Yeidckol Polevnsky acusó al gobernador electo de Morelos, Cuauhtémoc Blanco, de haberse quedado con todo el gabinete. De no compartir los cargos con Morena, cuando gracias a Andrés Manuel López Obrador había ganado la elección.

Polevnsky llamó “españolete” al secretario particular del futbolista y lo responsabilizó de robarse a los diputados de Morena a “billetazos” para jalarlos al Partido del Trabajo. Blanco no tardó en colocarse en la cancha para responderle a la dirigente de Morena muy a su estilo machista.

“Yo sí le digo a la señora —afirmó—, con todo respeto, que es una mujer, que no me voy a dejar”. Y repitió: “es una mujer y la respeto, siempre he respetado a las mujeres, pero no me voy a dejar”. Solo faltó que le dijera: “Lástima que tienes faldas, Yeidckol, si fueras hombre resolvería esto de una vez a patadas”.

El futbolista es famoso no solo por los goles que ha metido en el deporte del balompié sino por una misoginia que le cuesta trabajo ocultar y contener.

La crónica deportiva recuerda cómo en 2003 le gritó en plena cancha a Virginia Tovar, árbitro en un partido entre el América y el Irapuato: “Mejor ponte a lavar platos”.

Ese es Blanco. Siempre ha sido así. Su paso por la presidencia municipal de Cuernavaca estuvo plagada de escándalos. Ha sido acusado de tener vínculos con el crimen organizado, de enriquecimiento ilícito, de no cumplir con sus promesas de campaña, de correr arbitrariamente a más de 100 trabajadores del ayuntamiento, de violencia física y verbal, ¡claro!, en contra de sus mujeres. Pese a todo ese currículum, Morena decidió convertirlo en su candidato a gobernador al estado de Morelos.

Y hoy, el futbolista, dice que no le debe nada a López Obrador.

En el otro lado de la cancha, donde menos se esperaba, se escuchó un “no, corazones… corazoncitos”. El presidente electo rechazó así ser entrevistado por reporteras que le pedían una opinión sobre la licencia que el Senado concedió Manuel Velasco para que regresara a gobernar Chiapas y sobre el paso de cinco diputados del Partido Verde a Morena.

La expresión se leyó al principio como parte del folclor tropical, pero conforme pasaron las horas su significado fue ubicado en su justa dimensión.

El “no, corazones… corazoncitos” lleva implícito el desprecio y menosprecio a la tarea informativa de la mujer periodista y a la inteligencia de las mujeres en general. Ocurrencia que entró automáticamente en contradicción con lo que ha venido proponiendo la futura secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero: una política transversal para combatir la discriminación, marginación y violencia de género.

Y el remate lo dieron las famosas manuelitas, 51 mujeres que por la presión de funcionarios bajo el mando del gobernador Velasco y de varios partidos políticos renunciaron a ser regidoras y diputadas para ceder el cargo a “honorables” varones.

Blanco, López Obrador y Velasco, tres políticos de primer nivel, acabaron en tres patadas con siglos de lucha a favor de los derechos de la mujer, con reformas políticas y constitucionales, tratados internacionales, pero sobre todo con una arquitectura de conciencia.

Cuando el presidente electo habla de bajarse el sueldo, argumenta que se trata de dar, desde arriba, el ejemplo. Lo mismo sucede con el tema de género. Si desde arriba, desde el poder, se utiliza el lenguaje para devaluar a la mujer o para hacerle sentir que con el varón no se juega ni al futbol —como es el caso de Banco—, lo que sigue, en la sociedad, es el retroceso.

Tres posturas misóginas, de tres políticos relevantes que tienen, tendrán y concentrarán todo el poder, obligan a encender la alerta de género.

A ellos y a otros, hay que decirles que las mujeres somos mucho más que “manuelitas de corazoncitos blancos”.