La muerte de Huberto Batis ha cimbrado el panorama actual de la cultura y el periodismo cultural de México. No podía ser de otra manera, al haber sido Huberto un generoso artífice en la formación y desarrollo de generaciones enteras de escritores y lectores. Ejemplo de honestidad y fidelidad a sí mismo, Huberto Batis fue un “Petronio actual”, como lo definiese Hugo Argüelles, porque “Huberto, como Petronio —escribió el gran dramaturgo— es un ejemplo de generosidad verdaderamente noble y desinteresada” (La Cultura en México, Siempre!, 30 de marzo de 2000). A Huberto Batis le debo ser el escritor que soy, el crítico que he sido y persisto en ser, el hombre combativo que habita en mí y se manifiesta a través de la escritura. Es cierto que llegué a unomásuno con Miguel Ángel Granados Chapa, gracias a la recomendación de Elena Poniatowska, por una entrevista que le hice entonces a la autora de Hasta no verte, Jesús mío para un trabajo escolar y que a ella le gustó mucho, y tuve la fortuna que se publicara en primera plana del Suplemento de Aniversario de la sección Cultura (que dirigía Humberto Mussacchio), el 14 de noviembre de 1982; pero es cierto también que el destino adelantó a Batis como mi primer editor y el primer texto que publiqué se debió a él, en la edición del suplemento Sábado del 3 de octubre de 1982, casi un mes antes, con el escritor panameño Enrique Jaramillo Levi. Yo apenas conocía a Huberto, pero en el ínterin de esperar la publicación de la entrevista con Elena, me había acercado a Sábado, entonces dirigido por Fernando Benítez, con la ilusión de publicar un cuento que le dejé a Huberto en mano. Una tarde nos encontramos, y al saludarlo, me dijo: “¡Ah, tú eres el del cuento! —y se me quedó viendo—, ¿de veras quieres publicar en Sábado?”. Claro, le respondí. “Bueno”, y sacó unos libros que traía en su inseparable y abultado portafolios, me los dio, me dijo que los leyera, que buscara al editor y autor de los mismos, Jaramillo Levi, dándome su teléfono, que lo entrevistara y le llevara el material cuanto antes. Así lo hice, y la entrevista salió de inmediato. Fue mi primer editor. De hecho, yo siempre festejo el 3 de octubre como el día que cumplo años de trayectoria. Este 3 de octubre cumpliré 36 de ejercicio periodístico y lo celebraré brindado por Batis quien, a partir de aquella entrevista —y siendo él jefe de redacción de Sábado— me publicó todo lo que le llevaba. Recuerdo de esa época mis entrevistas con José Antonio Alcaraz, Eraclio Zepeda, Héctor Manjarrez, Tomás Segovia, Luis Cardoza y Aragón… Mi réplica a la postura “antiliteratura gay” de Zapata y Blanco… Tenía yo 19 años. Cuando cumplí 15 como colaborador le entregué un texto alusivo a Huberto, que ilustró con una foto que él me había tomado en aquel tiempo y cuyo pie decía: “Gonzalo Valdés Medellín cuando era bebé” (18 de octubre de 1997). Y es que sí, Huberto me vio crecer. Al paso de los años me publicó algunos cuentos. Dos de ellos merecieron primera plana: “En la casa de las semejanzas (Relato para Amanda)”, Premio Juan Rulfo de Radio Francia Internacional 1995 y “Homenaje a Fitzgerald” en 1997.

Tengo la imagen de Huberto solo, una tarde que llegué a entregar mi colaboración, acababa de pasar la revuelta de quienes luego formaron La Jornada y Huberto había decidido quedarse en unomásuno: “¡Y qué!, ¿tú también te vienes a despedir, también te vas con todos los demás?”, me preguntó. “No —le respondí de inmediato—, de hecho traigo una carta para el director (Becerra Acosta) diciéndole que yo no firmé la carta de renuncia que publicaron hoy varios colaboradores y donde aparece mi nombre”. “¿No firmaste?”. “¡No!”. Braulio Peralta, que era el responsable de aquella carta colectiva de renuncia de colaboradores, había puesto mi nombre, sin tomarme parecer. Yo no tenía ningún interés en irme de Sábado. Le entregué mi carta a Becerra Acosta. A partir de entonces comenzó una amistad con Huberto a prueba de todo. Benítez se fue poco después, y aún tardó Becerra en darle la titularidad de Sábado a Batis, pero presencié ese momento feliz en la vida de Huberto. Le fui leal como colaborador durante 22 larguísimos y maravillosos años de aprendizaje, de crecimiento, de diario ejercicio periodístico, de madurez, porque llegué a publicar hasta una nota diaria, incluyendo las de Sábado.

Teniendo como base aquel primer cuento que le había entregado en 1982, al poco tiempo me invitó a publicar crónicas urbanas. “Sí puedes hacerlas, escríbelas como escribiste el cuento aquel”, me animó. Así lo hice desde 1984, y en 1999, por esas crónicas urbanas, fui distinguido con el Premio José Pagés Llergo. Huberto también publicó una escena de mi obra hasta ahora más emblemática: A tu intocable persona (1986). “Está cabrón —me comentó—, eso del Sida, mano, vamos a ver qué provoca tu teatro”. Provocó todo. Llegando a un gran estudio de Pauline Rousseau de la Escuela Normal Superior de Lyon, Francia, que aquí publicó el Colegio de México en 2015. Mucho debo a Huberto. Le dediqué A tu intocable persona, y otros libros míos también: En la casa de las semejanzas (2011) y Morelos: Acero y Fuego (2015), porque, como lo dije en uno de sus Homenajes en Bellas Artes: ¡todo se lo debo a mi mánager!

Huberto Batis entregó su vida entera a la cultura mexicana, su obra fue fundamental en la fortificación no sólo del periodismo cultural, sino de la libertad de prensa y de la libertad de expresión que hoy gozamos. Su nombre es leyenda, es historia, es parte de nuestra cultura y nuestras letras.

¡Descansa en paz, maestro invaluable!