Carlos Ramírez

A lo largo de cincuenta años, el movimiento estudiantil de 1968 —del 22 de julio al 4 de diciembre— ha ido creciendo como el factor de democratización del sistema político priista hasta llegar a la alternancia presidencial en 2000 y sus secuelas: alternancia del PAN al PRI y del PRI a Morena.

Sin embargo…

En México han existido dos 68 en el proceso de democratización: el primero fue el movimiento estudiantil como tal que terminó con la represión institucional del Estado, el encarcelamiento de los dirigentes estudiantiles, su posterior liberación y su incorporación a labores dentro de las instituciones públicas o en la oposición partidista o universitaria.

El segundo fue el camino de reforma política promovida, dirigida y acotada por el propio sistema político priista para ir avanzando en una democracia en cámara lenta que eludiera para su supervivencia los costos políticos de los autoritarismos y represiones, y que optara por reformas democratizadoras exigidas por la globalización política derivada de la globalización económica y no tanto por el 68 estudiantil.

En términos estrictos, el movimiento estudiantil del 68 ha sido autorreferencial de Niklas Luhmann, en tanto que la democratización del sistema ha seguido el modelo autopoiético Humberto Maturana y Francisco Varela. El primero agota sus posibilidades en su autoinserción en una dinámica mayor y más abierta y plural, y el segundo implica la capacidad del propio sistema para modificarse por sí mismo como cuerpo biológico para sobrevivir incluso sin sus miembros.

El primer 68 tuvo un espacio político muy preciso: la crisis generacional, la ruptura cultural de los sesenta azuzada por el consumo de drogas, la guerra de Vietnam, la rebeldía juvenil, el agotamiento del discurso social del Estado mexicano, los problemas de empleo y el efecto negativo de la falta de libertades públicas no estrictamente políticas, las rebeldías juveniles desde los vasconcelistas, la autonomía de la UNAM y las violencias estudiantiles de 1951 a 1967. Los estudiantes, en las definiciones de Octavio Paz en Corriente alterna de 1967, eran rebeldes, no revoltosos ni revolucionarios.

El segundo 68 se movió en los problemas del autoritarismo de Estado del presidente Díaz Ordaz, la falta de libertades ideológicas, los jóvenes que no podían votar porque el voto solo era para mayores de 21 años o de 18 a 21 si estaban casados por lo civil, la rebeldía estudiantil que de todos modos no pasaba por las urnas, el dominio electoral absoluto del PRI en las elecciones por una oposición sin representación territorial, las reformas light del sistema político priista para pluralizarse, la burocratización del corporativismo, el control del PRI por una oligarquía autoritaria y el proceso de sucesión presidencial de 1970 que había comenzado después de las elecciones intermedias federales de 1967.

La situación del país en el primer semestre de 1968, con todo y las tensiones y conflictos en el interior del sistema y los brotes de inconformidad en su periferia, estaba bajo control, aunque en enero de 1968 el escritor Carlos Monsiváis había escrito en el suplemento La Cultura en México de la revista Siempre!, casi como presentimiento, que “en cierto sentido 1967 ha desempeñado en la historia privada de México un papel premonitorio o prologal: es a 1968 lo que 1909 fue a 1910”. Sin embargo, 1968 abría sin nubes reales de conflicto que alertaran sobre una revolución. En las elecciones de 1967 el PRI había ganado 99.4 por ciento de todos los distritos electorales o, en términos numéricos, solo había perdido uno a favor del PAN.

En política no existen los hubiera. Pero ¿qué hubiera ocurrido si el 22 de julio los granaderos solo hubieran separado a las pandillas de la escuela Isaac Ochoterena y de la Vocacional 2, y si el 26 de julio también hubieran evitado los choques entre ellos? Sin duda que el movimiento no hubiera prendido. Pero los granaderos golpearon estudiantes, entraron en instalaciones educativas y luego el Ejército fue movilizado para atacar la Prepa 1 de San Idelfonso. ¿Y qué hubiera pasado si el rector Javier Barros Sierra —militante del PRI y precandidato derrotado por Díaz Ordaz en la sucesión presidencial de 1964— hubiera reaccionado con serenidad ante el bazucazo y su intervención hubiera abierto canales de negociación con el gobierno?, pero no lo hizo y potenció la crisis: poner bandera a media asta y liderar la protesta estudiantil contra el gobierno. Sin respuesta autoritaria del gobierno, el movimiento se habría desinflado.

Después del 2 de octubre y de la desarticulación de la dirección política del movimiento, los estudiantes arriaron sus banderas y regresaron a clases el 4 de diciembre. El sistema se movió con prisas: salido del conflicto del 68 como candidato presidencial Luis Echeverría Álvarez, inició un proceso de reactivación política del sistema priista comenzado con la anulación del grupo autoritario diazordacista; José López Portillo legalizó el Partido Comunista Mexicano y llevó a la izquierda rebelde, guerrillera y comunista al Congreso; el PRI optó por un quiebre político en las sucesiones y terminó en 1976 el ciclo de los políticos iniciado en 1946 con la candidatura de Alemán y la transformación del PRM en PRI y comenzó el periodo de los tecnócratas sin preocupaciones políticas.

El sistema político priista se fue autorreformando. El 68 estudiantil no tuvo propuestas de reforma, de agenda de transformaciones y de élites políticas activas y de continuidad con ningún otro movimiento estudiantil.

El único que potenció el 68 hacia el sistema político fue Octavio Paz con el texto de su conferencia en Austin en octubre de 1969, base para Posdata: el dilema del sistema priista era democracia o dictadura. Su tesis no encontró espacio en las estructuras de toma de decisiones del sistema, pero quedó como el primer análisis sistémico del régimen priista.

En los términos del proceso de reforma del sistema político priista el 68 estudiantil no existió sino solo como factor detonador de reformas progresivas que fueron potenciadas por la capacidad de autorreforma del propio sistema y la necesidad de las élites 1970-2000 de sacrificar autoritarismos sistémicos en aras de la modernización económica y de su propia sobrevivencia como sistema-PRI.

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