo que en el equipo que lo acompaña sí hay personas lo han mostrado en estos años. En el voto que llevó a López Obrador a la Presidencia en mi opinión hay mucho de esperanza de que se esclarezcan éste y muchos otros casos. Hay mucha esperanza en un cambio que implique el fin de la impunidad.

-En 2015, cuando recién salió tu libro mencionaste que: “El tejido social está debilitado y sólo nosotros lo podemos reconstruir. Con el libro intento reconstruir una parte y generar inquietud”. ¿Se logró ese objetivo?

No. Un libro no hace nada, una película no hace nada, tampoco cambia la realidad son pequeños aportes que sólo sirven si son muchos y si nos vamos sumando. Cada quien aporta algo para construir verdad y justicia pero no puedo tener esa soberbia de que mi libro cambió algo. Lo que sí puedo decir es que este libro se editó dos veces en México y va por su segunda edición en Argentina. El libro es un ladrillo de memoria en ese sentido. Lo escribí y lo trabajamos junto con Ana Valentina López de Cea, con quien hizo una parte de las biografías y el fotógrafo Miguel Tovar. El tejido social sigue completamente dañado pero todavía no está muerto, ha habido muestras de que podemos reaccionar y ojalá podamos ir reconstruyendo a partir de eso.

-¿Cuál sería el diagnóstico que darías de América Latina?

Las desapariciones forzadas fueron un instrumento en décadas anteriores que se usó como forma de persecución política y como método de terror para infundir el miedo. El genocida argentino Jorge Rafael Videla lo decía con una metáfora horrenda: es como cuando quieres extirpar un cáncer: sacas el tumor pero también sacas todo lo de alrededor. Esa es la desaparición forzada como método, sacar sin dar explicación. En América Latina se utilizó como una simple técnica para perseguir fines económicos —ni siquiera como un método político—, para cambiar el modelo económico y para enriquecer a ciertas personas y grupos. Las fuerzas armadas fueron cómplices de eso. Pensábamos que con el paso de tiempo y con el avance de la justicia, en los últimos años había quedado atrás la desaparición forzada pero de repente México muestra que no. No sólo en el caso de Ayotzinapa —porque aquí se ha aplicado desde el 68 en adelante de forma sistemática—, es un método que se ha aplicado sin pausa.

México tiene más de 35 mil desaparecidos en 11 años, según datos oficiales. La más cruel de las dictaduras —por dimensión numérica y no por los hechos— fue en Argentina y tuvo 30 mil desaparecidos en 14 años. México supera la cifra, pero los 35 mil mexicanos desaparecidos ni siquiera son reales, porque organizaciones calculan que podríamos tener el cuádruple de desaparecidos en estos años. Entonces, ¿cuántos desaparecidos hay en México? no lo sabemos, y son desaparecidos en democracia, lo que nos demuestra que es una democracia totalmente fallida. Estamos mucho peor que en el tiempo de las dictaduras en Sudamérica y América Latina.