Por Jorge Alonso Espíritu

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]C[/su_dropcap]incuenta años después de los movimientos estudiantiles de 1968, de la Primavera de Praga y el Mayo Francés, de la masacre en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, la historia se ha convertido en un mito al que volvemos recurrentemente. Hace unos pocos días, por ejemplo, el fantasma de la represión volvió a ser invocado cuando un grupo de choque atacó a los estudiantes del Colegio de Ciencias y Humanidades de Azcapotzalco, provocando un paro de labores y una manifestación multitudinaria en la UNAM.

Sin embargo, la complejidad de los hechos de ese año convulso, que sacudió a una generación de jóvenes en decenas de países, quedaron reducidos en la mente de los mexicanos a un solo episodio: la matanza del 2 de octubre.  

Por eso, para Joel Ortega Juárez, uno de los líderes estudiantiles de aquellos días oscuros, ha llegado el momento de despedirse del 68, de cerrar el ciclo histórico que nos ancla a ideas del pasado, algunas de ellas vencidas, como los experimentos socialistas del siglo XX, que se derrumbaron porque suprimieron la libertad de sus ciudadanos.

“El pensamiento no puede tomar asiento”, dice Ortega citando la canción de Luis Eduardo Aute. También habla de John Lennon y su canción Imagine, el himno de una generación que cometió muchos errores, pero que intentó cambiar el mundo. El mundo de hoy, afirma, recibe a los jóvenes con nuevos desafíos.

Así lo plasma el sobreviviente de Tlatelolco y el “Halconazo”, ahora analista y profesor universitario, en su nuevo libro Adiós al 68, editado por el sello Grijalbo, del que habla en entrevista para Siempre!

Joel Ortega Juárez, autor del libro “Adiós al 68”.

Joel Ortega Juárez, autor del libro “Adiós al 68”.

-¿Cómo debe pensarse el 68 más allá de los mitos que se han creado a su alrededor?

Las manifestaciones de 1968 no fueron un evento local, sino planetario, su comienzo lo marcaron dos hechos: primero, la ofensiva del Vietcong en la península indochina en Vietnam, aunque la guerra no terminó hasta cinco años después, en 1973, su fin se dio –además de por la resistencia de los vietnamitas- gracias a la movilización en los Estados Unidos de los jóvenes que protestaban contra la incursión armada; y después, la Primavera de Praga, en Checoslovaquia, que terminó cuando las tropas del Pacto de Varsovia reprimieron salvajemente a los manifestantes. Luego vino el Mayo francés y un movimiento juvenil planetario en casi 70 naciones de todo tipo: países capitalistas avanzados como Francia, Alemania, Italia; países capitalistas de desarrollo medio, como eran España, Grecia, Portugal; los países de la América del Sur: Brasil, Uruguay, Argentina y México; África, en Ghana y en Marruecos; la Asia atrasada, en Pakistán o en Afganistán;  y el Oriente avanzado, en Japón.

Este libro no se reduce, como la mayor parte de los escritos sobre el tema, al 68 mexicano, viéndolo como una cuestión local. Esa perspectiva desvirtuó la historia. Incluso hay una versión muy extendida, que con una mirada muy corta, que afirma que el movimiento estudiantil comenzó en la Ciudadela por el pleito entre dos pandillas de la preparatorio particular Ochoterena y de las Vocacionales 2 y 5. No digo que no haya ocurrido, ni que haya sido un elemento que estuvo ahí, pero reducir eso es desvirtuar al 68. Eso y la reducción del movimiento a la masacre del 2 de Octubre. Desde entonces se creó una idea, una media verdad que se ha convertido en un lastre que nos ha llevado a creer el mensaje que el Estado intentó con la matanza: “No se muevan porque si se mueven los matamos”. Y lamentablemente, quienes lo promueven son las filas del movimiento. Casi todos los compañeros que sobrevivieron al movimiento se quedaron con esa misma idea.  Eso no quiere decir que no hay que denunciar la masacre. Claro que sí. Pero no es lo único ni lo esencial.

-¿La versión de los 500 muertos benefició al Estado?

Entre las versiones equivocadas sobre el movimiento está la mentira de que hubo 500 muertos en la plaza de Tlatelolco. Era un “borrego” –como se conocía entonces a las “fake news” y ese “borrego” se volvió una fantasía que dañó a la movilización, porque sobredimensionó una matanza que sí existió, pero no fue de esas magnitudes, y eso le dio armas al gobierno. Cuando a Díaz Ordaz lo nombraron embajador de México en España dijo en una entrevista que eso no podía ser más que una una mentira, porque un muerto deja una novia sin su novio, una madre sin su hijo, ¿y dónde estaban ellos? Su gobierno, desde el primer día reconoció 27 decesos. Nunca dijo que no hubo muertos. Lo que pasa es que nos los endilgo a nosotros, y después la estela de Tlatelolco que puso Raúl Álvarez, un compañero que murió del cual hago una semblanza en el libro, tomo eso como una realidad, en lugar de ir a investigar. El “Búho” (Eduardo Valle) y yo, a través de las indagaciones de la Fiscalía Especial que encabezó Carrillo Prieto, determinamos un número de muertos en Tlatelolco, que no te lo digo para que los lectores compren el libro, sino pierde el chiste.

-¿Fueron ingenuos los estudiantes que participaron en el movimiento?

En un sentido sí, pues no contemplamos la posibilidad del uso del Ejército para acabar con el movimiento. Eso también lo digo en el libro. Nos equivocamos porque éramos jóvenes institucionales, educados en la Revolución Mexicana. No pensamos nunca que el Estado iba a actuar de esa manera. Era totalmente predecible que si no había una salida política, una negociación, lo que venía era la acción represora del Estado. Aparte el presidente Díaz Ordaz lo había dicho con toda nitidez, durante su informe de gobierno:  “todo tiene un límite y no podemos permitir ya que se siga quebrantando irremisiblemente el orden jurídico, como a los ojos de todo el mundo ha venido sucediendo.” Y no supimos leer que quería decir eso. Incluso, en las páginas de la revista Siempre, Pablo González Casanova escribió con mucha lucidez: “estamos cerca de un proceso de descomposición que se puede convertir en una solución represiva y que puede convertirse en la Aritmética de la contrarrevolución”. Pero no sólo él, el rector Barrios Sierra nos llamó personalmente, pero también en público y dijo: “Les ruego, les pido que levanten la huelga”, y no le hicimos caso. Dijimos: “no, pinche viejo reaccionario”. Solamente José Revueltas, que también fue colaborador de Siempre!, dijo y no se atrevió a proponerlo claramente: “Dejemos la huelga y convirtamos al movimiento en un movimiento de transformación de la universidad”. Y luego hubo unos cuantos que lo planteamos en el interior de la Juventud Comunista, pero con cierta timidez, porque pensábamos que nos iban a hacer pedazos como traidores reformistas, tibios. Fue nuestro mayor error.

Ahora, el movimiento cometió, padeció otra debilidad, no logramos como en Francia, como en Uruguay, unir a los trabajadores. Eso del movimiento estudiantil popular es una fantasía. La gente nos apoyaba, salía a las ventanas a aclamarnos, nos daba dinero, pero no logramos parar ni una tortillería, nada. ¿Por qué? Porque el control de los trabajadores del Estado era y sigue siendo impresionante. Ni los electricistas ni mineros, ni telefonistas ni petroleros, aunque tuvieron gestos de simpatía, hicieron un paro, ya no digamos de un día. Uno simbólico, de una hora. Nada, no conseguimos nada. Entonces estábamos aislados. Fuimos un movimiento aislado.

-¿Cuál fue el mayor legado del movimiento? 

El legado del movimiento fue decirle a la gente que se podía quitar las cadenas. El legado fue atreverse a luchar por la libertad. Nada que ver con lo electoral. ¿Es un legado López Obrador? Absolutamente no. Ni él ni nadie. Andrés Manuel hizo lo mismo que Fox. No nos dijo cómo iba a acabar con la mafia del poder. Está acabando con ella homeopáticamente, metiendo a la mafia con él, pero cada quien mata a sus pulgas a su manera. La clase política mexicana, la partidocracia, sigue siendo la misma desde hace 100 años. Vean la lista del gabinete del Peje. En esa perspectiva el 68 fracasó. No logramos quitar a estos. ¿Pero qué logramos? La necesidad de luchar por la libertad. Logramos libertades democráticas. Salir a la calle nos podía costar muertos, como nos costó. Repartir un volante costaba muertos. No había prensa. En aquellos años sólo había dos revistas de tribuna: Siempre! y Política, y en ese sentido su revista es una proeza. Surcó todos estos torbellinos, naufragios y siguió. Pero el 68 tiene sentido si hablamos de hoy. Por eso digo adiós al 68. No estoy diciendo olvidemos el 68, no. Cerremos eso para ir a lo de ahora. A lo de hoy. Porque si no, vamos a estar dando vueltas como viejitos.

-¿Cómo hablarle a los jóvenes, que nacieron después de la Guerra Fría, de lo que significó la lucha del 68?

Diciéndoles que ellos tienen la palabra. Que los jóvenes son los que tienen que continuar esa lucha por el cambio, en las condiciones de hoy. Nosotros queríamos cambiar el mundo, en México, en Praga en todos lados. Tenía algo de candor, pero prefiero decir como Lennon: “Dirás que soy un soñador, pero no soy el único”. Lo dice en Imagine, que para mí es el manifiesto del 68: Imaginemos que no hay países, que no hay propiedad, que no hay religión, eso es lo que queríamos, es una utopía, sí, pero sin utopías el mundo no camina. Y eso es lo que dio el 68, la idea de la utopía. O en palabras de los franceses: “Sed realistas, pidamos lo imposible”. Y logramos cambiar cosas. A las chavas en mi época en la UNAM, aparte de que eran el 5 por ciento y hoy son la mitad de la población estudiantil, no las dejaban entrar a los salones con minifalda. Cambiamos la relación con los padres, cambiamos la relación con el Estado y a partir de entonces se le pudo desafiar, cambiamos la relación con la escuela y muchas otras cosas más. ¿Qué es lo que no conseguimos todavía? La libertad sindical, la libertad política electoral. No derrumbamos el sistema político, la partidocracia, parece que está difícil. Ese movimiento le enseñó a los jóvenes y al país que se podía luchar y que no era imposible ganar.